jueves, 28 de diciembre de 2017

Hay Brunos peores

Este año no tengo humor para autodestinarme a las islas Fiyi en un día como hoy. Se ve que el temporal Bruno me ha dejado el ánimo un poco tocado, sin ganas para muchas bromas. Aquí en Fátima se ha hecho notar. La lluvia y el viento nos han acompañado en las últimas horas. Anoche regresé a casa empapado después del rosario nocturno en la capelinha. ¡Y eso que iba provisto de paraguas! El mal tiempo atmosférico, por otra parte tan deseado, me hace todavía más sensible al mal tiempo social. Hoy, en la fiesta de los Santos Inocentes, pienso en los millones de niños maltratados, abusados e ignorados. Gracias a Dios, ha ido creciendo la sensibilidad hacia la infancia. En algunas culturas antiguas, los niños (y todavía menos las niñas) no tenían ningún derecho. Eran propiedad de las familias. Hoy hemos elaborado los derechos del niño, aunque la realidad dista mucho de las normas. En mis correrías misioneras me conmueve ver cómo, en algunos lugares del mundo, los niños viven en la calle y tienen que ganarse la vida con trabajillos ocasionales o robando.

Pero si algo me resulta indignante es el abuso sexual de los menores, una lacra de la que se ha empezado a hablar hace unos cuantos años, pero que, por desgracia, siempre ha existido. Que algunos de los criminales sean clérigos o religiosos me resulta incomprensible y repugnante. La Iglesia está reaccionando con energía, pero hay que trabajar mucho más en el campo de la prevención y, sobre todo, de la ayuda a las víctimas. Ha habido ocultamientos y retrasos inhumanos. Ha faltado información, sensibilidad y valentía. Por desgracia, el “síndrome de Herodes” tiene muchas manifestaciones. No soy ningún experto en el tema, pero me pregunto qué es lo que mueve a un adulto a hacer daño a un niño, qué frustraciones o represiones provocan los abusos de todo tipo infligidos a los pequeños, comenzando por la promoción del aborto y siguiendo por todas las amenazas afectivas, sexuales, laborales y educativas que se ejercen sobre ellos. Aunque ninguna es excusable, las producidas en el seno de las familias son quizás las más execrables, porque la familia tendría que ser para cualquier niño el santuario en el que se sintiera aceptado, protegido, querido, alimentado y promovido. Un niño que, desde sus primeros años, experimenta el rechazo en su propia familia y los abusos de todo tipo puede convertirse con facilidad en una persona malograda y en un potencial abusador.

Esta fiesta se produce en el contexto de la Navidad. Celebramos que Dios se ha hecho visible en un niño. En otras palabras, la omnipotencia divina se manifiesta en la fragilidad de un ser indefenso, que necesita de todos y de todo para sobrevivir. Si esto es así, significa que todo niño –y, de manera especial, los más vulnerables– son como un sacramento de Dios, un signo visible de su gracia en nuestro mundo. Acoger a un niño, cuidarlo, quererlo, es como acoger al mismo Dios. Por eso Jesús nos invita a tener un corazón de niño. Tardamos toda una vida en llegar a ser el niño que fuimos. Siempre me ha llamado la atención que los niños y los ancianos suelen ser, por lo general, las personas más sensibles al misterio de Dios. Los “maestros de la sospecha” encuentran enseguida una fácil explicación: su debilidad necesita ser compensada con la creencia en Alguien superior que los protege. No está mal para deshacerse del asunto en un plisplás argumental, pero creo que la realidad es más compleja. Es cierto que los niños y los ancianos son débiles en su condición física y a veces psíquica, pero no es menos cierto que poseen dotes que los adultos solemos tener atrofiadas: en particular, la capacidad de percibir y expresar ternura y de desenmascarar las mentiras existenciales. Una de estas “mentiras” que los adultos acabamos creyéndonos es que nos bastamos a nosotros mismos para salir adelante. Pocos se atreven a colocarse ante el tribunal de un niño porque, cuando menos se lo piensan, el niño los pone firmes en la verdad/mentira de sí mismos. Por eso, los niños y los ancianos son los mejores evangelizadores sin proponérselo.

Sigue lloviendo, sopla el viento y la niebla no acaba de levantar. Paciencia.

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