jueves, 19 de enero de 2017

Unidos para que el mundo crea

Ayer comenzamos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Este año el tema es: Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia. Me resulta muy familiar porque el lema que san Antonio María Claret escogió para su escudo arzobispal fue precisamente esa misma frase de san Pablo extraída de la segunda carta a los Corintios: Caritas Christi urget me. Aquí, en Inglaterra, el desafío ecuménico se percibe con mucha claridad. Junto a nuestra comunidad de Buckden está la iglesia anglicana. Ayer, en una breve visita vespertina a la comunidad de Hayes, comprobé que a pocos pasos está la sede de la Iglesia Metodista y, un poco más allá, una de las mezquitas de un barrio que es claramente multicultural y multirreligioso. Por cierto, me sorprendió mucho la publicidad del Corán que vi en una pancarta colgada de la fachada de la mezquita. Decía, más o menos, lo siguiente: “El noble Corán nunca ha cambiado, nunca se ha modificado. Miles de millones lo leen. Millones lo saben de memoria. ¿Te has preguntado por qué?”. El viandante podía llevarse gratis un ejemplar en inglés. No es que me entraran unas ganas irrefrenables de hacerme musulmán, pero me di cuenta de que la publicidad era impactante. Quizá deberíamos aprender a hacer algo semejante con la Biblia.

La unidad de los cristianos se hace más urgente en este 2017 en que celebramos el quinto centenario de la Reforma protestante. He leído algunos comentarios de pastores protestantes que sostienen que si en la Roma del siglo XVI hubiera habido un Papa como Francisco jamás se hubiera producido la división. Es imposible hacer juicios anacrónicos, pero detrás de esas afirmaciones hay una verdad palmaria: cuanto más auténticamente vivimos el Evangelio, más contribuimos a la unidad. Y viceversa. Se suele decir que el primer milenio fue la etapa de la división entre la Iglesia de Oriente (ortodoxa) y la de Occidente (católica). El segundo milenio conoció la separación de las Iglesias surgidas de la Reforma protestante. Oramos para que el tercer milenio no continúe la senda de la división sino que sea una etapa de reconciliación y de unidad. Estamos convencidos de que esta nueva unidad será un fruto del Espíritu Santo, no solo el acuerdo entre las partes fragmentadas. Por eso, a iniciativa del sacerdote anglicano Paul Watson, se celebra desde principios del siglo XX esta semana de oración por la unidad. En algunos países de mayoría católica nunca ha arraigado mucho en la mentalidad de los fieles, pero en aquellos lugares en los que la diversidad confesional es patente (por ejemplo, en Centroeuropa) es una semana significativa. El ecumenismo debería ser una preocupación de todos aquellos que nos sentimos interpelados por la oración de Jesús: “Padre, que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21). La credibilidad de la misión de la Iglesia está, pues, ligada al testimonio de unidad. Lo que sucede en el plano de las diversas confesiones sucede también en relación con las comunidades religiosas, las familias cristianas, etc. No es digno de fe el anuncio de quienes viven divididos. La reconciliación, por el contrario, es signo de credibilidad. El lema de este año va en esta dirección. Donde hay experiencia del amor de Cristo, hay siempre perdón y nuevo comienzo.

Escribo estas notas horas antes de emprender el vuelo de regreso a Roma, tras una breve estancia en Inglaterra. Ayer me entristecieron las noticias de la cadena de terremotos en Italia y de las consecuencias de la ola de frío sobre los afectados. Ante este panorama, siento casi vergüenza de escribir este post desde una habitación con moqueta en el suelo (algo común en Inglaterra), buena calefacción y todo lo necesario para descansar confortablemente. Me meto en la piel de los terremotati que, tras las devastadoras consecuencias de los terremotos, tienen que sufrir ahora las secuelas del frio invernal. Lo mismo están experimentado miles de refugiados en Grecia y algunos países del Este europeo. Es verdad que se han multiplicado las iniciativas solidarias, pero no son suficientes para paliar una situación que muchos califican de inhumana. También aquí las iglesias deberían estar en la vanguardia de la solidaridad. Va en nuestro ADN.

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