sábado, 1 de junio de 2019

Champions, calor y cerveza

Esta tarde se jugará en el estadio Wanda Metropolitano de Madrid la final de la Champions entre el Tottenham y el Liverpool a las nueve de la tarde. Ayer pude darme una vuelta por el centro de Madrid. Las hinchadas de ambos equipos llenaban la Puerta del Sol, la Plaza Mayor y las calles adyacentes. Había escenarios, pantallas gigantes, puesto de venta de camisetas y recuerdos… y música por todas partes. Sí, también había muchas cabinas de servicios higiénicos. Uno puede imaginar las necesidades de miles de británicos después de haber consumido algunos litros de rubia cerveza, muy distinta a la que se suele tomar en los pubs del Reino Unido, pero cerveza al fin y al cabo. El ambiente era festivo. A esa hora –seis de la tarde– se oían cánticos y risotadas, pero no se veían desórdenes etílicos (es decir, borracheras puras y duras). Imagino que eso vendría después, una vez que la noche cayó sobre Madrid.  No sé cuántos británicos han venido a la ciudad, pero se hacen notar. Esta tarde será la gran fiesta del fútbol europeo en el moderno estadio del Atlético de Madrid. Después de varios años de sequía, el fútbol inglés salta de nuevo al primer plano.

La liturgia del fútbol ha adquirido carácter planetario. El año pasado pude comprobarlo, con motivo del Mundial, en un país de tan poca tradición futbolística como es la India. En China y Japón hace furor. La gente vibra, se mueve, gasta dinero, se excita, sube al cielo de la victoria y desciende a los abismos de la depresión. Quizás no hay ningún otro entretenimiento que consiga excitar tanto a las masas y crear una especie de ecumenismo en torno a una pelota de cuero. No es como para frivolizar un fenómeno como este. Hablar de “nueva religión” puede parecer excesivo, pero contiene algunos elementos que invitarían a hacerlo. Cuanto más secularizada es una sociedad, más pasión siente por el fútbol, como si el deporte rey viniera a rellenar el vacío creado por los dioses tradicionales. ¡Qué duda cabe que un buen partido de fútbol produce más adrenalina que una eucaristía dominical! No importa que uno tenga que desembuchar 50 o 100 euros por pagar una entrada. No hay dinero que pague la euforia del triunfo (incluso la depresión de la derrota) y de que todo un estadio se funda en una emoción colectiva. Solo el fútbol parece romper la rutina gris de una vida repetitiva, hecha de trabajo, idas al supermercado, ritos familiares y horas de televisión. El fútbol es velocidad, fuerza, lucha, espíritu de equipo, sufrimiento, emociones, gritos, cánticos, insultos, golpes en la espalda, apretones de manos, abrazos, apuestas, palabrotas… El fútbol es un complejo vitamínico para sociedades debilitadas.

En torno a la final de la Champions se escribirán muchas cosas, desde crónicas chispeantes del encuentro hasta sesudas reflexiones de calado filosófico. Ni unas ni otras van a modificar lo más mínimo el flujo de una corriente que no para de crecer. Corre el dinero más que la pelota. Los negocios turbios se mezclan con las grandes inversiones “en blanco”. Nada de esto hace mella en los fanáticos que experimentan una dilatación de su pequeño espacio vital contemplando las glorias de su equipo. De jueves a domingo las conversaciones giran en torno al partido que vendrá. De domingo a miércoles hay tiempo para analizar hasta la extenuación todo lo que sucedió en el partido del fin de semana, así que el fútbol es un fenómeno omnipresente. Va mucho más allá del momento celebrativo. Colorea toda la  vida. Es una forma de ser, un modo de afrontar esta existencia roma. Ayer veía a padres jóvenes con sus hijos adolescentes, todos vestidos con la misma camiseta de su equipo. Veía también viejos orondos y hasta niños. Había algunas mujeres, pero el grueso del ejército de hinchas estaba formado por varones. En fin, más allá de lo que cada uno pueda pensar, contra factum non est argumentum. ¡Que gane cualquiera, si es posible el mejor!


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