lunes, 5 de junio de 2017

El riesgo de vivir

El post de hoy tiene poco de mi cosecha. Me he limitado a recoger y traducir un testimonio impactante. Detrás de estas palabras hay un joven cura italiano. Se llama Luigi Maria Epicoco. Tiene 36 años. Hace unos meses contó su experiencia en un programa de la RAI llamado Nessuno Escluso. Afronta la cuestión que más impide una fe serena en Dios: ¿Por qué Dios si es un Padre que nos ama permite el sufrimiento? No lo hace como si fuera un profesor de filosofía, ni siquiera como un párroco que hace una homilía el día de Viernes Santo ante una imagen de Cristo crucificado. Lo hace como superviviente del terremoto que asoló la ciudad de L’Aquila el 6 de abril de 2009. Yo me encontraba aquel día en Roma. A pesar de los 117 kilómetros que separan ambas ciudades, sentí perfectamente las sacudidas del terremoto. Me desperté, salté de la cama y esperé a ver en qué terminaba todo. Al amanecer, supe lo que había sucedido. El terremoto dejó 308 muertos, 1.500 heridos y unas 50.000 personas perdieron sus casas a causa de la destrucción total o parcial de miles de edificaciones. Se dice que Europa empezó a perder la fe en Dios tras el terremoto de Lisboa de 1755. Cuesta conciliar la fe en un Dios bueno con acontecimientos que parecen contradecir su providencia. Os dejo con el vídeo del cura italiano. A continuación, para facilitar la meditación, os pongo la traducción rápida que he hecho de sus palabras al castellano.


“¿Quién eres? Me llamo Luigi. ¿Qué haces? Normalmente, soy cura. Habéis escuchado a un cura al que le han hecho una pregunta muy seria: ¿Cómo se puede creer en Dios después de un terremoto? A esta pregunta no responde el cura, responde el superviviente, porque yo soy uno de los supervivientes del tremendo terremoto del 6 de abril de 2009 en L’Aquila. Yo vivo y, sin embargo, muchas personas a las que quería mucho no: están muertas. Cincuenta y cuatro de los chicos que estaban conmigo permanecieron sepultados en aquel terremoto, personas a las que había tocado y abrazado unas cuantas horas antes.
¿Cómo se puede creer aún en Dios después de un terremoto? Tengo que ser muy sincero porque mi fe se ha quedado sepultada allá abajo, porque me he sentido exactamente como se siente un niño cuando piensa que, como tiene una mamá y un papá que lo quieren, no le sucederá jamás nada de malo: no se caerá nunca de la bici, no se lastimará la rodilla, no tendrá dudas, no se sentirá confundido.
Sin embargo, esto sucede, pasa, y uno se queda defraudado y se pregunta: ¿Por qué si mi mamá me quiere y mi padre me quiere, por qué no me defienden de las contradicciones de la vida, de las cosas difíciles que una persona encuentra? ¿Por qué? Yo he dejado mi fe sepultada allá abajo porque también yo he pensado esto: Si nos amas, ¿por qué nos haces esto? 
Después he pensado que tal vez había una cosa en común entre este niño y yo: tenemos una idea quizá no muy adecuada de lo que es el amor. El amor no es un seguro a todo riesgo que te dice: como te amo, te protejo de todo lo que pueda sucederte. El amor es otra cosa. El amor es decir: te quiero, por esto puedes vivir algo difícil. Yo no puedo evitarte la vida. 
Se trampea cuando uno te dice te amo y te protejo de los problemas, te protejo de las contradicciones, te protejo del sufrimiento, porque, por mucho que seas amado, después… esto sucede, pasa. ¿Para qué sirve el amor? Para recordarte por qué eres amado. Incluso lo que parece más absurdo y contradictorio, no está por debajo de tu dignidad y tú puedes vivirlo. Esto es lo que hace el amor. Cuando alguien te ama no te evita la vida, sino que te dice que puedes afrontarla aunque sea difícil. 
Solo una persona que se siente profundamente amada puede aceptar incluso perder y no desesperarse por ello. No porque uno tenga la respuesta, porque yo no tengo la respuesta. No sé por qué sucede esto: pasa. Solo sé que si yo dejo de pensar en el amor entonces no hay confianza en la vida, no hay confianza dentro de mí. Yo he comprendido algo: que frente a cosas tan difíciles como un terremoto, como un sufrimiento, cada uno de nosotros no tiene necesidad de vivir una sacudida sísmica para poder decir que ha vivido un terremoto. Cada uno de nosotros tiene un terremoto dentro. No calcula y, sin embargo, sucede. 
Frente a todo esto no podemos permanecer igual: o nos hacemos mejores o nos convertimos en personas desesperadas que piensan que la única respuesta es el vacío. Esto es lo que yo he comprendido: que estas cosas deben sacar lo mejor de nosotros mismos. Estas cosas difíciles tal vez nos quitan el primer estrato de piel, nos hacen sentir la vida de otra manera. Yo no tengo respuestas porque tal vez he descubierto una parte de mi humanidad que no conocía. Al final de aquella noche me he desilusionado como aquel niño y tal vez, tras esa desilusión, he encontrado de veras a Dios, que no era el que me había inventado, sino alguien que está más allá de mis expectativas. Gracias”.


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