domingo, 19 de agosto de 2018

Carne para la vida del mundo

Cinco domingos hablando de Jesús como “pan de vida” puede resultar excesivo… a menos que prestemos mucha atención al contenido de las palabras del Evangelio para descubrir su novedad. Hoy se subraya que el pan que Jesús nos da es su carne y que esta carne es la vida al mundo. En varias ocasiones se habla de “carne” y de “sangre”, conceptos que nos resultan muy fuertes. Si no fuera porque la tradición cristiana nos ha enseñado a interpretarlos en clave espiritual, pensaríamos que estamos casi ante una propuesta de canibalismo: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Aunque “carne” y “sangre” son conceptos que se refieren a la persona de Jesús como tal, es imposible no asociarlos al sacramento de la Eucaristía. El pan y el vino eucarísticos se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Podemos, pues, concluir que la Eucaristía, sacramento de la presencia de Jesús entre nosotros, es el alimento que da la vida al mundo. 

Hace unos diez años, un compañero mío hizo su tesis doctoral en Psicología en una universidad californiana que tenía fama de ser muy secular. Escogió como tema “La Eucaristía en el proceso psicológico de transformación personal”. Las autoridades académicas dudaron en aceptar el tema. Les parecía que no era muy “científico”. Mi compañero –una mente excepcionalmente brillante– insistió. Al final, no solo aceptaron el tema sino que, en su defensa, mi compañero obtuvo la máxima calificación. En su trabajo de investigación consiguió mostrar desde un punto de vista psicológico que las personas que viven a fondo la Eucaristía entran en un proceso de transformación que contribuye de manera muy significativa a su madurez personal. En otras palabras, que viven más y mejor. No es este el lugar para resumir una tesis compleja, pero me voy a permitir inspirar en ella algunas reflexiones que conectan con el Evangelio de este XX Domingo del Tiempo Ordinario

Participar en la Eucaristía significa, en primer lugar, ser aceptado en una comunidad en la que no hay ningún tipo de discriminación, sentirse parte de un cuerpo social que –desde el punto de vista de la fe– simboliza el Cuerpo de Cristo. En un mundo en el que muchas personas se sienten solas, enfermas de individualismo o exclusión, este convite a la mesa eucarística es ya un primer paso terapéutico. El rito del perdón, a pesar de su extrema estilización litúrgica, muestra que todos somos acogidos, no por nuestros méritos sino por la infinita misericordia de Dios. Cuando el presidente pronuncia la fórmula absolutoria – “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna” – está impetrando el poder sanador de la misericordia divina sobre toda la asamblea y conecta la fragilidad de esta vida terrena con la apertura a la vida eterna. Nos ayuda a reconocer nuestro pecado sin sentirnos humillados, a la luz de un amor que nos ayuda a seguir caminando con dignidad. 

Las dos grandes mesas (la Palabra y la Eucaristía) condensan el centro del proceso transformador. La Palabra de Dios desenmascara, ilumina, calienta, cauteriza, exhorta, corrige, anima y vivifica: “Tu Palabra me da vida”. Entrar en la dinámica de la Palabra significa aceptar que, frente a las muchas palabras humanas que nos despersonalizan, hay una Palabra que nos hace más hombres y mujeres, que construye nuestra identidad y nos señala el camino. La Eucaristía reproduce el circuito de la vida misma. Lo que sucede con el pan y el vino es lo que le sucedió a Jesús y lo que acontece también en nuestras vidas: Dios nos toma (presentación de los dones), nos bendice (plegaria eucarística), nos parte (fracción del pan) y nos distribuye (comunión). Por eso, quien participa de la Eucaristía sacramental se dispone para hacer de toda su vida una Eucaristía permanente. ¡Si pudiéramos comprender mínimamente lo que esto significa no volveríamos a preguntar “por qué hay que ir a misa”! Sentiríamos que la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es lo que nos mantiene vivos y da la vida al mundo.

1 comentario:

  1. Muy bueno Gonzalo. Gracias! Con cuatro palabras se resume y condensa la celebración eucarística. A veces, encontramos fuera de sitio la primera por no entender que es el vestido apropiado para la el Banquete.

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