domingo, 29 de enero de 2017

La felicidad "según Dios"

Pocos pasajes bíblicos habrán recibido tantas interpretaciones como el que nos propone el evangelio de este IV Domingo del Tiempo Ordinario. No me cuesta imaginar a Jesús recostado en la colina cercana al lago de Tiberíades en la que la tradición sitúa la predicación de las bienaventuranzas. Hoy es un lugar sugerente, recogido y encantador, visitado por miles de peregrinos. Estuve allí hace menos de tres meses. Pero quizá cuando el evangelista Mateo habla de un monte se está refiriendo –siguiendo la tradición bíblica– al lugar desde el que Dios nos habla, por oposición a la llanura, que es el lugar donde los seres humanos nos movemos. Desde ese monte físico o simbólico, Jesús nos propone “cómo ser felices según Dios”. Pero, ¡ojo!, no nos está sugiriendo algunos trucos como quienes nos prometen “ser felices en 10 días” o nos ofrecen “siete claves científicamente probadas para ser felices”. Jesús nos revela cómo ve Dios las cosas. Es como si nos quitase una venda de los ojos para que nos demos cuenta de qué caminos conducen a la felicidad y de cuáles, aunque sean muy atrayentes, nos alejan de ella. En la versión de Mateo que leemos hoy, los caminos que conducen a la felicidad son ocho, aunque bien pudieran ser nueve.

Cuando yo era niño, mi catequista de primera comunión me enseñó una fórmula nemotécnica para recordar las ocho bienaventuranzas clásicas. Aunque han pasado muchos años, no la he olvidado: po-man-llo-ham-mi-lim-pa-pa. Es fácil descifrarla: po (los pobres), man (los mansos), llo (los que lloran), ham (los hambrientos), mi (los misericordiosos), lim (los limpios de corazón), pa (los pacificadores), pa (los que padecen persecución por la justicia). ¿Quién de nosotros no se encuentra –o puede encontrarse– en alguna de estas situaciones vitales?  La primera es quizás la más llamativa porque –junto con la octava– comparte el verbo de la segunda parte en indicativo (es) y hace una referencia explícita al reino de los cielos (que es un semitismo para referirse al reinado de Dios): “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (primera); “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (octava). De la segunda a la séptima, todos los verbos están en futuro: “heredarán la tierra… serán consolados… quedarán saciados… alcanzarán misericordia… verán a Dios… serán llamados hijos de Dios”. Las interpretaciones son varias, pero cada vez me oriento más hacia una comprensión escatológica (¡y perdón por el término!).

Un pobre es feliz porque, en ausencia de alguien que se preocupe de él, Dios se pone siempre de su parte, se convierte en su abogado defensor. Pero Mateo, a diferencia de Lucas, añade la expresión pobre de espíritu”, que ha hecho correr ríos de tinta y no acaba de encontrar una interpretación consensuada entre los estudiosos. Me parece que Jesús no desea que haya pobres de solemnidad ni está defendiendo ningún ideal pauperista como los que cada cierto tiempo reaparecen en la historia. De hecho, en la iglesia primitiva se reconoce que, cuando se comparten los bienes, “no hay ya ningún pobre” (Hch 4,34). Jesús nos está diciendo que el Reino de Dios –y, por tanto, la felicidad que conlleva– comienza en esta vida, cuando uno no retiene nada para sí, cuando es capaz de compartir lo que es y lo que tiene. Creo que esto significa ser pobre “de espíritu”. Como este ideal se realiza muy fragmentariamente en esta vida terrena (basta que abramos los ojos), solo seremos felices cuando, a través de la muerte, no retengamos ya nada para nosotros mismos, nos entreguemos plenamente a Dios, nos convirtamos en eucaristía para la vida del mundo. La felicidad, pues, aunque comienza aquí en la medida en que nos damos, es un don que solo será pleno al final del camino. Cualquier otra promesa –incluidas las que hacen ciertas teologías y algunos sistemas políticos– me parece una impostura porque en esta vida nadie puede darse plenamente. El egoísmo nos acompañará hasta el final.

Os recomiendo leer el comentario de Fernando Armellini al evangelio porque comenta con detalle cada una de las bienaventuranzas. Sus palabras nos ayudan a conectar el pregón de Jesús con lo que estamos viviendo hoy. Y, si no tenéis muchas ganas de leer, siempre podéis ver y escuchar el correspondiente vídeo.


Os puede gustar también el himno Bienaventurados los misericordiosos de la JMJ 2016:


1 comentario:

  1. Yo tengo 75 años, y esa regla mnemotécnica de las ocho bienaventuranzas clásicas me la enseñó, de muy niño yo, mi mamá. Con la cosa de que, a la última, ella le añadía una "d". ASÍ: po-man-llo-ham-mi-lim-pa-pad.
    Puse la retahíla mnemotécnica en el busador de Google y me encontré este artículo. GRACIAS.
    Atonio Gualda Jiménez (Granada).

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