viernes, 5 de junio de 2020

No puedo respirar

Estas palabras se han convertido en un grito de auxilio y también en una consigna de guerra. Las pronunció George Floyd –“I can’t breathe”el pasado 25 de mayo cuando su cuello estuvo 8 minutos y 46 segundos bajo la rodilla opresora de un policía en Minneapolis (Minnesota, Estados Unidos). La están pronunciando en las últimas noches miles de personas en muchas ciudades norteamericanas que se unen al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) para protestar por los abusos policiales y el racismo que aflige a la sociedad norteamericana. Las palabras tienen el poder de crear la realidad. Elegir las palabras apropiadas determina el éxito o el fracaso de una causa.

Curiosamente, esas tres palabras han estado también en los labios de miles de víctimas del Covid-19, uno de cuyos efectos más dramáticos es la dificultad para respirar. Las pronuncian también quienes viven en ambientes muy contaminados y respiran un aire insalubre. Es bueno recordarlo hoy, que celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente. El tema de este año es la biodiversidad, la mejor protección contra las pandemias. Quienes viven en contextos dominados por la violencia, la injusticia o la explotación, podrían también reconocerse en las palabras de George Floyd. Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, cuando nos hemos sentido muy agobiados o sin fuerzas, hemos hecho nuestro este grito de auxilio: “¡No puedo respirar!”.

Es curioso que el término que los cristianos usamos para referirnos al Espíritu Santo (spiritus en latín, pneuma en griego y ruah en hebreo) significa precisamente aliento y también aire. No podemos respirar cuando nos falta aire en los pulmones, pero, más aún, no podemos vivir cuando nos falta el “aire” de Dios (el Espíritu Santo) en nuestra vida personal y social. Lo recordamos el pasado domingo en la fiesta de Pentecostés. Sin Espíritu, la vida humana se reduce a un fenómeno biológico cerrado en sí mismo y con fecha de caducidad. Con Espíritu somos una chispa de Dios que enciende el universo entero. Sin Espíritu, nos falta el oxígeno para vivir como hijos e hijas de Dios. Un mundo que se desentiende del Espíritu de Dios, que no se abre a sus inspiraciones, es un mundo que no puede respirar. Todo está conectado. Cuando no nos dejamos renovar por el aire de Dios, nuestra vida se empobrece y la naturaleza acusa la contaminación que los seres humanos producimos. Por eso, el papa Francisco clama desde hace años por una “ecología integral”. No nos está pidiendo simplemente que utilicemos menos plásticos, consumamos poca agua y plantemos más árboles. ¡Nos está pidiendo que nos abramos al “viento” de Dios para que todo (personas, sociedades y naturaleza) nos oxigenemos, podamos respirar y, por lo tanto, vivir con plenitud!

Cuando uno grita “No puedo respirar” todavía es consciente de que le falta el aire. Su grito es un clamor por la vida. Lo malo es cuando, mareados por la contaminación externa e interna, ya no tenemos fuerzas ni siquiera para pedir ayuda, cuando nos resignamos a malvivir en un estilo de vida romo y sin alicientes. Este es en muchas casos el drama de nuestro tiempo. Estamos mal y ni siquiera nos damos cuenta.

Ayer pasé toda la tarde reunido con mis compañeros del gobierno general y con los miembros del gobierno general de las Misioneras Claretianas. Entre otras cosas, repasamos cómo estamos viviendo estos meses de pandemia, qué hemos experimentado y qué hemos aprendido. Una de las conclusiones de nuestro diálogo fue que no es suficiente con que hayamos sobrevivido y estemos bien. Necesitamos poner nuestras fuerzas al servicio de quienes, dentro de nuestros entornos, han sido más afectados por la crisis. Las hermanas claretianas han estado muchos días preparando comida para 150 hombres y mujeres sin techo que acudían a una de las iglesias del Trastévere romano en busca de ayuda. Es solo un botón de muestra. Si queremos seguir respirando en los próximos meses tendremos que estar atentos a las familias que han perdido sus trabajos, a los niños sin escolarizar, a las muchas personas “tocadas” por tantos días de confinamiento, a los matrimonios que han entrado en crisis, a los sacerdotes que están cansados y atemorizados… Necesitamos un Pentecostés permanente para poder respirar.


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