Desde que era
novicio, he recitado muchas veces el salmo 15/16, uno de mis favoritos. Me lo
sé de memoria. En la traducción litúrgica, los primeros versículos fluyen así: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
/ yo digo al Señor: «Tú eres mi bien». / Los dioses y señores de la tierra no
me satisfacen”. Anteayer estos versículos me daban vueltas en la cabeza mientras
veía algunas imágenes de la fiesta que el Real Madrid
organizó en el estadio Santiago Bernabeu para celebrar sus victorias en
la Liga Española
de Fútbol y en la Champions League.
Miles de personas vitoreaban a sus ídolos
–así los llamaba repetidamente el comentarista– mientras éstos oficiaban los
diversos actos litúrgicos previstos
en el programa. Antes de la llegada al estadio hubo un ofrecimiento de la Copa a la diosa
Cibeles al más clásico estilo pagano. Muchos de los que consideran que “la
religión es el opio del pueblo” no tienen ningún inconveniente en entregarse en
cuerpo y alma a estos ritos seculares.
Los jugadores son al mismo tiempo sacerdotes
de esta nueva religión que es el fútbol e ídolos
dignos no solo de admiración sino casi de adoración. Cuando el locutor los iba presentando
en el estadio, la masa rugía coreando sus nombres o apellidos en una alabanza coral que incluía a veces
momentos musicales. El estribillo –repetido en varias ocasiones– tiene casi cadencia sálmica: “¿Cómo no te voy
a querer…?”.
No tengo nada en contra
de las muestras colectivas de entusiasmo. Creo que el fútbol es un deporte de masas y un
espectáculo global. Comprendo la alegría que un aficionado siente cuando su
equipo encadena dos Copas de Europa seguidas. No me rasgo las vestiduras por el
hecho de que la gente se divierta, aplauda, cante y rompa de esta forma la monotonía
de la vida cotidiana. La fiesta es algo esencial al ser humano. Pero lo que
está sucediendo con el fútbol raya la idolatría. A varios de los comentaristas
les oí hablar sin ningún rebozo de nueva religión
y de prodigar loas a los jugadores que a duras penas aplicamos a Dios. ¿No
estamos traspasando la frontera de lo razonable? ¿No hemos convertido a unos
seres humanos –admirables por sus gestas deportivas– en semidioses? ¿No les
estamos dedicando una atención desproporcionada que negamos a otras personas
cuya contribución al progreso de la humanidad es mucho más significativa y duradera? ¿Qué
vacíos está rellenando el fútbol que no consiguen colmar las religiones
tradicionales? ¿Por qué muchas personas dedican su tiempo, su entusiasmo y su dinero al fútbol? ¿Por qué hemos llegado a una situación como ésta?
Confieso que
admiré el derroche de luz y sonido del espectáculo madridista. El Santiago
Bernabeu lucía como templo grandioso
de esta neo-religión. Disfruté con la cara de algunos niños que contemplaban en
directo a sus jugadores favoritos. Me pareció maravilloso que un espectáculo
así pudiera unir a hombres y mujeres de distinta condición, edad e ideología.
En este sentido, el fútbol es un fenómeno interclasista, ecuménico, global.
Pero experimenté al mismo tiempo un regusto de vaciedad. Cuando todas estas
personas regresen a sus casas, ¿habrán encontrado en sus ídolos la energía para afrontar la vida cotidiana? ¿Es el fútbol un
impulso para vivir con más fuerza o una evasión de la batalla cotidiana? ¿Se
reduce a producir una exaltación
emocional (transitoria por su misma naturaleza) o provoca una exultación que conecta duraderamente a
la persona con las fuentes de su ser y, por lo tanto, le permite vivir con más
dignidad y sentido? Ya sé que para muchos aficionados estas preguntas son
ridículamente pedantes, pero para mí son pertinentes. Si no las hago, acabo
siendo víctima de un engaño colectivo.
Antes de
acostarme, todavía prisionero de las imágenes y los sonidos, caí en la cuenta
de que estos ídolos modernos –aunque admirables
por su calidad deportiva y su entrega a una causa– no colman los anhelos de mi
corazón. Los admiro, pero no los venero. Me duele que sean idolatrados hoy porque
mañana pueden ser bajados del pedestal con idéntica pasión. Comprendí la distancia infinita que hay
entre los ídolos –del tipo que sean–
y el verdadero Dios. Recité con gratitud el salmo completo:
El Señor es el lote
de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu
mano:
me ha tocado un lote
hermoso,
me encanta mi
heredad.
Bendeciré al Señor,
que me aconseja,
hasta de noche me
instruye internamente.
Tengo siempre
presente al Señor,
con él a mi derecha
no vacilaré.
Por eso se me alegra
el corazón,
se gozan mis
entrañas
y mi carne descansa serena.
y mi carne descansa serena.
Pude dormir
sereno porque solo el Señor “es el lote de mi heredad y mi copa”; solo él “me
alegra el corazón”.
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