miércoles, 25 de noviembre de 2020

¿Por qué se salen?

Un antiguo compañero de estudios, el franciscano Lluis Oviedo, acaba de publicar en el último número de la revista CONFER un artículo titulado Crisis de fidelidad en la vida consagrada: motivos y factores implicados. A lo largo de dieciséis páginas, va desgranando las conclusiones a las que llega después de analizar los resultados de un estudio encargado por la Conferencia de Religiosos de España (CONFER) sobre los abandonos en la última década. Creo que a algunos lectores de este Rincón les puede interesar qué está pasando en el ámbito de la vida consagrada. Según ese estudio, que recoge 419 casos de abandono, el principal motivo de los varones para abandonar los institutos de vida consagrada está relacionado con problemas afectivos (49,7). En el caso de las mujeres, este motivo afecta solo a tres de cada diez religiosas. Para ellas, el motivo fundamental para abandonar es la insatisfacción (33,7%). Estos porcentajes globales se desglosan luego en categorías más específicas. Los varones que dejan sus institutos reconocen que su salida obedece a inmadurez personal (27,5%), insatisfacción (24,8%), conflictos con los superiores (21,5%), problemas psicológicos (11,4%), crisis de fe (10,7%), homosexualidad (8,7%) y problemas de convivencia (6,7%). En el caso de las mujeres, los abandonos se relacionan, sobre todo, con conflictos con las superioras (24,0%), inmadurez personal (21,7%), problemas psicológicos (20,2%), problemas de convivencia (20,2%), crisis de fe (13,1%) y homosexualidad (3,0%). Detrás de estos porcentajes, hay personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, que en algún momento de sus vidas pensaron que podían orientarse hacia la vida religiosa como forma de seguir a Jesús. Tomaron una decisión que, luego, por diversos motivos, han considerado que no era la correcta.

Si algo he aprendido después de casi 45 años como religioso es que tenemos que ser muy respetuosos con los itinerarios vitales de las personas y con sus decisiones. Es probable que algunas nos extrañen o incluso nos disgusten, pero no somos dueños de las vidas de otras personas ni podemos interferirnos entre ellas y Dios. Por otra parte, no hay dos casos iguales, por más que las estadísticas los engloben por categorías. Cada persona se enfrenta a desafíos únicos. No es justo generalizar. Cuento entre mis mejores amigos y amigas con algunas personas que durante un tiempo pertenecieron a algún instituto de vida consagrada y luego, por razones diversas, decidieron abandonarlo. En la mayoría de los casos, estas decisiones fueron el fruto de un largo proceso de discernimiento; en otros, el resultado de situaciones insostenibles. Me parece que algo parecido sucede con quienes deciden romper su matrimonio y emprender una nueva relación. En el pasado, estos cambios de rumbo en la vida se interpretaban pura y llanamente como traiciones o deserciones. De alguien que había dejado el sacerdocio o la vida religiosa se solía decir que “había colgado los hábitos”. La metáfora resultaba cruel porque en ese “cuelgue” se simbolizada el ahorcamiento de la propia vocación. Muchas personas tuvieron serios problemas después para reintegrarse en la vida social a causa de la incomprensión de sus antiguos hermanos o hermanas de Congregación y en muchos casos también de sus familiares y amigos.

Hoy vivimos un clima más tolerante porque comprendemos la vida de manera más dinámica, como un continuo proceso de discernimiento. Es probable que muchas personas sigan emitiendo juicios duros en su foro interno (porque se consideran hasta cierto punto “engañadas” por quienes habían prometido públicamente fidelidad a Dios en un determinado estilo de vida y luego se desdicen), pero, en general, hay una actitud más comprensiva en el foro externo. Siempre se invoca una frase que suele ponerse en labios de los padres: “Para ser un mal religioso o una mala religiosa, es mejor que te salgas”. Quizá la mayor conciencia de nuestras fragilidades personales nos hace más comprensivos con los demás, sin que esto signifique que no demos importancia a las decisiones o que no creamos en la fuerza de la profesión religiosa, o en la sacramentalidad del sacerdocio o del matrimonio.

