lunes, 25 de marzo de 2019

El Señor está contigo

Dentro de nueve meses celebraremos la Navidad. Parece de mal gusto decir esto en mitad de la Cuaresma, pero es que hoy, 25 de marzo, la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Señor. Es una buena noticia. Los anuncios de Dios siempre están llenos de gracia. El centro de la historia es el niño que empieza a gestarse en el seno de María. Y también la madre que vive una insólita vocación. El año pasado subrayé una frase del relato lucano que parece secundaria − Y la dejó el ángel – pero que está cargada de significado. Este año quiero centrarme en el saludo que el ángel Gabriel dirige a la joven María: ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! Es un saludo que se dirige a la joven nazarena, pero, en ella, a cada uno de nosotros. Constituye el reverso de lo que muchas personas experimentan cada día. Hay un “ángel malo” que de mil maneras nos insufla el mensaje contrario. A veces, se reviste de publicidad; otras, de modas insistentes; otras, de eslóganes políticos; otras, en fin, de diagnósticos psicológicos o de recreaciones literarias.

El “ángel malo” continuamente nos dice: “Deprímete”. Y, para que nos dejemos llevar por sus insinuaciones, alega un conjunto de hechos que invitan, en efecto, a la depresión: “Mira cómo está el mundo, cada uno va a lo suyo, nadie se preocupa de ti. Mira la Iglesia, no es más que una organización corrompida. ¿Todavía te fías de ella? Al planeta tierra le quedan cuatro telediarios. Es absurdo que te esfuerces. No puedes hacer nada contra un destino marcado”. 

El “ángel bueno” no se inventa el mensaje. Transmite lo que Dios quiere decirnos: “Alégrate” (cháire, en griego). Nos ayuda a ver los signos de vida que nos rodean: “Mira el mundo. Hay millones de hombres y de mujeres que están dando cada día lo mejor de sí mismos. Muchos están pensando en tu alimentación, cuidan de tu salud, te transportan de un lugar a otro, te informan, te enseñan, te divierten. La Iglesia, aun en medio de su fragilidad, sigue ofreciéndote el tesoro de Cristo cada día en la Palabra, en los sacramentos, en las personas que te ayudan a creer, amar y esperar. Crece la conciencia ecológica, el Espíritu suscita por todas partes iniciativas a favor de la paz, la justicia y la reconciliación”.

El “ángel malo” vuelve a la carga: “Eres un fracasado, un empecatado de la cabeza a los los pies. ¿Todavía crees que puedes salir de la ciénaga en la que vives? ¿Cuántas veces han intentado mejorar y has acabado tropezando en la misma piedra? ¡Convéncete, los seres humanos no son más que un conjunto de átomos llamados a la desaparición! Es inútil que te esfuerces”. 

El “ángel bueno” no hace más que pronunciar sobre nosotros la palabra que pronunció sobre María: “Tú, quienquiera que seas, eres un hombre o una mujer inundado de gracia. No existes como producto del azar. Eres fruto del amor de Dios. Él te sostiene. Abre los ojos del corazón para ver la gracia que existe bajo la superficie de cualquier realidad, por negativa que parezca.  Donde hay gracia, hay vida y alegría. Todo lo que Dios ha creado es portador de vida porque Él es el amigo de la vida, un Dios de vivos, no de muertos”.

El “ángel malo” no cesa en su particular campaña de desprestigio. Remata la jugada con un “El Señor no está contigo”. Y, como buen sofista, intenta argumentar: “¿Todavía crees, a estas alturas de la película, que Dios, en el caso de que exista, se va a ocupar de ti, pequeña e insignificante hormiga? ¡Vaya Dios ese que cuando le pides que te libre de una enfermedad o de un fracaso te deja como estabas! ¿Qué significa que el Señor está contigo? ¡Déjate de pamplinas, ya pasó el tiempo de las leyendas piadosas y de los cuentos de hadas! Lo que no hagas por ti mismo, nadie lo va a hacer, y menos ese Dios lejano en el que todavía dices seguir creyendo”. 

El “ángel bueno” no pierde los papeles. Habla con rotundidad: “El Señor está contigo”. No argumenta, se limita a describir: “Él te conoce antes de que nacieras, sabe cuando te sientas y te levantas, de lejos conoce todos tus planes. No te libra del esfuerzo de ser tú mismo, pero te da la energía que necesitas para serlo. Fíate”.

No es obligatorio dejarse guiar por el “ángel bueno”. Si uno quiere, puede seguir las insinuaciones del “ángel malo”, pero entonces no vale quejarse de las consecuencias. 

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