lunes, 9 de enero de 2017

Elogio del tiempo ordinario

Tras las dos semanas de Navidad, hoy comienza en la liturgia de la Iglesia católica el largo Tiempo Ordinario que durará hasta el 2 de diciembre. Del 1 de marzo al 4 de junio se interrumpirá para la celebración de la Cuaresma, la Semana Santa y el Tiempo Pascual. La Pascua de Resurrección será este año el 16 de abril. Quedan más de tres meses. Tenemos por delante muchas semanas para profundizar en el misterio de Cristo en la vida ordinaria de cada día. Yo comienzo este tiempo en Cochabamba, la tercera ciudad de Bolivia, a la que llegué ayer después de volar de Lima a Cusco, de Cusco a La Paz y de La Paz hasta esta hermosa ciudad, un auténtico rally aéreo que me supuso casi diez horas desde que salí de casa hasta que llegué a mi destino. Aquí, a más de 2.500 metros de altura, la temperatura es suave. La sequedad ambiental se mitiga con las lluvias que caen en esta época del año. La ciudad se enclava en un fértil valle que en el pasado sirvió como reserva agrícola para alimentar a las vecinas ciudades mineras. Hacía 13 años que no volvía a esta ciudad, habitada por mestizos e indígenas de etnia quechua, con una minoría de criollos y blancos. Se perciben a primera vista muchas mejoras en las infraestructuras. Las compañías chinas también han llegado hasta aquí. Pero esto no basta para medir la verdadera temperatura social de la ciudad. Seguiré con los ojos abiertos y los oídos atentos.

Hasta este rincón del mundo me llegan las imágenes de las fuentes de Roma heladas debido a las bajas temperaturas que están afectando a Italia y a buena parte de Europa. Es una estampa insólita. Leo que la ola de frío ha causado ya más de treinta muertos y que agrava el drama de los refugiados. Los estudiantes regresan a clase tras el paréntesis navideño, aunque en el hemisferio sur están disfrutando de las vacaciones de verano. Todas estas y otras muchas cosas forman ese “tiempo ordinario” en el que la liturgia nos invita a reconocer la presencia misteriosa del Resucitado. Para algunos, el tiempo ordinario representa el imperio de la rutina y el tedio. No soportan la secuencia regular de mañanas, tardes y noches. Para otros, conscientes de la presencia de Dios en todo y en todos, cada momento está cargado de sentido, es portador de una revelación diminutiva. En el fondo, el Tiempo Ordinario nos invita a reconocer los signos que el Señor nos va dejando en todo lo que sucede. Me vienen a la memoria unos versos de Walt Whitman que me acompañan desde hace muchos años:

“Veo algo de Dios cada una de las horas del día,
y cada minuto que contiene esas horas,
En el rostro de los hombres y mujeres, en mi rostro que refleja el espejo, veo a Dios.
Encuentro cartas de Dios por las calles,
todas ellas firmadas con su nombre,
y las dejo en su sitio, pues sé que donde vaya
llegarán otras cartas con igual prontitud”.


Esa capacidad de ver “cartas de Dios por las calles” es lo que nos permite afrontar la vida de cada día con esperanza. Dios siempre nos habla, pero nosotros no siempre estamos en condiciones de escuchar y descifrar su voz porque andamos enredados en mil asuntos que nos parecen trascendentales, pero que nos van secando el alma. Quien se reconcilia con la cotidianidad hace suya la frase del Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. No necesitamos rompernos la cabeza con demasiadas cosas. Jesús mismo nos ha recordado que “a cada día le basta su afán” (Mt 6,34). 


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