lunes, 31 de agosto de 2020

Una parábola un poco cruel

No me resisto a terminar el mes de agosto sin transcribir una parábola que corre por ahí y que ayer me llegó en su versión italiana. Es probable que la mayoría de los amigos del Rincón la conozcan. Traducida al español suena así: “Cuentan que Dios creó al burro y le dijo que trabajaría de sol a sol y cargaría sobre sus lomos lo que le pusieran, asignándole para vivir 35 años. El burro le dijo: ‘Señor, todo está bien, pero 35 años es mucho. ¿No podrías rebajármelos a 20?’. Y así hizo el Señor. Luego creó al perro diciéndole que cuidaría de la casa de los amos, comería lo que le dieran y viviría 25 años. Y el perro respondió que sí a todo, aunque le dijo al Señor que con 15 años de vida le bastaba. Y así se hizo. Luego Dios creó al mono, le dijo que haría payasadas para divertir a la gente y quiso que viviera 20 años, aunque el mono, que aceptó todo lo demás, le convenció para vivir tan solo 10. Por fin creó al hombre y, tras decirle que sería el ser más inteligente de la creación, le dijo que viviría 30 años, a lo que el hombre respondió: ‘Señor, me parecen pocos. ¿No me puedes dar los 15 que rechaza el burro, los 10 que no quiso el perro y los 5 que no aceptó el mono?’. Consintió Dios y así ocurre: el hombre vive 30 años como hombre, luego se casa y vive 15 como un burro, trabajando de sol a sol y cargando sobre sus espaldas el peso de la familia. Luego se jubila y vive 10 años como un perro, cuidando de la casa y comiendo lo que le den; y, por fin, acaba los 5 últimos años de su vida como un mono, saltando de casa en casa de sus hijos y haciendo payasadas para divertir a sus nietos”.

Toda parábola nos confronta con algún aspecto de la verdad. Me temo que también la parábola del asno, el perro y el mono, por cruel que pueda sonar. El ser humano aspira a vivir mucho, a menudo sin ser consciente de las fatigas de cada etapa de la existencia. Siguiendo la secuencia de la parábola, hasta los 30 años estudia, se divierte y disfruta de la vida porque posee la plenitud de las fuerzas físicas y mentales. Para muchos, lo ideal sería terminar ahí para cumplir el canon de James Dean: vivir rápido, morir joven y tener un cadáver bonito. Pero vienen luego los largos años de la vida laboral. Tiene que trabajar “como un burro” para sacar adelante su familia y hacer frente a las necesidades reales y creadas a las que nos somete la sociedad de consumo. Luego, casi sin darse cuenta, se convierte en un perro guardián que cuida su casa y vive de su pensión (si es que el sistema de la seguridad social sigue funcionando). A menudo, se termina como un mono, yendo de un sitio para otro y haciendo gracietas para mendigar un poco de atención y cariño por parte de los nietos y los parientes. Es verdad que los abuelos prestan hoy una gran ayuda a sus hijos “secuestrados” por el trabajo, pero también lo es que ese sacrificio les proporciona una compensación afectiva a la soledad de la tercera edad.


Es bueno ser conscientes de las promesas y miserias de cada edad para no llevarnos sorpresas. En las sociedades antiguas los ancianos eran considerados custodios de sabiduría. Hoy idolatramos la juventud. Hay adultos que renuncian a tener hijos, se despreocupan de sus padres ancianos y luego tratan de paliar la falta de compañía comprándose un perro. Un compañero indio me decía que veía en Madrid más perros que niños. Quizá exageraba, pero su percepción nos abre los ojos sobre los desequilibrios que vivimos a veces sin darnos cuenta. La parábola del asno, el perro y el mono nos ilustra sobre la necesidad de vivir intensamente cada edad, aprovechando sus posibilidades y combatiendo sus propios demonios. No existe una edad dorada. La naturaleza es lo suficientemente sabia como para no concentrar todos los dones en una sola edad. Cuando tenemos belleza y fuerza física, carecemos de equilibrio emocional y experiencia. Cuando acumulamos sabiduría, nuestro cuerpo experimenta achaques. Cuando tenemos muchos proyectos, no disponemos de recursos materiales. Cuando hemos ahorrado dinero, se nos pasan las ganas de emprender nuevas aventuras y nos volvemos previsores. En fin, que es mejor aceptar la edad que tenemos con humor sin necesidad de pedir prestados algunos años a nuestros amigos burros, perros y monos.



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