jueves, 4 de julio de 2019

Carta a mis amigos políticos

Perú acaba de ganar 3-0 a Chile. El domingo jugará la final de la Copa América en el mítico estadio Maracaná de Río de Janeiro. Desde mi cuarto oigo los pitidos de los coches que celebran el triunfo peruano. Creo que desde 1975 Perú no llegaba a una final. Parece que por momentos el cielo gris de Lima se vuelve azul y rojo en plena noche. Oigo también algún cohete. Quizá no hay ningún acontecimiento que excite más a un país que una victoria de su selección nacional de fútbol. Imagino que los periódicos peruanos de mañana –es decir, de hoy– no hablarán de otra cosa. Me uno a la alegría de los peruanos mientras pienso en la situación política que se está viviendo en España, en Italia y en el resto de Europa. Con ella como telón de fondo, me he animado a escribir aprisa y corriendo una breve...



CARTA A MIS AMIGOS POLÍTICOS

Queridos amigos:

Entre vosotros tengo algunos que son diputados, alcaldes y concejales. No me codeo ni con el presidente del gobierno ni con sus ministros. Quiero deciros, en primer lugar, que aprecio mucho vuestra tarea por más denostada que esté. Necesitamos servidores públicos que acepten su responsabilidad con pasión y honradez. Me resisto a pensar que todos los políticos son corruptos, mentirosos y manipuladores, aunque la realidad deja poco margen a la confianza.

Hace tiempo que he desechado de este Rincón los comentarios extensos sobre la situación política que estamos viviendo. Lo he hecho porque varias entradas de hace años sobre la crisis catalana molestaron a algunas personas y, sobre todo, porque la cuestión política en general es demasiado vidriosa como para hacer un análisis sereno y objetivo. Abundan las pasiones y faltan los diagnósticos certeros. Si hoy me animo a escribiros es porque percibo que están cambiando muchas cosas en el panorama europeo y porque creo que sería bueno repensar el sentido de vuestro compromiso en el nuevo contexto. Como no quiero alargarme demasiado, me permito compartir solo dos preocupaciones que me acompañan en los últimos meses.

La primera se refiere a la necesidad de soñar –utilizo deliberadamente un verbo que parece casar mal con el pragmatismo político– un nuevo modelo de convivencia intercultural. La sociedad europea –también la española– es cada vez menos homogénea. Se han unido a nosotros millones de personas venidas de África, América, Asia y de otros lugares de Europa. Es verdad que tenemos que invitarlas a respetar el marco cultural en el que se insertan, pero es igualmente verdad que necesitamos repensar un nuevo concepto de patriotismo, cada vez más plural e inclusivo. Echo de menos propuestas políticas que no hablen de la inmigración como un problema permanente sino que sepan aprovechar su enorme potencial humano. Los pueblos que en el pasado han tenido una actitud abierta y no meramente defensiva han prosperado económica y socialmente. Juntos somos mejores.

La segunda se refiere a la necesidad de lograr acuerdos que vayan más allá de los intereses partidistas y que respondan a un discernimiento común sobre lo que la sociedad necesita y demanda. Viendo las luchas interminables de estas últimas semanas, siento una gran vergüenza. Me parece que la mayoría de los políticos no están a la altura de lo que se espera de ellos. Los ciudadanos estamos hartos de considerar el poder como una tarta que se puede repartir y no como una posibilidad conjunta de servicio más allá de las siglas que cada uno representa. ¿Tan difícil es sentarse y pensar en los ciudadanos y no en las cuotas de poder o en el prestigio del propio partido? Dado que, a corto plazo, no son imaginables mayorías absolutas como en el pasado, los nuevos políticos tienen que adiestrarse en el arte del diálogo, la negociación y los acuerdos.

Sigo creyendo que el Evangelio ofrece el horizonte y los valores que permiten una convivencia pacífica. Si yo fuera político, no despreciaría el legado cristiano que ha hecho de Europa una “casa común” abierta y próspera. Prestaría mucha más atención al poder de cohesión y transformación social que tiene la espiritualidad. No perdería demasiado tiempo en el debate sobre la laicidad del estado porque es algo adquirido. El punto central no está en separar esferas (hace tiempo que se ha hecho por más que queden algunas reminiscencias), sino en remar todos en una misma dirección, que no es otra que el respeto a la persona y la promoción de aquellos valores que aseguran una convivencia en paz, libertad, prosperidad y justicia.

Espero que no interpretéis esta breve carta como una injerencia en vuestro campo profesional, sino solo como un intercambio de pareceres que a todos nos puede enriquecer.

Vuestro amigo,

Gundisalvus.


2 comentarios:

  1. 100% de acuerdo contigo Gonzalo. Ojalá más de uno se leyese esta sana e interpeladora reflexión.

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  2. Ojalá te lean los políticos y toquen el corazón

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