lunes, 24 de agosto de 2020

Tejer historias

Anoche antes de acostarme hice un ejercicio que suelo realizar a menudo: recordé (es decir, pasé por el corazón) las historias que me habían contado en los últimos días. Me sorprendí de su cantidad y variedad. Un amigo me comunica que ha fallecido de cáncer su hermano de 52 años. Un joven de 20 me presenta a su novia. Una prima comparte algunos encontronazos familiares. Un matrimonio me da detalles sobre la vida de la anciana de 97 años que falleció el pasado mes de marzo y cuya misa exequial celebramos el fin de semana pasado porque no fue posible hacerlo durante el estado de alarma. Un compañero me envía un artículo que ha escrito sobre “los falsificadores de Dios” para una revista de la India; otro me envía un Whatsapp para comunicarme el fallecimiento de una religiosa conocida. Un amigo me pasa el libro de poemas escrito por la hija de un amigo común. Lo leo de un tirón. Desayunando con otro amigo en un bar, me entero de las dificultades en su proceso de recuperación de la operación sufrida hace meses. Y así podría ir añadiendo historias. Creo que algo semejante vivimos todos. Uno podría pasar como gato sobre ascuas sobre estas historias, pero entonces estaría desperdiciando las oportunidades en las que Dios se hace el encontradizo con nosotros. A menudo nos preguntamos dónde está Dios. Soñamos con extrañas experiencias místicas en las que su presencia se nos haga palpable. En realidad, él se nos está revelando constantemente en las pequeñas historias de la vida cotidiana.

Hace tiempo descubrí que para vivir con sentido es preciso tomar en serio cada “historia” que los demás comparten con nosotros, por insignificante que parezca. Si Jesús nos reveló los secretos del Reino de Dios contando historias (las parábolas), hoy el Espíritu Santo sigue desvelándonos la gramática de Dios a través de las muchas historias que nos llegan. Creo que cuando las contemplamos desde esta perspectiva adquieren su verdadero significado. Hay un par de preguntas que pueden ayudarnos: ¿Cómo está presente Dios en esta historia? ¿Qué me está diciendo a través de ella? Siempre me ha parecido un contrasentido buscar claves para vivir en los libros y, al mismo tiempo, pasar por alto las claves que nos ofrece la vida misma en su rica complejidad. ¿De qué sirve leer libros sobre el sufrimiento humano, el amor, el odio, el perdón, etc. si luego no somos capaces de acercarnos a las personas que están viviendo estas realidades? La espiritualidad libresca no ayuda demasiado para vivir en Dios si no va acompañada de un acercamiento a las historias que suceden en nuestro entorno.

Cuando fallece una persona conocida, por ejemplo, estamos acostumbrados a dar el pésame a sus familiares. Los religiosos y sacerdotes solemos prometer también una oración por su eterno descanso. Son signos de cercanía, pero quizá no son suficientes. Es necesario tomar en serio la muerte de cada persona, hacernos cargo del sufrimiento de los suyos, orar con fe, activar nuestra esperanza en la vida eterna y preguntarnos por el modo como nosotros mismos nos preparamos para el arte de morir. Cuando un joven comparte con nosotros la alegría del enamoramiento o de su primer trabajo, tenemos que dar gracias a Dios por estos signos de vida y de futuro. Cuando somos testigos de problemas familiares, de encontronazos, de separaciones y divorcios, necesitamos acoger con respeto estas historias, convertirnos en paño de lágrimas y, si es oportuno, ayudar a interpretar su significado y las enseñanzas que se pueden extraer. Tejer historias es el modo más realista de vivir una espiritualidad encarnada como la que Jesús mismo nos propone en el Evangelio. Al mismo tiempo que somos testigos del paso de Dios por las vidas de los demás, aprendemos a reconocerlo en la trama de nuestra propia existencia.


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