viernes, 5 de julio de 2019

La fidelidad no pasa de moda

Ayer recibí la renovación de los votos religiosos de cuatro estudiantes claretianos en Lima. Dos eran de Camerún, uno de Tanzania y otro de Uganda. Vestidos con sus sotanas blancas y fajas negras, destacaba más su piel de ébano y su alta estatura. Quizás por eso mismo impresionaba verlos de rodillas pronunciando la fórmula de la profesión en un español correcto y fluido. La capilla permanecía en silencio. Era como asistir a un acto solemne –dentro de su hermosa sencillez– que rompe la monotonía de nuestras jornadas. Mientras lo hacían, pensé en el significado de entregar la propia vida a Dios para el servicio de la evangelización en el mundo en que vivimos. Los cuatro tienen en torno a 30 años. Algunos han concluido sus carreras civiles. ¿Qué mueve a un joven de hoy a consagrarse a Dios? Ellos no son mucho mejores que los jóvenes de su edad. Tampoco peores. Tienen sueños. Les apasiona Internet. Van tomando conciencia de sus fragilidades. Saben que Jesús no llama a seguidores perfectos, sino a personas que acepten ir detrás de él para acabar pareciéndose a él. Son conscientes de que esta aventura no es cuestión de pocos años, sino un proyecto que abarca toda la vida. Intuyen que tendrán etapas oscuras, momentos de incertidumbre y hasta deseos de abandonarlo todo.

Su voto de castidad se hará más creíble cuando, superando afectos posesivos, no duden en entregarse a quien lo necesite. Si el voto de pobreza nos les ayuda a vivir un estilo de vida sobrio y solidario se habrá quedado en papel mojado. Por el voto de obediencia se comprometen a estar disponibles donde la misión lo exija. De hecho, han dejado ya sus países para venir hasta el Perú. Todos estos pensamientos cruzaban mi mente como ráfagas de luz. Si soy sincero, no podía evitar mezclarlos con noticias de escándalos e infidelidades. No es oro todo lo que reluce. Por el rabillo del ojo miraba a los aspirantes que participaron en la celebración. Eran chicos de 18 a 25 años que se encuentran en una etapa de discernimiento. Imagino que también ellos se hacían muchas preguntas cuando veían a los cuatro africanos hincados de rodillas, sosteniendo con la mano izquierda la fórmula de la profesión y tomando mi mano derecha con la suya. Acostumbrados a decir sí y mañana no, hijos de una cultura líquida, ¿quién no se estremece escuchando las promesas de cuatro jóvenes que parecen desafiar el tiempo y el espacio? Por unos minutos, es como si lo absoluto se colara por las rendijas de nuestra finitud.

Acabada la ceremonia, me trasladé a una nueva comunidad de Lima. Como contrapunto al entusiasmo de los jóvenes recién profesos, tuve que dedicar tiempo a afrontar diversos problemas, hasta el punto de no encontrar tiempo para escribir la entrada de hoy a la hora habitual. De nuevo se me hicieron visibles las dos caras de la vida en un fragmento corto. Podría haberme abandonado a un sentimiento de frustración o desencanto, pero no lo hice. Se me hizo más evidente que todos –los buenos y los malos, los coherentes y los incoherentes, los jóvenes y los viejos– vivimos de pura misericordia. No podemos convertirnos en jueces implacables de los demás cuando también nosotros estamos necesitados de clemencia. El mundo de hoy se ha vuelto muy tolerante con algunas conductas inhumanas e implacable con otras. El péndulo de la historia sigue oscilando. Conviene no perder el equilibrio y la sensatez. Recordé una frase que me acompaña a menudo: “Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro”. Pues eso.

3 comentarios:

  1. Una gran alegría ver a Padre Joseph en la foto, a quien tuve el gusto se conocer. Es reconfortante leer la verdad, sobre que todos necesitamos clemencia y eso nos enseña a no ser jueces implacables. Felicidades a los hermanos claretianos y un saludo afectuoso Gundisalvus

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  2. Gracias Gonzalo. Me ayuda y fortalece leer tus reflexiones hechas desde la vida.

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