miércoles, 30 de octubre de 2019

El amor es exagerado

Me llaman de recepción a eso de las 11 de la mañana de ayer. Me dicen que abajo me espera un alemán que quiere hablar conmigo. No tenía concertada ninguna cita para esa hora. Bajo desde mi despacho a la planta principal. Veo a un alemán enorme de unos 50 años. Viene en manga corta. Está sudoroso. A su lado veo a una señora de más de 80 años sentada en una silla de ruedas. No conozco a ninguno de los dos. No sé por qué están aquí. El alemán me dice, en una mezcla de alemán e inglés rudimentario, que viene a traerme un calendario que le ha dado para mí Alois, un claretiano de Mühlberg, a quien sí conozco bien. Esto me tranquiliza. Veo, por lo menos, un punto de contacto. La sorpresa vino a continuación. Con su lenguaje torpe, me dice que ha venido desde el Vaticano caminando, sirviéndose de las indicaciones de Google Maps. A buen paso, yo suelo tardar unos 45 minutos de mi casa hasta San Pedro. No quiero ni imaginarme lo que supuso para este fornido alemán empujar la silla de ruedas de su anciana madre por las aceras agujereadas de Roma, escalar la colina de Parioli y sortear las infinitas motos que hacen del tráfico de esta benedetta ciudad una experiencia caótica y peligrosa. Y todo, bajo un fuerte sol otoñal. Naturalmente, les invité a descansar un rato y tomar algo. Y luego los llevé de vuelta a los alrededores del Vaticano en uno de los coches de casa.

Esta historia es una simple anécdota, pero tiene su moraleja. Cuando le pregunté a Svan –así se llama este alemán robusto, conductor de camiones– por qué había realizado ese tremendo esfuerzo, me respondió a base de gestos algo parecido a esto: “Cuando yo era pequeño, mi madre cuidó de mí y me paseaba en el cochecito de bebé. Justo es que ahora yo la lleve a ella, anciana y enferma, en su silla de ruedas”. No solo hizo el recorrido a pie del Vaticano a mi casa, sino que antes se había arriesgado a viajar con su madre en coche desde Alemania a Roma. Ambos son católicos. No es la primera vez que hacen este viaje. Para ellos es importante confesar la fe ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Me quedé sin palabra. A menudo no hacemos muchas cosas que nos parecen importantes por no cargar con el peso de sus consecuencias. Svan no dudó en asumir los muchos inconvenientes que tiene viajar con una persona anciana y con problemas de movilidad. Es fuerte, tiene mucha paciencia y sentido del humor, sabe conducir bien, pliega y despliega la silla de ruedas con destreza, pero, sobre todo, demuestra mucho amor. Me di cuenta de que sería capaz de hacer cualquier cosa por su anciana madre. Esto es lo que me llegó al alma.

Hoy nos hemos vuelto demasiado calculadores. Nos gusta hacer el bien, pero hasta un cierto punto. Procuramos ayudar a los demás, pero sin que esto trastorne mucho nuestro estilo de vida. Queremos atenernos a nuestros horarios, costumbres, presupuestos, etc. porque esto nos da seguridad. Todo lo que signifique salirnos de ahí nos incomoda. A veces, en un gesto de generosidad, lo hacemos, pero un poco a regañadientes, como quien concede algo que no se debe repetir. Quizás por esto, porque vivimos en un contexto de comodidad e individualismo, me sorprendió tanto la actitud de Svan. Fue capaz de hacer 6 kilómetros a pie empujando la silla de ruedas de su anciana madre… simplemente para entregar un calendario de pared del año 2020. Me hizo recordar a la mujer que derramó un perfume de nardo sobre los pies de Jesús. El amor es exagerado, imprudente, excesivo. Donde hay siempre cálculo y medida, el amor no fructifica. Se queda en el nivel de la cortesía. Creo que necesitamos muchas personas como Svan, dispuestas a entregarse sin medida. Dios sabe recompensar a su manera a quien se entrega porque, en el fondo, Dios es así: derrochador, sobreabundante, infinito. Jesús lo dice con ejemplos prácticos: Si alguien te obliga a caminar un kilómetro con él, camina dos. Y si alguno te fuerza a llevar una carga a lo largo de una milla, llévasela durante dos (Mt 5,41). Pues eso.

2 comentarios:

  1. Creo que la historia no es una simple anécdota. Es definitivamente las sorpresas de Dios en la vida cotidiana. Gracias...!!!!

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  2. Gonzalo, es fuerte y me imagino, agradecida,la respuesta del hijo, pero quizás por mi papel de madre me lleva también a la pregunta: ¿qué valores y sentimientos ha conseguido sembrar la madre, en el corazón del hijo, para que se dé semblante respuesta? Gracias Gonzalo.

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