viernes, 7 de diciembre de 2018

A vueltas con la Biblia

Dentro de unas horas salgo para Medan (Indonesia), vía Singapur, un pequeño país con menos de seis millones de habitantes y casi 100.000 dólares de renta per cápita. Los cristianos representan alrededor del 18% de la población, el segundo grupo religioso por detrás de los budistas (33%). Yo estoy enamorado de Asia, así que espero disfrutar las dos semanas que voy a pasar allí. Me pongo en camino en la fiesta de san Ambrosio de Milán, un hombre del siglo IV, nacido en Tréveris, con una biografía digna de la mejor película de Hollywood. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina (junto con san Jerónimo, san Agustín y san Gregorio Magno) y uno de los 36 Doctores de la Iglesia católica. Poseía una sólida formación retórica y jurídica, lo que le llevó a ser gobernador de todo el norte de Italia. Aunque procedía de una familia cristiana, no fue bautizado de niño. Siendo todavía catecúmeno, fue designado obispo de Milán, así que en una semana tuvo que recibir el Bautismo y el Orden sacerdotal antes de proceder a su consagración episcopal. No creo que haya existido una carrera eclesiástica más corta en la historia de la Iglesia. A partir de entonces se dedicó al estudio, sobre todo de las Sagradas Escrituras, y al gobierno de su inmensa diócesis. Murió a los 57 años. Todavía hoy, la arquidiócesis de Milán tiene a san Ambrosio como su figura señera −junto a la de san Carlos Borromeo−, hasta el punto de que sigue practicando el rito ambrosiano promovido por él.

Yo relaciono espontáneamente la figura de san Ambrosio con la Biblia. Se empapó a fondo. Se podría decir que su vida fue una destilación de la palabra de Dios encontrada en las Escrituras. Otro Padre de la Iglesia, San Jerónimo, llegó a decir que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Uno de los grandes problemas del catolicismo a lo largo de los siglos ha sido la enorme ignorancia bíblica de sus fieles, debida, en parte, al analfabetismo generalizado. Es verdad que se conocían algunos pasajes de la llamada historia sagrada (sobre todo, a través de las predicaciones y de las representaciones artísticas), pero faltaba formación y, sobre todo, el hábito de orar a partir de la Palabra de Dios. Las devociones, fundadas con frecuencia en ella, sustituyeron en muchos casos a la Biblia, que casi se consideró patrimonio de los protestantes. Muchos católicos tenían una biblia en su casa, pero no sabían cómo leerla. El Concilio Vaticano II, sobre todo con la constitución Dei Verbum, dio un fuerte impulso a la Palabra de Dios y estimuló la pastoral bíblica. En los últimos 50 años se ha avanzado mucho, pero queda muchísimo más por hacer. Son más bien escasos los cristianos que tienen una formación suficiente para leer con provecho las Escrituras. Me sorprende escuchar a algunos intelectuales que todavía hoy dicen que la Biblia es obsoleta porque habla de la creación del mundo en seis días, lo cual contradice cualquier explicación científica. ¿Nadie les habrá explicado a estas personas lo que significa un género literario y cómo deben interpretarse los dos primeros capítulos del Génesis? Es solo un botón de muestra de la enorme ignorancia que existe, incluso en personas con un alto grado académico.

Han pasado quince años desde su publicación por parte de la Comisión Bíblica Internacional, pero sigue siendo recomendable leer el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia, aunque me hago cargo de que, por su longitud y carácter técnico, no está al alcance de todos. Quizá es más fácil acercarse a un cuadernillo pedagógico como el titulado Leer la Biblia hoy o a la entrada de internet Cómo estudiar la Biblia. En los últimos años se han multiplicado los subsidios de formación bíblica a varios niveles. Parroquias y comunidades cristianas han organizado cursos populares. Se han difundido muchos subsidios que ofrecen las lecturas de cada día para la meditación personal. También los misioneros claretianos publicamos en varias lenguas el Diario Bíblico, Palabra y Vida, La Misa de cada día, etc. Disponemos de un portal bíblico en español e inglés que ofrece materiales de diverso tipo y distintos niveles. De todos modos, más allá del aspecto formativo, lo importante es aprender a leer la Biblia como la palabra que Dios nos dirige a cada uno de nosotros. Si es verdad que la fe llega como respuesta a la palabra de Dios (fides ex auditu), no se puede creer sin prestar atención a esta Palabra. Quizá el déficit bíblico sea uno de los factores que explique la depauperación espiritual que estamos viviendo. Nunca es tarde para iniciarse.


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