miércoles, 24 de junio de 2020

¡Cuídate, Junípero!

Anoche fue una de esas noches que en los últimos tiempos se califican de “mágicas”. Tanto el solsticio de verano (en el hemisferio norte) como el de invierno (en el hemisferio sur) tienen todo el atractivo ligado al milagro de la luz menguante y creciente. Imagino que este año los ritos asociados (hogueras, saludo al sol naciente, baños en el mar, etc.) habrán estado en sordina debido a las medidas restrictivas provocadas por la pandemia. Yo me limité a subir a la terraza de mi casa y despedir el día más largo del año junto a algunos de mis compañeros. 

Teniendo en cuenta la fuerza simbólica de los solsticios, se comprende mejor por qué la Iglesia colocó la fiesta del nacimiento de Juan el Bautista en el solsticio de verano (24 de junio) y la de Jesús en el solsticio de invierno (25 de diciembre). Juan es la luz que mengua y Jesús la luz que crece. Claro, que esto es válido para el hemisferio norte. En el hemisferio sur todo el simbolismo se vuelve del revés. En cualquier caso, es hermosa esta simbiosis entre ciclos cósmicos, tradiciones culturales y liturgia cristiana. En la antigüedad, la Iglesia fue maestra en este arte. No sé si lo está consiguiendo hoy. Se requiere una nueva, poderosa y sugestiva inculturación. Parece que es más fácil hacerlo en contextos donde la naturaleza se reconoce como el primer libro de Dios que en otros en los que las creaciones del hombre ocupan el primer plano.

Aunque admiro mucho a Juan el Bautista, hoy me fijo en otro asunto. No entiendo por qué han derribado la estatua de fray Junípero Serra en San Francisco o por qué la han vandalizado en Palma de Mallorca, su tierra natal. Lo tildan de racista y explotador de los indios. Me temo que algunos de estos “nuevos inquisidores” no tienen ni la más remota idea de quién fue fray Junípero Serra, el apóstol de California, canonizado por el papa Francisco en 2015. O se han dejado llevar por la propaganda encargada de denostar su figura y borrar toda huella hispana en Estados Unidos. Una de las misiones fundadas por él en 1771 – la misión de San Gabriel, en el área metropolitana de Los Ángeles – la llevamos los claretianos desde 1908. He tenido ocasión de visitarla en varias ocasiones. Eso me permitió acercarme a la vida de Junípero, que es apasionante y relativamente larga para la época. Murió a los 70 años. Creo que, sin dejar de ser un hombre de su tiempo, impulsó una evangelización respetuosa y promotora de los indígenas. 

El siglo XVIII no era el siglo XXI.  Si a cualquier personaje histórico le aplicásemos los baremos éticos actuales, no quedaría títere con cabeza. No se salvaría ni uno, quizá ni el mismo Jesús. Comprendo que se quieran eliminar algunos símbolos que ensalzan a personajes siniestros (como Hitler, Stalin, Mao y tantos otros), pero me opongo a la eliminación de cualquier vestigio histórico por el simple hecho de que no coincida con nuestros gustos estéticos o criterios éticos actuales. Si así fuera, ¡hasta los que parecen más grandes (por ejemplo, Séneca, Leonardo da Vinci, Gandhi o Nelson Mandela) podrían ser tachados, sin escarbar demasiado, de misántropos, misóginos, machistas, homófobos, racistas, depredadores y otras lindezas por el estilo!

No creo que ningún historiador serio proceda así. Solo las personas muy ideologizadas, fanáticas y con poca formación histórica emprenden esta moderna iconoclastia. Pero como la historia tiene sus propios mecanismos de venganza, quienes desprecian y vandalizan a los “héroes” del pasado están poniendo las bases para ser despreciados ellos mismos dentro de una generación. En este punto, como en tantos otros, la Biblia es una guía en medio del laberinto humano. Una de las cosas que más me gustan de la Biblia y singularmente del Antiguo Testamento es que se trata de un conjunto de libros “políticamente incorrectos” que no superarían la estrecha y mojigata censura contemporánea.  En ellos se cuentan historias de amor y venganza, guerras y asesinatos, pasiones y adulterios, hechos grandiosos y pecados. No se libra nadie, ni siquiera el gran David. La Biblia no esconde la cara B de la historia humana para hacer una presentación edulcorada. Al contrario, nos muestra que la acción misericordiosa de Dios se va abriendo paso en la trama de las vicisitudes humanas, con toda su carga de belleza y fragilidad, de fidelidad y traición. Maquillar la historia significa no aceptar de dónde venimos y, por tanto, construir el futuro sobre fundamentos falsos y endebles. Creo que a estos modernos inquisidores e  iconoclastas no les vendría mal hacer un examen de conciencia para ver que en su propia vida no todo ha sido luminoso y, sin embargo, no es sano esconderlo o ignorarlo, sino aceptarlo e integrarlo para seguir viviendo. 

2 comentarios:

  1. Magnífico análisis de cómo la Biblia ha seguido con el mismo contenido que en muchos pasajes nos espanta. Y lo ha hecho a pesar de las críticas que recibe su contenido para quienes, con o sin intereses espureos, olvidan contemplar el paso del tiempo para tratar de valorar los comportamientos de nuestros antepasados que seguro que se parecían mucho a nosotros pero que vivieron en otros tiempos y circunstancias.

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  2. "Maquillar la historia significa no aceptar de dónde venimos y, por tanto, construir el futuro sobre fundamentos falsos y endebles". Excelente exposición.

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