martes, 15 de octubre de 2019

Nos quedan los místicos

Hoy todos los periódicos españoles y algunos extranjeros (los italianos no le dan mucho relieve) abren sus páginas con la noticia de la sentencia a los sediciosos políticos catalanes. Y –como era de esperar o de temer– hay reacciones para todos los gustos: desde quienes la aceptan e invitan a acatarla hasta quienes la consideran insuficiente (hubieran deseado una condena por rebelión) o, por el contrario, exagerada e injusta (con lo cual hay motivos añadidos para la protesta callejera y la crítica a las instituciones opresoras del Estado). Yo hubiera querido decir algo, pero desde hace unos dos años –un poco por presión externa y otro poco por prudencia interna– he decidido no escribir sobre este asunto, lo cual no significa que no me preocupe o que no tenga un punto de vista personal. Simplemente, me abstengo para no herir sensibilidades ni añadir más confusión.

Dejo, pues, esta grave cuestión a un lado y me fijo en una mujer experta en navegar por mares procelosos. Me refiero a santa Teresa de Jesús, cuya fiesta celebramos hoy. ¿Qué no se habrá dicho sobre esta santa mística, andariega y resolutiva? Yo rescato unas palabras suyas que nos propone el Oficio de lecturas de hoy: “Con tan buen amigo presente –nuestro Señor Jesucristo–, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita”. Se podría decir de otra manera más directa: el único camino de acceso a Dios es Jesucristo. En el Evangelio de Juan, Jesús mismo lo dice enfáticamente: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14,6). Estas palabras iluminan el camino en momentos de confusión como los que hoy vivimos.

Hay algunos que piensan que estamos viviendo hoy en muchas partes, sobre todo en Europa y América, una suerte de neo-arrianismo, según el cual Jesús no sería más que un hombre singular que tuvo una honda experiencia del misterio de Dios, buceó en la condición humana y nos mostró un camino de humanización integral. La palabra “humanización” puede ser sustituida, según los contextos culturales y geográficos, por liberación, iluminación, sanación, etc. Confesarlo como el Hijo de Dios y afirmar que fundó la Iglesia son afirmaciones que exceden con mucho los datos “históricos”. Son excrecencias de una comunidad que cayó en las redes de la filosofía griega y del derecho romano y que luego se han transmitido en forma de dogmas intocables. En otras palabras, que a lo largo de la historia nos han vendido gato por liebre. Con expresiones más finas y académicas, esto es lo que repiten algunos exégetas, historiadores y teólogos. Y, por supuesto, se suben a este tren escritores, sociólogos, cineastas y todo el que quiera apuntarse a la moda “disruptiva” (otra palabra de moda) para hacer ver que son personas inteligentes, cultas y que no comulgan con ruedas de molino. Nada nuevo en el fondo, aunque se revista con formas contemporáneas. El arrianismo es una vieja herejía.

Cuando los “entendidos” nos llevan por un camino bastante lejano de la Palabra de Dios so capa de ciencia y de crítica, no tenemos más remedio que pedir el auxilio de los místicos; es decir, de aquellos que no se han limitado a pensar y a hablar, sino que han “experimentado” algo. Santa Teresa es muy clara al respecto: “Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado”. El camino es la humanidad de Jesús. Su Palabra constituye la brújula que nos indica la dirección,

Soy un enamorado de la exégesis, de la historia y de la teología. He dedicado algunos años de mi vida a estas áreas, aunque no me considero experto en ninguna de ellas. Leo con interés algunos libros que considero relevantes. Algunos me han ayudado a purificar la fe y darle más fundamento; otros me han parecido puros ejercicios especulativos, sin rigor crítico y, sobre todo, sin el “sexto sentido” que nos proporciona la fe, sin la sabiduría de los verdaderos maestros espirituales. Hoy se pone a la misma altura lo que pueda decir un escritor de moda, un historiador profesional o una mística como Teresa de Jesús. Todas las opiniones –por el hecho de serlo– valen lo mismo, como si la libertad de expresión fuera la cima de los derechos humanos y aun de la sabiduría. El resultado es una tremenda confusión de la que los más aprovechados sacan ganancia dejando a la gente sencilla desorientada y –en palabras de Jesús– “como ovejas sin pastor”. Por eso hoy me parece imprescindible acercarnos de nuevo a los místicos. Ellos son expertos en caminar por cañadas oscuras, en atisbar el horizonte cuando los demás solo vemos niebla. Los santos y los místicos nos salvan siempre de los engaños a los que nos conduce nuestra autosuficiencia porque introducen el tiempo de Dios en nuestro tiempo.



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