lunes, 14 de enero de 2019

Todo el tiempo está en ti

El comienzo del Tiempo Ordinario, tras las celebraciones navideñas, nos ayuda a valorar el encanto de lo cotidiano. Es verdad que hay una cotidianidad rutinaria, aburrida, asesina. Es la de quienes todos los días hacen lo mismo sin encontrar sentido a sus acciones y sin experimentar placer en ellas. Muchos trabajadores que están en cadenas de producción viven esta forma moderna de esclavitud. Hacer todos los días las mismas cosas, con las mismas personas y del mismo modo puede ser un infierno. Pero hay también una cotidianidad que nos reconcilia con el ritmo de la vida. Muchos ancianos, curados ya de los deseos juveniles de hacer siempre cosas nuevas, viven con gratitud y sencillez los ritos de cada día: despertarse, abrir la ventana, respirar el aire fresco matutino, asearse, prepararse con calma un buen desayuno, arreglar la casa, hacer la compra, preparar la comida, saborear un plato apetecido, leer un libro, dar un paseo, hacer una llamada telefónica, visitar una iglesia, ver una serie de televisión, etc. Las personas que han aprendido a dar sentido a cada cosa no se hacen problema con la repetición. Disfrutan de la cotidianidad. Lo mismo les sucede a los contemplativos que repiten las mismas oraciones todos los días a lo largo de su vida. Esta cotidianidad reconciliada es un antídoto contra la cultura del frenesí, que necesita estar continuamente cambiando y nunca encuentra la quietud que, en el fondo, anhela.

Hay un himno litúrgico que me acompaña desde mis tiempos juveniles y que pone palabras justas y hermosas a esta experiencia al comenzar la jornada:

Comienzan los relojes
a maquinar sus prisas;
y miramos el mundo.
Comienza un nuevo día.

Comienzan las preguntas,
la intensidad, la vida;
se cruzan los horarios.
Qué red, qué algarabía.

Mas tú, Señor, ahora.
eres calma infinita.
Todo el tiempo está en ti
como en una gavilla.
        
Rezamos, te alabamos,
porque existes, avisas;
porque anoche en el aire
tus astros se movían.

Y ahora toda la luz
se posó en nuestra orilla. Amén.

En medio de la algarabía diaria, de las prisas y las preguntas, el himno presenta a Dios como “calma infinita”. No es que Dios sea un ser inerte. Quien ama está siempre henchido de pasión. Lo que ocurre es que no está sometido a los vaivenes de nuestros relojes y nuestras ansias porque “todo el tiempo está en ti / como en una gavilla”. Cuando entramos en contacto con Él a través de la oración, entonces participamos de esa calma divina. Reconocemos con alegría que “ahora toda la luz / se posó en nuestra orilla”. A veces, en medio de las prisas modernas, lo mejor que podemos ofrecer a las personas enfebrecidas es un poco de calma. Hay personas que actúan como pulmones verdes en el caos de la ciudad. Acercarse a ellas es sentir que las cosas pueden ser de otra manera, discurrir con otro ritmo, que es posible hacer mucho y de manera eficaz sin ser prisioneros de la prisa. El largo Tiempo Ordinario (dura 34 semanas) es una buena oportunidad para entrenarnos en un ritmo de vida más saludable que se parece más al que siguen las plantas en los campos que al de las máquinas de nuestras ciudades.

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