lunes, 11 de diciembre de 2017

Un té (es un decir) con Juan el Bautista

Desde lejos me parece un puntito parduzco que se confunde con la tierra. A medida que me acerco, percibo mejor su cabellera larga y rizada, su rostro hirsuto, la barba sin recortar. No parece muy agradable. El atuendo hace juego con su cuerpo curtido al sol. Lleva un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura. En la mano derecha blande una vara retorcida y dura, quizás de olivo.  Por estos parajes de Judea no hay mucho que cultivar. Se alimenta de saltamontes y miel silvestre. Su cuerpo es pura fibra, sin rastro de grasa. Cuando me ve venir, abre los brazos de par en par como para darme la bienvenida. No me esperaba un gesto así de un tipo que tiene fama de duro y un poco deslenguado. Me acomoda sobre una piedra junto al fuego. En una olla de barro calienta un poco de agua, a la que le añade un producto que desconozco. Lo llamo por decir algo. Creo que lo ha fabricado moliendo las bayas de algún arbusto. Tiene un sabor amargo, casi repugnante, pero yo disimulo mi desagrado. Al fin y al cabo, la hospitalidad en Oriente es un valor sagrado. Sorbo la escudilla de barro, carraspeó un poco y me lanzó en picado.

Tenía ganas de conocerte.
No te hubieras perdido mucho de no haber venido. Ya ves que no vivo en un palacio ni visto como los ricos del barrio alto de Jerusalén.

Es verdad, pero la gente acude a ti desde la ciudad santa y de toda Judea.
No vienen por mí, buscan algo. Tienen necesidad de evacuar todo el dolor que llevan dentro. Yo los escucho. Luego los bautizo como señal de limpieza. No baja mucha agua en este extremo del Jordán, pero sí la suficiente para el rito.

¿Eso es todo?
No, no lo es. Algunos se sienten liberados y quieren darme las gracias. No faltan quienes quisieran que acaudillara alguna revuelta contra los romanos, pero yo me limito a decirles que detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Les digo que yo los bautizo con agua, pero el que ha de venir los bautizará con Espíritu Santo.

No sé si entiendo lo que me quieres decir.
A la gente le gusta lo que se ve. Estoy seguro de que si les diera un saquito con arena del desierto regresarían a sus casas tan contentos. Buscan algo que les haga más llevadero el peso de cada día. Pero les cuesta entender que los regalos de Dios son de otro tipo. No entienden qué significa el Espíritu de Dios. 

Yo vengo del siglo XXI para hablar contigo. Nosotros no estamos muy interesados en que nadie nos bautice con agua, pero seguimos buscando algo.
Ya sé que habéis descubierto muchas cosas y que incluso habéis viajado a la Luna, pero seguís siendo seres humanos, ¿no? Al menos por ahora, aunque ya sé que algunos andan buscando ya caminos transhumanos. Si sois hombres y mujeres lleváis una nostalgia de fábrica. Habéis sido creados a imagen y semejanza de Dios, así que hasta que no os encontréis con Él nunca sabréis quiénes sois. Dais vueltas y vueltas perdidos en vuestro propio laberinto. Siento tristeza cuando os veo tan desorientados.

Pareces un telepredicador. Solo te falta darnos la fórmula mágica para ser felices a cambio de un billete de cien dólares. 
No me hagas reír. Soy solo la voz que clama en el desierto: “Preparad el camino del Señor”. Si yo tuviera un programa en vuestras televisiones se llamaría The Voice porque la Palabra es Él, el que ha de venir. ¿Te gusta el título? Yo soy solo -nunca me canso de repetirlo- la voz, el eco. 

Me parece que el desierto no te ha hecho perder el sentido del humor.
Ya sé que me pintan como un cascarrabias, pero solo soy un hombre que no se contenta con una vida plana, que me irrito contra lo que es injusto, que sueño con que Dios pueda darle la vuelta a este mundo corrupto que hemos fabricado.

¿Cómo va a ser eso?
Si de mí dependiera, prendería fuego a la ciudad de Jerusalén y comenzaría todo de nuevo. No es fácil reformar lo que se ha corrompido tanto. No soporto la hipocresía de algunos fariseos y saduceos. Cuando han venido por aquí les he dicho de todo. Les he llamado “raza de víboras”, pero podría haberles llamado “ratas de alcantarilla”.  Les he pedido que den frutos válidos de arrepentimiento y que no se imaginen que les basta con decir que su padre es Abrahán, pues de estas piedras -coge algunos guijarros con las manos- puede sacar Dios hijos para Abrahán.

Veo que no te has cortado un pelo.
He sido incluso más duro. Les he dicho que el hacha está ya aplicada a la cepa del árbol. El que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego. Fuerte, ¿no? Algunos casi temblaban al verse desenmascarados. Pero te confieso que esto es más un desahogo que una propuesta. Sé que Él va a plantear las cosas de un modo que yo ni siquiera imagino. Te aseguro una cosa: sea lo que sea, lo seguiré; vaya donde vaya, yo iré tras él.

Él, como tú lo llamas, te aprecia mucho. Dice que no ha nacido de mujer nadie más grande que tú.
Se ve que no me conoce bien. Soy un tipo excesivo, lleno de defectos. Si he hecho algo bueno, es apuntar con mi dedo a Aquel que ha de venir a hacer nuevas todas las cosas. Te aseguro que yo no busco ningún protagonismo. Solo quiero despertar a la gente para que se den cuenta de que por el camino que llevan, no llegarán a ninguna parte. Quiero ponerlos en la senda por la que Él transita. Todo lo demás ya no me corresponde.

Empezó a caer el sol. De no ser por el fuego, que seguía crepitando, hubiera sentido frío. Apuré esa especie de té que Juan me había ofrecido. Creo que no le dije ni gracias. Lo miré a los ojos, retuve su mano entre las mías y me fui. Uno no encuentra tipos así todos los días. Cuando llegué a casa, transcribí nervioso nuestra conversación para no olvidar ninguna de sus palabras. 

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