
¿Cómo se puede mostrar que Jesús procede de David si su madre María ha concebido sin la participación de José, que es el verdadero miembro de la estirpe davídica? El evangelio de este IV Domingo de Adviento afronta este asunto para lectores cristianos provenientes del judaísmo. Como dice Pablo en su carta a los romanos (segunda lectura), “este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David”. Mateo termina su genealogía de Jesús haciendo un quiebre maestro: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16).
Las genealogías judías siempre proceden por línea masculina. Pero en el caso de Jesús hay algo extraordinario: José no es su padre biológico porque -como leemos en el evangelio de hoy- “antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo”. ¿En qué consiste, pues, su participación? Aquí se inserta el relato vocacional de José. El ángel de Dios, después de pedirle que acoja a María embarazada y que no la despida, como ya había decidido, le asigna una misión: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Poner el nombre está reservado a quienes legalmente ejercen la paternidad. José no es padre biológico de Jesús, pero sí padre legal.

El nombre que se le va a imponer al niño no parece coincidir con el anunciado por el profeta Isaías y citado por Mateo: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”. En realidad, Jesús (que significa “Dios salva”) es otra forma de referirse al Emmanuel (Dios con nosotros), porque la presencia de Dios es siempre salvífica y liberadora. Ya sabemos lo esencial acerca de la identidad del niño cuyo nacimiento celebraremos dentro de unos días. Él es la presencia salvadora de Dios en medio de nosotros.
Los jóvenes María y José son los cauces a través de los cuales se va a realizar este plan misterioso de Dios. Ambos se sienten desconcertados porque este plan no coincide con sus proyectos. En el relato vocacional de María, la joven expresa su turbación y su inquietud con palabras que Lucas coloca en su boca. En el caso de José, no hay palabras. Solo un silencio elocuente y la resolución de despedir a María en secreto. Uno de los signos que nos ayudan a discernir si algo viene de Dios es la inadecuación con nuestros planes. Cuando lo de Dios encaja perfectamente con lo que nosotros pensamos y decidimos, podemos sospechar que se trata de algo cortado a nuestra medida. Los planes de Dios siempre sorprenden, desestabilizan, superan lo imaginado.

Pero la historia vocacional de María y José va más allá de su desconcierto inicial. Pasa por la promesa de Dios que los invita a no temer, a confiar en la fuerza de su Espíritu, porque “para Dios nada hay imposible”. En el final, ambos coinciden mediante una rendición humilde a la voluntad de Dios. Lucas pone en labios de María un Hinnení maravilloso: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”. En el caso de José, el evangelio de Mateo no reporta ningún dicho, sino una acción contundente: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer”.
Es hermoso que, pocos días antes de la Navidad, la liturgia nos presente las vocaciones de los padres de Jesús porque de este modo podemos comprender mejor la identidad del niño que va a nacer y, al mismo tiempo, meditar sobre nuestra propia vocación. En todos los casos, Dios toma la iniciativa, nosotros nos sentimos sorprendidos y alterados, Dios nos invita a no temer y nos promete su ayuda. El elemento final -la rendición humilde y amorosa a su voluntad- siempre permanece abierto. Depende de nuestra libertad. ¿Diremos que sí como María y José o, más bien, difuminaremos la respuesta en una cadena de infinitos
“depende”, “tal vez”, “más adelante, “tengo que pensármelo”, etc.?





























