viernes, 15 de diciembre de 2017

El "tercer rey"

El martes pasado asistí a una interesante conferencia en la embajada de España ante la Santa Sede, ubicada en el magnífico Palacio de España de Roma. En realidad, se trató de tres miniconferencias de unos veinte minutos cada una. El motivo era la presentación de la novela histórica “El tercer rey”, escrita por el jesuita Pedro Miguel Lamet. El pasado 8 de noviembre celebramos el quinto centenario de la muerte del Cardenal Cisneros, cuyo nombre de pila era Gonzalo, si bien, cuando con el correr del tiempo entró en la Orden franciscana, lo cambió por el de Francisco en honor a su santo fundador. Cisneros nació en Torrelaguna (Madrid), aunque su familia procedía de Cisneros (Palencia). Murió en Roa de Duero (Burgos) a la nada despreciable edad de 80 años, en un tiempo en el que la expectativa de vida de los varones era muy inferior. Este hombre original, al que muchas personas han conocido solo a través de la serie Isabel, fue muchas cosas: buscador, abogado, prisionero, franciscano, confesor de la reina Isabel, consejero, arzobispo de Toledo y primado de España, cardenal, tercer Inquisidor General de Castilla, político, guerrero, regente (por dos veces), fundador de la Universidad Complutense, promotor de la famosa Biblia Políglota Complutense y muchas más cosas. Es difícil encontrar un personaje con tantas aristas. Pedro Miguel Lamet no ha tenido que inventar nada para hacer atractiva la vida del “tercer rey”. Os recomiendo la novela.

Un blog como éste no es el lugar más adecuado para contar, siquiera sintéticamente, la vida de este interesante personaje, pero sí para abrir el apetito. Mientras recorría los nobles salones de la embajada española, imaginaba a Francisco (Gonzalo) Jiménez de Cisneros transitando por las calles de Roma, ciudad en la que vivió varios años y en la que se ordenó sacerdote en torno a 1460. Imaginaba su figura ascética, sus ganas de hacer carrera. Lo imaginaba luego en la corte de Isabel de Castilla, tratando de poner orden en una nobleza levantisca. Lo imaginaba con su carácter rectilíneo en contraste con el más templado del jerónimo Hernando de Talavera, primer arzobispo de la Granada reconquistada a los moros. Lo imaginaba, en fin, ninguneado por el emperador Carlos I y muerto quizás de pena. Es imposible trazar un juicio objetivo sobre un personaje tan complejo, tan lleno de contrastes y quizás de contradicciones. Pero hay algo que, en el contexto actual, conviene rescatar: cuando ejerció de político buscó el bien común y no su lucro personal, lo que no deja de convertirlo en una rara avis en la fauna de los personajes que merodeaban por la corte. ¿Un “tercer rey” que siguió viviendo como un asceta? Parece imposible. Solo un hombre de grandes convicciones y hábitos abnegados pudo mantenerse libre.

Hoy los políticos suelen tener mala prensa. Se los asocia casi siempre a clientelismo, incapacidad, corrupción, etc. Esta imagen negativa no favorece que personas capaces y honradas se atrevan a comprometerse en un campo esencial para la vida en sociedad. Me he encontrado a pocos jóvenes bien preparados que quieran asumir una profesión “de alto riesgo”… moral. Prefieren orientarse hacia la actividad privada. Es comprensible. Sin embargo, necesitamos recuperar lo más noble de la política. Necesitamos contar con personas de altas miras, como el Cardenal Cisneros, que no busquen su provecho personal sino el bien común. Se suele decir que un político mediocre tiene como horizonte máximo las siguientes elecciones; un estadista apunta, al menos, a una generación. Hay cambios que solo son eficaces cuando se los plantea a largo plazo. En la crisis democrática que padecemos, sueño con una generación de jóvenes políticos (ellos y ellas) que aporten ideas nuevas, integridad moral, capacidad de entrega y ganas de no repetir los errores de siempre. Creo que una de las primeras cosas que hay que cambiar es el sistema clientelar de muchos partidos. Los políticos tendrían que deberse más a los ciudadanos que a las formaciones en cuyas filas militan. En fin, que no estaría mal una generación de jóvenes Cisneros, pero sin el extremismo y la intransigencia que en ocasiones caracterizaron al viejo cardenal. 




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