No quisiera sacar conclusiones precipitadas de un estudio parcial, pero toda salida suele obedecer a problemas personales (falta de discernimiento previo, inmadurez, desajustes de diverso tipo) e institucionales (deficiente acompañamiento, vida comunitaria pobre, abusos de diverso tipo, etc.). Por eso, constituye una fuerte invitación a revisar nuestras formas de vivir y proceder. Aprendemos de la experiencia. No hay que dar nada por supuesto. Por otra parte, quienes salen no se convierten en “extraños” (y mucho menos en “apestados”, como pudo suceder en otros tiempos), a menos que ellos voluntariamente quieran situarse en esa condición. No se pueden echar por tierra el carisma compartido durante años y los vínculos creados.

¿Qué hacen quienes dejan los institutos religiosos? Según este estudio (que se refiere - no lo olvidemos - solo a la última década), en el caso de los varones, el 15,4% está casado, el 12,8% comprometido, el 8,1% vive con su familia, el 22,8% vive solo, el 20,1% se ha insertado en el clero diocesano y del 20,8% no se sabe nada. En el caso de las mujeres, el 10,9% se ha casado, el 7,1% se ha comprometido, el 22,1% vive con su familia, el 39,0% vive sola y del restante 21,0% no se sabe nada. Algunas congregaciones no quieren saber nada de las personas que han abandonado sus filas, sobre todo si la salida se ha producido en condiciones un poco traumáticas. Pero abundan los casos en que las personas que han salido colaboran muy activamente en las obras del propio instituto o de otros, combinando la sabiduría adquirida durante su tiempo en la vida religiosa con las nuevas posibilidades de la vida secular. Me parece que, salvo casos excepcionales, este es el camino mejor. Todos podemos salir ganando si nos ayudamos a vivir nuestras opciones y a realizar una verdadera “misión compartida”. 

4 comentarios:

  1. Hay un paralelismo entre lo que dices de los religiosos con los matrimonios… Hay mil y una causas que se dan para justificar la separación de la pareja. La diferencia está en que, si hay hijos, estos sufren las consecuencias de la decisión de sus padres…
    Gracias Gonzalo.

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  2. Gracias Gonzalo por este artículo. Soy ex religioso y gracias a Dios vivo mi experiencia de fe y la consagración a mi familia y a la construcción del Reino de Dios desde mi trabajo social y evangelizador como coordinador de una fundación católica. Sigo soñando con aportar a la misión compartida del instituto al que pertenecía, pero siempre he recibido rechazo e indiferencia por parte de mis antiguos hermanos de comunidad. Ojalá el cambio se genere al interior de algunos institutos y haya una actitud de apertura y ayuda mutua donde está sea posible.

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    1. Muchas gracias por compartir tu testimonio. Creo que nunca deberíamos desaprovechar los dones que el Señor concede a la Iglesia.

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  3. Querido Gonzalo: me ha encantado la valentía que demuestras tratando este tabú detrás del que, efectivamente, se acumulan muchos sentimientos de afecto sincero y permanente. Yo suelo preocuparme mucho por esa dicotomía que consiste en la etiqueta "dentro" o "fuera". A veces, no es sino una precisión canónica en la que es imposible distinguir el grado de compromiso con el carisma y la comunidad de quien, estando "fuera" vive con afecto y compromiso su misión eclesial e incluso la específicamente carismática. Naturalmente, el lenguaje canónico no puede atender a la casi infinita casuística que significamos los seres humanos. Me pregunto si la vida consagrada del siglo XXII no tendrá el privilegio de contar como propios con todos esos que, con dolor y extrema sinceridad, saliendo a la intemperie y dejándose en manos de Dios providente, supieron que jamás dejarían de ser parte de la familia que les hizo ser quienes son, aunque estuvieran canónicamente "fuera". ¡Qué regalo es la Vida Consagrada para unos y otros!

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