martes, 19 de marzo de 2019

Los padres imperfectos

De san José he escrito varias veces en este Rincón. En marzo de 2016 me referí a él como el hombre que hablaba con los hechos. En 2017 su fiesta cayó en domingo, así que no escribí nada. En 2018, en una entrada titulada El bien no es fotogénico, me fijé en José como un hombre bueno que no va por la vida de farol. Este año lo quiero proponer como patrón de los padres imperfectos (es decir, de todos los padres). Muchos de mis amigos son padres. Algunos son también abuelos. Otros, los más jóvenes, son padres primerizos que se están entrenando en el arte de educar a sus hijos recién nacidos. Cualquiera de ellos podría hablar de la paternidad con mucho más conocimiento de causa que yo. Por eso, pido perdón si digo alguna extravagancia.

Últimamente se escribe mucho sobre la paternidad. Todo padre que quiera parecer moderno debe tomarse el “permiso de paternidad” que le garantiza la ley. No sé si José de Nazaret responde a este modelo. Leo en el comentario del Diario Bíblico correspondiente al día de hoy esta perla: “Hemos de leer a José en la línea del Evangelio, no según los modelos tradicionales de esposo y de padre, que han respondido más a los referentes culturales occidentales que a la lógica que plantea el Evangelio. Esos referentes han sido la heteronormatividad, la paterlinealidad y el androcentrismo”. Después de leer la última línea, casi me da un síncope. No sabía que José de Nazaret (llamémoslo hoy Pepe Nazareno) había sido durante muchos siglos un tipo heteronormativo, paternolineal y androcéntrico. En fin, no hay día que uno se vaya a la cama sin haber aprendido algo nuevo.

A primera vista, pareciera que es más fácil ser madre que padre. Da la impresión de que la maternidad, aunque tenga algo de aprendido, posee una fortísima base genética. Toda mujer sabe ser madre… como por instinto. Pero no todo hombre sabe ser padre. Aquí la genética tiene menos peso. Deja paso a los famosos “modelos culturales”. Y, claro, uno puede cometer más errores. Hay madres casi perfectas (excepto las posesivas), pero todos los padres son, casi por naturaleza, imperfectos. A veces, se pasan de autoritarios, como sucedía en el pasado, y engrosan el grupo de los heteronormativos, paternolineales y androcéntricos (¡toma lista de epítetos posmodernos!). Otras van de permisivos por la vida para no coartar la libertad de sus tiernos e impresionables retoños, no sea que después les queden traumas de por vida. Ahora, la moda es ir de tiernos y colaboradores en plan colega venido a menos. Pronto habrá una reacción reclamando más dureza para que los niños no salgan demasiado blandos. En fin, que ser padre es un aprendizaje que no acaba nunca. Si antes eran los curas los que marcaban las normas y proponían a san José como modelo de una paternidad madura, ahora son los psicólogos quienes ocupan su lugar y recomiendan no sé cuántas cosas para que la educación sea liberadora, polifuncional y otra sarta de epítetos incomprensibles. Y -como no podía ser de otra manera en la sociedad de la información- los periodistas se encargan de tomar un poco de unos y de otros (de los curas y de los psicólogos) y se inventan cada dos por tres listas de mandamientos y prohibiciones: Las 5 cosas que un padre debe hacer por sus hijos, 10 cosas que los padres no deben hacer por sus hijos. Y, siguiendo esta progresión, se llega a las 20 cosas que un papá debe hacer con su hija. En fin, que los padres modernos no deben quejarse de falta de sugerencias para ejercer con soltura su paternidad. Les explican hasta el último detalle.

A mis amigos, “padres imperfectos”, les recomiendo que no se agobien, que respiren hondo y no se dejen llevar por esta literatura buenista que tanto abunda. Si algo me gusta de José de Nazaret es que hizo mucho y habló poco. De hecho, los evangelios no nos reportan ni una sola palabra pronunciada por él, pero sí hablan de sus actitudes y conductas. Fue un hombre cabal que supo estar a la altura de las circunstancias. Se colocó un paso por detrás para que Jesús y María crecieran. No pensó obsesivamente en si lo estaba haciendo bien o mal. No buscó ningún reconocimiento. En su casita de Nazaret nadie puso una placa “al mejor padre del mundo”. Se limitó a ser lo que era, a confiar en el plan de Dios y a secundarlo con honradez y perseverancia.  No basta ser bueno un día y luego retirarse. Conozco algunos padres jóvenes que, en los primeros meses tras el nacimiento de sus hijos, hacen un alarde de preocupación (les cambian los pañales, les dan el biberón, los acunan, etc.), pero, cumplido ese peaje inicial, comienzan a desentenderse porque “ya se sabe que las madres lo hacen mejor”. Mantenerse siempre ahí, a disposición, es un ejercicio sublime de la paternidad compatible con mil imperfecciones prácticas. 

José de Nazaret, ruega por los padres imperfectos para que sean, por lo menos, tan perseverantes como tú.

2 comentarios:

  1. Como padre imperfecto, te doy las gracias por tu entrada de hoy. Y rezaré para tener la perseverancia de San José. Muchas gracias Gonzalo. Un abrazo Pepe N

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  2. Ahora los niños salen "blanditos" y los padres,como decía mi admirado FARI, salen "blandengues".

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