sábado, 14 de septiembre de 2019

Jubilado viene de júbilo

Tengo varios amigos jubilados. Otros están a punto de serlo. Los primeros llevan bastante bien la situación. En realidad, si se miran bien las cosas, no han dejado de trabajar. Han sustituido su profesión anterior por la de cuidadores de sus nietos. Esta es la ocupación fundamental de muchos neojubilados. Algunos me confiesan que están ahora más cansados que antes, por más que también disfruten cambiando pañales, dando biberones, llevando a los niños al colegio o jugando con ellos en el parque. Varios de mis amigos se prejubilaron hace algunos años. Quienes han cultivado algunas aficiones (por ejemplo, leer, caminar, pintar o tocar un instrumento) disfrutan de esta etapa. Quienes vivían volcados en el trabajo tardan tiempo en acostumbrarse a la nueva situación. Se les cae la casa encima. El tiempo se les hace interminable. No es fácil asumir el aburrimiento. Necesitan la “droga” del trabajo. A veces, hasta rozan la depresión. Leo que el problema se agudiza en los deportistas de élite. Entre los 30 y 40 años tienen que cortar su carrera. El cuerpo no da más de sí a esos niveles de rendimiento. Pasan de ser personajes famosos a un estilo de vida anodino. La mayoría tienen serios problemas de adaptación. No saben qué hacer. Muchos no se han preparado ni psicológica ni profesionalmente para el día después. Se han dado incluso varios casos de suicidio. La sociedad tampoco sabe muy bien cómo tratar a los “juguetes rotos”. Primero los idolatra y luego los olvida o los deja tirados en la cuneta.

En el caso de los curas, el problema apenas existe. Casi todos siguen activos hasta que el cuerpo aguanta. Conozco párrocos rurales que superan los 90 años y todavía conducen su coche para ir a celebrar la misa en algunos pueblos pequeños. Recuerdo el caso de don Antonio, un viejo cura italiano a quien conocí hace bastantes años en un pueblecito de la provincia de Avellino. Era casi ciego. Conducía un Fiat 500 de un amarillo rabioso. De esa manera, los feligreses reconocían enseguida su coche y se apartaban discretamente para no correr el riesgo de ser atropellados por su anciano párroco. (Por cierto, su hermana, la signorina Anna, preparaba una pasta que se comía con los ojos). El mismo papa Francisco ha cumplido ya 82 años y sigue al pie del cañón. En este caso, no hay diferencia entre  vida personal y vida laboral. El sacerdocio no es una profesión que se ejerce a tiempo parcial. Es una vocación que implica toda la vida. Por otra parte, la escasez de sacerdotes que se está viviendo en Europa obliga a muchos a estirar su vida activa hasta extremos casi inaceptables. A veces, los fieles que le dicen al anciano sacerdote que lo admiran mucho por su dedicación son los mismos que se dirigen después al obispo para pedirle que lo retire cuanto antes porque ya no se le entienden las homilías, repite algunas partes de la misa, se ha vuelto un poco gruñón y huele mal. En fin, gajes del oficio.

Más allá de la casuística, la jubilación coincide con un tiempo de madurez personal y, en la mayoría de los casos, con un aceptable estado de salud. Muchas personas se sienten todavía con fuerzas suficientes para seguir dando lo mejor de sí mismas y prestar algunos servicios. No quieren ser arrinconadas o dedicar todo el día a pasear, escuchar la radio, ver la televisión o navegar por internet. Es el momento de cultivar aficiones que quedaron descuidadas durante la etapa laboral y también de ofrecerse como voluntarios. De hecho, más de un amigo mío me ha expresado su deseo de tener una experiencia “en misiones” (como se decía antes) cuando se jubile. Otros están colaborando más en sus parroquias respectivas. Conozco a alguna persona que quiere incrementar el tiempo dedicado a visitar residencias de ancianos o personas mayores que viven solas en sus casas. Para decirlo todo, también conozco casos de personas a las que esta actividad les resulta poco apetecible porque las pone en contacto con la situación que tal vez ellas tengan que afrontar dentro de unos años. No pueden convivir con los límites. Constituyen un recordatorio permanente de su propia fragilidad. Hay de todo. En cualquier caso, jubilación viene de júbilo. Es el tiempo para gozar de las cosas de la vida sin el frenesí de la juventud y sin las prisas de la etapa de madurez. Los jubilados puede aportar la dosis de serenidad que necesitamos en tiempos convulsos, aunque muchos están muy preocupados por el futuro y la cuantía de sus pensiones. De ellas depende su subsistencia. Este problema se agravará con el paso de los años, pero ese es otro cantar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.