lunes, 22 de junio de 2020

¿Enterradores o parteros?

Con coronavirus o sin él, hay muchas cosas que están muriendo en esta vieja Europa. Una de ellas es la vida religiosa, al menos tal como la hemos conocido en los últimos siglos.  Raro es el día en que no leo alguna noticia que habla del cierre de un monasterio, un convento o una casa religiosa. El número de sacerdotes, religiosos y religiosas no cesa de disminuir. En ocasiones, se llega a situaciones dramáticas: dos o tres monjas ancianas viviendo solas en un viejo caserón que no pueden mantener. O un cura rural atendiendo más de una docena de pueblos pequeños, en los que la mayoría de la población son ancianos. Quienes tienen responsabilidades de gobierno se ven obligados a tomar decisiones que no querrían tomar, pero que vienen impuestas por las circunstancias. Cierres, reorganizaciones y fusiones se han convertido en palabras de moda. Mientras tanto, salvo contadas excepciones, el número de nuevas vocaciones es exiguo si tomamos como punto de referencia el de hace 50 años. ¿Qué futuro nos aguarda? ¿Hay que contentarse con que “el último apague la luz”? Varias publicaciones de signo conservador parecen casi alegrarse de esta crisis porque la ven como una consecuencia lógica de la orientación equivocada que tomó la vida religiosa tras el Concilio Vaticano II. Según ellos, una vida religiosa “mundanizada” ha acabado por perder su sabor. De aquellos polvos, estos lodos.

Veo las cosas desde dentro (porque formo parte de este contexto europeo y soy religioso) y un poco desde fuera (porque he tenido la oportunidad de conocer la pujanza de la vida consagrada en algunas partes de América y, sobre todo, en Asia y África). No es fácil hacer un diagnóstico certero. A primera vista, pareciera que, desde un punto de vista sociológico, las vocaciones estuvieran ligadas a tres variables: ambiente de fe, familias numerosas y pobreza sociológica. Las cosas no son tan sencillas, pero dan una pista. Es evidente que las tres han sufrido fuertes transformaciones en las últimas décadas en Europa. Surgen muchas preguntas: ¿Es que Dios solo llama a quienes proceden de familias muy creyentes, numerosas y pobres? ¿Acaso la vida consagrada no supone ya ninguna atracción para los jóvenes ultramodernos? ¿Ha cumplido ya su larga misión histórica y tiene que morir para que surjan nuevas formas laicales de seguir a Jesús? Solo la perspectiva del tiempo nos permitirá entender mejor lo que hoy estamos viviendo, pero es indudable que muchos se sienten como “enterradores” de un estilo de vida que fue, que sigue siendo (aunque un poco lánguido) y que probablemente no será más (al menos, bajo algunas formas conocidas). ¿Vale la pena adherirse a un grupo humano que está más preocupado por “enterrar” con dignidad lo que en otro tiempo fue floreciente que en explorar nuevas formas de vivir el Evangelio? En definitiva, ¿estamos llamados a ser “enterradores” de lo viejo o “parteros” de lo nuevo? La pregunta es retórica y un poco dualista, pero me parece que ayuda a poner sobre la mesa, sin demasiados matices, la realidad que estamos viviendo.

Estoy convencido de que el Espíritu Santo está suscitando hoy, como lo ha hecho siempre, modos nuevos de seguir a Jesús que respondan a las necesidades de nuestra sociedad. Algunos son muy visibles, pero la mayoría se encuentran todavía en estado embrionario. Si en algún momento ha sido necesario un estilo de vida alternativo al tipo de sociedad que vivimos, ese momento es hoy. Comprendo que a la gran mayoría de los jóvenes (hijos únicos o miembros de una familia formada por la famosa “parejita”) se les haga cuesta arriba preguntarse si podrían dedicar su vida a Jesús y al Evangelio viviendo como religiosos o religiosas. Desde niños han crecido en un ambiente en el que el ideal de vida se cifra en formarse bien y ganar dinero, disfrutar todo lo posible y no atarse a nada (ni siquiera a una vida matrimonial). En un contexto así, es humanamente imposible que se sientan atraídos a vivir en pobreza, castidad y obediencia. Pero justamente las cosas que parecen “imposibles”, las que más contradicen el espíritu de una época, son las más necesarias porque constituyen una alternativa de vida. No se trata de ofrecer más de lo mismo con pequeños arreglos cosméticos, sino una forma de vida que represente una novedad con respecto a lo que hoy es normal, que denuncie nuestra confusión actual y anuncie una vida sencilla y bella, centrada en Dios y solidaria con las necesidades humanas. 

Después de las guerras suele haber un rebrote de vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio. Es como si necesitáramos tocar fondo para darnos cuenta de lo que verdaderamente vale la pena. ¿Sucederá algo parecido en estos tiempos de pandemia? Tengo mis dudas, pero Dios sabe lo que necesitamos en cada momento. Él guía nuestros caminos. Mientras tanto, somos invitados a vivir el presente con serenidad, fidelidad y alegría. A cada día le basta su afán.

1 comentario:

  1. Hoy el título despista totalmente, hasta que no entras en el tema.
    El tema está muy difícil, pero para Dios no hay nada imposible.
    A veces pienso que las respuestas a las llamadas serán más tardías.
    En un pueblo de unos tres mil quinientos habitantes, participan de la Eucaristía en el fin de semana, entre sábado y domingo, cincuenta personas, y podemos imaginar las edades!!.
    Actualmente, un/a joven, que van a la escuela, instituto y universidad públicos, a no ser que lo vivan en su familia, no ven ni escuchan mensajes que les lleven a plantearse la vida como compromiso a la vocación religiosa.
    Como padres hay un trabajo inmenso en este campo, pero no de palabras, sino con su testimonio… Aunque de padres creyentes pueden surgir jóvenes que se apartan de todo lo que suene a Religión, Iglesia, Espiritualidad… y de padres no creyentes pueden surgir jóvenes que se sientan llamados al compromiso de entregar su vida al Señor.
    Vale la pena aprovechar la generosidad, entrega, altruismo con que los jóvenes actúan en momentos cruciales y como han hecho en esta pandemia.
    Nos queda orar y facilitar la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y procurar que nuestra vida pueda interpelar… Cuesta ver el futuro como será…

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