sábado, 7 de enero de 2017

Gracias (al Dios de la) vida

Siempre me ha gustado la canción Gracias a la vida, de la cantante chilena Violeta Parra (1917-1967). En los años 70 se convirtió en un himno de una generación rebelde y soñadora que no renunciaba a la fuerza revolucionaria de la poesía. Hay innumerables versiones, algunas muy logradas, como la de la argentina Mercedes Sosa, que difundió la composición de Violeta Parra en el mundo hispanohablante, la de Cecilia o la de Joan Baez. Incluso Raphael ha hecho suya esta canción en numerosas ocasiones. Hoy quisiera proponer mi versión. Me limito a unos mínimos, aunque decisivos, retoques redaccionales: la sustitución del artículo la que precede a la palabra vida por el nombre Dios; y la sustitución de el hombre por el Señor. Sé que es una temeridad alterar la obra de un poeta, pero esta pequeña cirugía –que no supone una falta de respeto– responde a mi forma de entender la vida a la que la canción da gracias. Solo explicito mi fe. Para mí, “la vida” es Dios. En Él “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). El hombre por antonomasia es Cristo, el Señor: “He ahí al Hombre” (Jn 19,5). Para mí, hoy, la canción suena así:

Gracias a Dios-vida, que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros, que cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo, su fondo estrellado,
y en las multitudes, al Señor que yo amo.

Gracias a Dios-vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que en todo su ancho
graba noche y día grillos y canarios,
martillos, turbinas, ladridos, chubascos
y la voz tan tierna de mi bien amado.

Gracias a Dios-vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario.
Con él, las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.

Gracias a Dios-vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados.
Con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a Dios-vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano,
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.

Gracias a Dios-vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto,
y el canto de todos que es mi propio canto.

Gracias a Dios-vida, gracias a Dios-vida.

El paso del tiempo nos ayuda a entender que “por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15,10), que no hay nada valioso en nuestra vida que no lo hayamos recibido como don. Cuando somos niños jugamos a menudo el papel de víctimas para conseguir nuestros deseos. Un buen llanto abre muchas puertas. Cuando somos adolescentes y jóvenes nos volvemos reivindicativos, queremos comernos el mundo. Nos sentimos protagonistas de más cosas de las que hacemos. Es normal. Sin esa energía no emprenderíamos proyectos de futuro ni llegaríamos a ser responsables de nuestra vida. La responsabilidad juvenil y adulta sustituye a la dependencia infantil. Llega un momento –creo que estoy entrando en él– en que nos hacemos más conscientes de nuestros límites. Entonces caemos en la cuenta de que no lo podemos todo, de que necesitamos ayuda, de que siempre la hemos necesitado. Nos volvemos agradecidos. La etapa de la gratitud (a Dios, a nuestros padres, hermanos y amigos, a la sociedad, a la vida) es una etapa eucarística. Le ofrecemos a Dios nuestra pobreza y también nuestros pequeños logros para que transforme todo en cuerpo de Cristo.

La canción de Violeta Parra me estremece por su belleza, pero adivino en ella un toque melancólico y quizá desesperanzado. Por eso, les pido prestadas a mis amigos de Brotes de Olivo otras palabras que no solo transmiten gratitud sino que confiesan al destinatario: “Hoy, Señor, te daré las gracias por mi vivir”. Refuerzan la alegría y la esperanza. Gracias de corazón, amigos.


1 comentario:

  1. Querido amigo,
    Gracias por tus palabras, por la forma de ser agradecido a Quien más ha hecho por cada uno de nosotros. Me haces feliz y me ayudas a ser agradecido. Te deseo que pases en Lima un feliz día agradecido. Un abrazo de hermano.

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