viernes, 11 de octubre de 2019

No sobra nadie

La entrada de ayer ha tenido más eco del esperado. Lo que más se comenta no es el drástico descenso en la práctica religiosa juvenil –asunto por lo demás muy conocido– sino las sugerencias que pueden mejorar la vida de las parroquias. Quiero partir de una experiencia personal. A veces, cuando tengo que presidir una Eucaristía en alguna parroquia europea (sobre todo, en Italia o España), me hago la siguiente reflexión: “En este grupo de personas (pongamos un conjunto de cien o doscientas) tiene que haber gente con un talento especial para leer. Es probable que haya algunos músicos aficionados o, por lo menos, personas que saben cantar. No es extraño que varios tengan experiencia en el campo económico o de gestión. Con toda seguridad habrá hombres y mujeres con dones para la acogida, la escucha, el servicio, etc. ¿Cómo sacar partido de tanta riqueza?”. A veces las celebraciones resultan anodinas. Muchas parroquias languidecen. Hay párrocos desanimados y casi quemados. Y, sin embargo, tenemos un enorme potencial desperdiciado en nuestras “pobres” comunidades. ¿Qué podemos hacer para sacar provecho de este tesoro? La primera de las cuatro sugerencias que ayer compartí se refería a un liderazgo compartido. Podemos reformularla de otra manera: dones y talentos compartidos.

Cuando reflexiono sobre este asunto enseguida me viene a la cabeza el texto del capítulo 6 de Marcos en el que Jesús multiplica el alimento para una gran muchedumbre a partir de cinco panes y dos peces. Nada es despreciable. De lo poco se puede extraer mucho. Incluso en las parroquias más pequeñas tiene que haber niños, jóvenes, personas maduras y ancianos que pueden aportar algo. Cuando se ponen en común esos pequeños o grandes dones, cuando alguien (normalmente el párroco) es capaz de animar a las personas a compartir lo que tienen, se produce el milagro de la multiplicación: lo que parece pequeño se hace grande. ¿Cómo ayudar a las personas a caer en la cuenta de que son únicas y necesarias, de que nadie sobra en una auténtica comunidad cristiana?  ¿Por qué prescindir de los jóvenes a los que les gusta tocar la guitarra o hacer teatro por el simple hecho de que apenas frecuentan la iglesia? Quizás nadie les ha invitado a colaborar en la música, a empezar un camino de descubrimiento. ¿Cuántas posibilidades perdemos de tener una parroquia con más recursos económicos por no haber contado con el asesoramiento de personas (incluidos algunos jubilados) que tienen experiencia de gestión de empresas o de trabajo en la banca? Cuando un grupo, por pequeño que sea, se pone a imaginar un futuro diferente y comparte los “cinco panes y dos peces” de que dispone, Jesús bendice esa generosidad y hace el milagro de un nuevo comienzo.

¿Por dónde se empieza? A veces, el punto de partida es un párroco dinámico que va invitando una a una a las personas que pueden echar una mano. Otras veces, todo nace en una asamblea abierta a la que se invita a todo el mundo. En ocasiones, son algunos laicos inquietos los que toman la iniciativa y se la proponen al párroco. Conozco algún caso en el que con motivo de una efeméride o un aniversario particular la comunidad se pone en marcha. Los comienzos son muy diversos. No hay dos itinerarios iguales. Lo que importa es creer en los talentos y dones de las personas, conjuntarlos y ponerlos a producir. El milagro de la creatividad no tarda en aparecer. 

No es solo cuestión de dinámica grupal. Es un acontecimiento espiritual. Quien nos da los dones es el Espíritu Santo. Necesitamos creer en su fuerza creativa y unificadora. Comprendo que algunos párrocos, faltos de tiempo y apurados de trabajo, puedan mostrarse un poco escépticos. Comprendo que en contextos muy clericales los laicos sean reticentes a echar una mano y prefieran seguir siendo meros “consumidores” de comunidad. Comprendo que los jóvenes alejados sigan viendo a la iglesia como un recinto que no tiene que ver nada con ellos. Pero todo puede cambiar cuando nosotros mismos creemos en el cambio, cuando no nos resignamos a que las cosas se mueran por falta de coraje y confianza. ¡Es una lástima echar a perder tantos talentos y dones por falta de audacia y de una mínima generosidad! Muchos párrocos sobrecargados respirarían de otra manera si tuvieran la humildad de pedir ayuda y de fomentar al máximo los dones de los cristianos de su comunidad, tanto de lo que participan ordinariamente de la vida parroquial como de quienes parecen alejados.  

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