domingo, 21 de julio de 2019

¡Basta de dicotomías!

Marta de Betania es una buena amiga de este Rincón. A ella me he referido en varias ocasiones. La he presentado como trabajadora, como creyente en Jesús, como amiga del Maestro y como anfitriona un poco agitada. Por eso, me cuesta encontrar una nueva perspectiva para hablar de ella y de su hermana María. El Evangelio de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario nos propone la cena de Jesús en la casa de estas dos hermanas. Según el relato de Lucas, una (Marta) servía y la otra (María) escuchaba la Palabra “a los pies del Maestro”. Es una osadía tener como discípula a una mujer cuando los maestros del tiempo de Jesús solo admitían a varones. Este es el primer punto que nos desconcierta, rompe nuestros esquemas y ensancha el horizonte.

La historia de estas dos hermanas se ha prestado a mil interpretaciones. A nosotros –como nos advierte Fernando Armellini en su comentario de hoy– “no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera, esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos, sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y, sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se disocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones”.

Tengo poco que añadir a la síntesis que nos ofrece Armellini. Desde mi experiencia personal y pastoral, la ratifico al cien por cien. María (de Betania) ha escogido “la parte buena” (el texto original de Lucas no dice “la parte mejor”, como se lee en la versión litúrgica) porque ha descubierto que lo más importante en el seguimiento de Jesús es la escucha atenta de su palabra. Eso es lo que hizo la otra María (la de Nazaret), la madre de Jesús. Cuando la vida cristiana se reduce a acción (trabajo por el Reino) sin cultivar la relación con el Señor del Reino (escucha de la Palabra), se producen los desequilibrios y distorsiones que vemos en la vida personal, comunitaria y eclesial. El problema que hoy tenemos en la Iglesia no es que haya poca gente que trabaje, sino que, a menudo, ese trabajo es solo la expresión de un deseo de servir, de una necesidad (a veces compulsiva) de sentirse útil e importante, o de un sueño genérico y un poco prometeico de “hacer un mundo mejor”, como la literatura cristiana ha repetido hasta la saciedad en las últimas décadas. Eso puede estar bien, pero acaba secando el corazón y no transforma la realidad. Como le gustaba recordar a Henry Nouwen, los productos de nuestro trabajo no siempre coinciden con los frutos que Jesús ha prometido a quienes están unidos a la vid que es él. Se confunde el celo con la agitación, el compromiso con el nerviosismo, el servicio con los programas. Jesús podría decirnos a muchos de nosotros: “Andáis agobiados y preocupados con muchas cosas. Siempre tenéis citas pendientes, reuniones de trabajo, planes pastorales, proyectos sociales, etc. Alabo vuestros buenos deseos, pero os recuerdo que solo una cosa es necesaria”. Esta “cosa necesaria” –por tanto, no opcional– no es otra que la escucha atenta de la Palabra “a los pies del Maestro”; es decir, como seguidores que entran en relación personal con él.  

¿Significa esto que tenemos que cultivar la meditación atenta de la Palabra, la oración asidua y la celebración de la Eucaristía? Sí, sin la menor duda. Nos ha hecho mucho daño disociar los armónicos de la vida cristiana. Cuando en algunas parroquias y colegios me dicen que los catequistas de primera comunión y confirmación, o los encargados de los proyectos sociales, no suelen participar en la Eucaristía del domingo, me pregunto qué tipo de evangelización moderna hemos hecho, en qué trampas hemos caído. ¿Se puede “servir” a Jesús (como Marta) sin entrar en relación con él (como María)? La pregunta es perfectamente reversible: ¿Se puede decir que uno escucha y celebra la Palabra cuando de esta escucha y celebración no brota una actitud de servicio y compromiso? Personalmente estoy bastante harto de los planteamientos dicotómicos que han desangrado a la Iglesia: o esto o lo otro. Hay madurez cristiana cuando somos capaces de integrar todas las dimensiones, de no volvernos “heréticos” por exagerar una en detrimento de otras. Creo que el Evangelio de este domingo nos ofrece una orientación muy clara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.