Escribo en Colmenar Viejo, a
las 6 de la mañana de un caluroso día de junio. A esta temprana hora, la
temperatura es de 22 grados. A mediodía alcanzaremos los 36. El verano está
cerca. Con la ventana abierta, oigo el canto matutino de los jilgueros y otros
pajarillos que anidan en los árboles del jardín. La ciudad comienza a
despertarse. Se oye también el ruido de algunos coches, pero no llega a ser
molesto. Es el momento más sereno del día. Yo lo disfruto como si fuera un
epígono del Génesis. Enseguida caigo en la cuenta de que hoy es la fiesta del
que probablemente sea el santo más popular de la Iglesia católica: San Antonio de Padua. Se lo invoca en su Portugal natal, en Italia, en
la India y en cualquier rincón del mundo. Hay alrededor de una veintena de
santos que se llaman Antonio. Para mí, como es lógico, el más familiar es san Antonio María Claret, pero no me olvido de san Antonio de Kiev, san Antonio Maria
Zaccaria, san Antonio Maria Gianelli o san Antonio Kim Song-u, por citar solo algunos. De
todos, el más famoso es el que
celebramos hoy. Sus restos, ante los
cuales he orado en alguna ocasión, se encuentran en la basílica
de san Antonio de Padua. Mis
amigos portugueses se molestan un poco porque para ellos es san Antonio de
Lisboa. El santo nació en esta preciosa ciudad atlántica hacia finales del
siglo XII. Hace años, el rector de la basílica de Padua, me ofreció una
explicación a la italiana. “Para
nosotros –me dijo– es sant’Antonio da
Lisbona y sant’Antonio di Padova”. La
preposición da indica procedencia; la
preposición di indica pertenencia,
así que el famoso san Antonio procede de Lisboa, pero ahora pertenece a Padua. En
realidad, pertenece ya al mundo entero. Asunto zanjado.
Debido a su fama
de santo milagrero, fue también un santo express.
Fue canonizado 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232. Es
patrono de numerosos pueblos y ciudades de todo el mundo, incluyendo Lisboa y
Padua, las dos ciudades unidas a su nacimiento y muerte. Quizá la ciudad más famosa que lleva su nombre sea San Antonio,
Texas, la séptima ciudad más poblada de los Estados Unidos. En muchos lugares
de la península Ibérica y de Latinoamérica, san Antonio de Padua es también un
santo casamentero, al que invocan las muchachas para encontrar un buen novio,
aunque no siempre les salen las cosas como desean. Recuerdo que hace años una
novicia de una Congregación religiosa española me confesó que en su pueblo era tradición
que las chicas que buscaban novio tirasen suavemente del cordón que llevaba en
torno a la cintura la estatua de san Antonio que había en la iglesia. “Yo tiré
más de la cuenta –me confesaba– y aquí me tienes: a punto de ser monja”. San Antonio le buscó un novio que nunca falla,
“el más bello de los hombres, en cuyos
labios se derrama la gracia”. En fin, que con los santos milagreros hay que tener mucho cuidado
porque puede salir el tiro por la culata. Pides una cosa que consideras
importante y te conceden otra que ellos juzgan necesaria.
Más allá de las
anécdotas, siempre me he preguntado por qué unos cuantos santos llegan a ser tan populares.
De algunos sabemos muchas cosas, pero de otros apenas nada. Historia y leyenda
se confunden. Aun así, siguen conservando su atractivo, incluso en las
sociedades secularizadas. Es como si los seres humanos necesitáramos a alguien
como nosotros, de carne y hueso, que nos sirva de intermediario o embajador ante el Dios
invisible. Alguien con el que podamos hablar nuestra lengua, pedirle,
interrogarlo… e incluso chantajearlo. La religiosidad popular está a veces muy
alejada de la liturgia oficial. Inventa sus propios caminos y ritos. La
frontera con la superstición no es siempre nítida, pero pone de relieve algo
sin lo cual la fe tampoco es genuina: la importancia del corazón. La
religiosidad popular nos recuerda que quien no se emociona, quien no tiene gestos
de amor (encender una vela, depositar unas flores, besar un icono o una imagen, pedir una bendición) acaba
por reducir la fe a un asunto puramente racional, sin fuerza para mover la vida
y llenarla de sentido y alegría. ¡Ojalá la fiesta de san Antonio de Padua nos
ayude a poner corazón en todo lo que somos y hacemos!
Aprovecho para felicitar a todos mis amigos y lectores de este blog que llevan el nombre de Antonio (o Antonia) y cualquiera de sus muchas variantes. Os dejo con la canción popular “El milagro de san Antonio”, interpretada en vivo por el grupo segoviano Nuevo Mester de Juglaría.
Aprovecho para felicitar a todos mis amigos y lectores de este blog que llevan el nombre de Antonio (o Antonia) y cualquiera de sus muchas variantes. Os dejo con la canción popular “El milagro de san Antonio”, interpretada en vivo por el grupo segoviano Nuevo Mester de Juglaría.
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