lunes, 1 de diciembre de 2025

El Director


Un compañero me regaló hace unos días El Director, un libro escrito por el periodista David Jiménez en 2019. Como indica el subtítulo, el libro trata sobre “secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo”. Supongo que en su momento provocaría escándalo en el mundo de los medios de comunicación social, pero entonces yo vivía en Roma, así que no pude seguirlo de cerca. Estoy seguro de que mi compañero me regaló el libro teniendo en cuenta que ahora yo soy un pequeño director de una pequeña publicación llamada Vida Religiosa. Ni esta revista tiene que ver nada con El Mundo, ni yo tengo la trayectoria de David Jiménez, pero siempre se puede aprender algo. 

Confieso que me he devorado el libro en pocas horas. Está escrito con orden y agilidad. Lo que se escribió hace casi siete años conserva toda su vigencia. Quizás incluso es ahora mas actual que entonces. Lo que David Jiménez cuenta, tras su experiencia de un año como director de unos de los principales periódicos españoles, es el ambiente de “secretos e intrigas” que rodea a los medios de comunicación social. Entre sus directores, las empresas que los patrocinan, los empresarios del IBEX y los políticos de turno hay un permanente correveidile de presiones, halagos, chantajes y amenazas. No es que revele nada que no se supiera o intuyera, pero el relato cobra vida cuando va acompañado de nombres, fechas, reuniones y acontecimientos.


Es casi imposible ser un periodista “independiente”. Y no digamos si se trata de un periódico, una radio o una televisión. Todos estos medios viven en buena medida de la publicidad institucional o privada porque los usuarios no estamos dispuestos a pagar demasiado por su uso. Y quien paga la publicidad pone condiciones, exige privilegios, compra su imagen pública. Entre las anécdotas curiosas figuran las de algunos personajes famosos que llamaban airados al director del periódico para quejarse de que, en esa minisección en la que se colocan algunas fotos y nombres con una flecha hacia arriba (para indicar aceptación o aplauso) o hacia abajo (para indicar rechazo o crítica), ellos figuraban con la flecha hacia abajo. El impacto era mínimo porque los personajes de ese día eran sustituidos por los del día siguiente, pero su ego no se resignaba a que el director del periódico, como si fuera un césar redivivo, hubiera orientado su pulgar hacia abajo. Su autoestima quedaba por los suelos.

Estas miserias y otras de más calado nos ayudan a caer en la cuenta de que estamos vendidos. Para conocer la realidad dependemos de los medios de comunicación, pero a menudo estos nos ofrecen una visión que está vendida a los intereses corporativos o de aquellos que pagan, presionan o amenazan.


La irrupción de internet ha hecho que los medios tradicionales pierdan peso en beneficio de las redes sociales. Hoy cualquiera puede convertirse en informador u opinador. Basta crearse una cuenta en YouTube, Facebook, X, Instagram o en cualquier otra red social. La ventaja es que la información puede llegar directa al usuario, sin los filtros de las corporaciones. El gran riesgo es que se abre la veda para que las noticias verdaderas se pongan al mismo nivel que los bulos. A menudo es muy difícil distinguir la verdad de la mentira, la opinión ponderada del chisme o la calumnia. 

No sé si hemos avanzado o retrocedido con respecto al mundillo descrito por David Jiménez en El Director, pero por lo menos nos hemos vuelto más críticos y precavidos ante los riesgos de manipulación. Ya no se puede decir alegremente eso de que “lo he leído en el periódico, lo he oído en la radio o lo he visto en televisión” como prueba irrefutable de autenticidad. Nos vemos obligados a contrastar fuentes y a extraer nuestra propia conclusión. Tenemos que ser adultos a la fuerza.