domingo, 8 de enero de 2017

La importancia de ser hijos

Sí, ayer me vi obligado por fuerza mayor a actualizar el texto que figura en la parte superior de la columna derecha de este blog, justo debajo de la fotografía con el papa Francisco, en la sección “El autor del Blog”. Donde decía “Tengo 58 años” tuve que escribir “Tengo 59 años”. En fin, estas cosas pasan. La verdad es que yo viví el acontecimiento con serenidad, gratitud y alegría, como el ingreso en la “década prodigiosa” de los 60. Aprovecho este rinconcito para agradeceros las muchas muestras de cariño y amistad. He procurado responder personalmente a cada uno, pero es probable que se me haya quedado alguna respuesta en el tintero. Con frecuencia me toca celebrar el cumpleaños fuera de mi comunidad y de mi país porque en muchos lugares aprovechan las vacaciones navideñas para organizar capítulos, asambleas, retiros y cursillos a los que me invitan o tengo que asistir por oficio. Esto me permite experimentar con más fuerza la alegría y también la nostalgia de la vida itinerante. Ayer pude disfrutar de la hospitalidad de los claretianos de Lima que me acompañaron como excelentes compañeros y hermanos.

Después de dos semanas intensas, hemos llegado al final del tiempo litúrgico de Navidad. Hoy se celebra la fiesta del Bautismo de Jesús, aunque en algunos países (por ejemplo, en Perú) se ha trasladado al lunes porque hoy es la Epifanía. Le tengo un especial cariño a esta fiesta por una razón biográfica más que teológica. Yo nací el 7 de enero de 1958. Aquel año cayó en martes. Me bautizaron el domingo 12, que coincidía con la fiesta del Bautismo del Señor. Os puede parecer algo ingenuo, pero cuando, pasados los años, me enteré de que había recibido el Bautismo en la fiesta del Bautismo de Jesús sentí una especial alegría. Lo consideré un signo de gracia. Si queréis una explicación exegética sobre las lecturas de este día, os recomiendo la reflexión de Fernando Armellini. Peca de exceso de longitud para los tiempos que corren, pero está bien fundamentada, es clara y sugerente. Yo seguiré otro derrotero más personal.

Jesús comienza su ministerio con dos experiencias que constituyen las dos caras de su misión: el bautismo (en el que experimenta su condición de hijo del Padre) y las tentaciones (en las que se enfrenta a una manera distorsionada de entender su mesianismo). Estas dos experiencias lo van a acompañar hasta la cruz. También allí experimentará la prueba y la consolación. No se trata de dos fuerzas equipotentes. Hay una que vence: la filiación. El Padre no abandona a su Hijo. Los que nos reconocemos discípulos de Jesús vivimos esta misma tensión. La vida está llena de pruebas. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado si merece la pena creer, qué sacamos en limpio siendo uno de los suyos? ¿Cuántas veces nos hemos cansado y nos han entrado ganas de tirar la toalla? No necesitamos esforzarnos para que venga la tentación: llega sola, funciona por defecto. Por eso en el Padrenuestro pedimos: “Líbranos de la tentación”. Lo que necesitamos cultivar es la experiencia de ser hijos. Esta es –si se me permite la metáfora– una aplicación que se instala en el Bautismo.  Solo cuando esta aplicación funciona correctamente, cuando vivimos como “hijos amados”, podemos enfrentarnos a los virus del derrotismo, el sinsentido o la desesperanza.

Cuando nacemos traemos ya una preinstalación: somos criaturas de Dios. El Bautismo nos introduce plenamente en la experiencia de ser hijos. Y si somos hijos, también herederos. ¿Cuáles son los rasgos que distinguen a los hijos de los siervos?
  • Todo hijo es digno e inviolable. Podrán insultarme, calumniarme, herirme, matarme. Nada ni nadie podrá arrebatarme mi dignidad grabada a fuego por el Bautismo. Un hijo de Dios es siempre un rey, un sacerdote, un profeta.
  • Todo hijo está llamado a la alegría. Podré experimentar pruebas, desalientos, altibajos y noches oscuras. Nada ni nadie podrá arrebatarme el gozo de ser hijo del Padre. Donde hay gracia (cháris) hay siempre alegría (chára).
  • Todo hijo es bendecido con el don de la paz. Podré experimentar problemas, conflictos y fracasos. Nada ni nadie podrá quitarme el don de la paz (Shalom) porque mi vida está sustentada en Dios, mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi alfarero.




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