jueves, 19 de noviembre de 2020

Tierra prometida

No es lo mismo escribir “tierra prometida” que “la tierra prometida”. En el segundo caso, la expresión, con artículo determinado, tiene connotaciones bíblicas. ¡Solo hay una “tierra prometida”! Es así como los judíos denominan a esa estrecha franja que hay entre Asia, África y Europa y que hemos conocido con distintos nombres a lo largo de la historia. Es, en otras palabras, el pequeño territorio que Dios ha concedido al pueblo judío y que tantos problemas ha causado. Es también un modo simbólico de aludir al cielo, como la definitiva “tierra prometida” de todos los seres humanos. En el primer caso, la expresión tiene un significado más genérico. Se puede usar con distintos fines, incluso para referirse a los Estados Unidos de América. De hecho, el expresidente norteamericano Barack Obama la ha escogido con ese sentido como título para sus memorias, cuyo primer volumen salió el pasado día 17. Un amigo mío me hizo llegar enseguida una versión en formato PDF que estoy leyendo con fruición. “A promised land” (con artículo indeterminado) es un libro de 768 páginas que está siendo traducido a 24 lenguas en todo el mundo, desde el español hasta el chino, el lituano o el vietnamita. Creo que con los pingües beneficios que obtenga – que serán millonarios – Obama puede redondear su pensión anual de expresidente, que supera los 200.000 dólares. 

El libro está dividido en siete partes y 27 capítulos. Comienza describiendo en el prólogo lo que sintió al tomar por última vez el Air Force One junto con su esposa Michelle. Dice literalmente que “the mood on the plane was bittersweet” (el estado de ánimo en el avión era agridulce). Confiesa que tanto él como su esposa Michelle estaban agotados física y emocionalmente, no solo por los trabajos de los ocho años anteriores, sino, sobre todo, “by the unexpected results of an election in which someone diametrically opposed to everything we stood for had been chosen as my successor” (por los resultados inesperados de una elección en la que alguien diametralmente opuesto a todo lo que representamos había sido elegido como mi sucesor). Creo que Donald Trump debe de estar pensando algo parecido en estas semanas en las que no tendrá más remedio que aceptar el triunfo de Joe Biden y facilitar la transición pacífica.

Obama dice que ha escrito el libro a mano: “I still like writing things out in longhand, finding that a computer gives even my roughest drafts too smooth a gloss and lends half-baked thoughts the mask of tidiness” (Todavía me gusta escribir las cosas a mano, porque me he dado cuenta de que el ordenador les da a mis borradores más duros un brillo demasiado suave y presta a los pensamientos a medias la máscara de la pulcritud). Solo he tenido tiempo para leer algo más de 100 páginas. Me queda, pues, un largo camino por delante. Pero no quiero esperar al final para escribir unas notas apresuradas. Cuando ya estaba a punto de terminarlas, veo que El País de hoy publica una entrevista en vídeo y en papel con Barack Obama. Curiosa coincidencia. Lo que me interesa de su libro no es comprobar si sintonizo o no con sus ideales políticos y con su forma de llevarlos a la práctica, sino algo más profundo y menos controvertido: su deseo de transmitir a las nuevas generaciones que vale la pena asumir compromisos al servicio del bien común y no solo de nuestros intereses individuales. 

En este sentido, noto una convergencia entre el planteamiento de Obama y lo que el papa Francisco dice en el capítulo 5 de la Fratelli tutti sobre “la mejor política” (nn. 154-197). Barack Obama llegó a ser presidente de los Estados Unidos sin proceder del establishment americano. No nació en una de las grandes familias que controlan la economía (y, por tanto, la política), sino en el seno de una familia desestructurada. No era el típico WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant), como tantos otros presidentes, sino un humilde abogado mestizo. Pudo haber engrosado las bandas callejeras que, ante la segregación a la que seguía siendo sometida la población negra y la impotencia para cambiar las cosas, se abandonan a la violencia. Él escogió el camino de la lectura, del estudio y de los pequeños compromisos de barrio. Después, una serie de factores (entre los que hay que incluir la suerte) lo fueron conduciendo hasta la presidencia del país. Pero el más determinante fue su deseo de escuchar a las personas de abajo (los de arriba ya tienen sus propios mecanismos de defensa) y de hacer algo significativo por cambiar las cosas.

Trump hizo de la frase “Make America greater again” su lema de campaña. Obama optó por el famoso “Yes, we can”. Ambos creen, con importantes diferencias de matiz, que los Estados Unidos siguen siendo una superpotencia y que tienen que ejercer un papel determinante en el escenario mundial. Ambos buscan sus propios intereses, pero, mientras Trump mira sobre todo hacia adentro, Obama tiene una visión más abierta. El hecho de tener un padre keniano (al que apenas conoció), haber nacido en Hawái y haber vivido en Indonesia (de donde era originario el segundo marido de su madre), han ampliado su horizonte. Por eso, es mucho más sensible a la diversidad, a las minorías y a los derechos de todos, lo que le ha acarreado críticas e incomprensiones. Cree de verdad que “all human beings are equal” (todos los seres humanos somos iguales). Su objetivo es incluir a todos más que excluir a algunos.

Naturalmente, sus ocho años como presidente no están exentos de errores, pero su visión amplia puede ayudar a las jóvenes generaciones a prepararse para un mundo cada vez más globalizado, a pesar de las actuales restricciones impuestas por la pandemia. Cuando acabe de leer el primer volumen de las memorias, veré si los Estados Unidos siguen siendo “una tierra prometida” o si Barack Obama ha pasado por alto sus infinitas contradicciones y se ha dejado dominar por el efecto Hollywood, que acaba siempre con finales felices, aunque la realidad sea tozudamente imperfecta.

2 comentarios:

  1. Gran artículo. He disfrutado mucho leyéndolo. Un fuerte abrazo.

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    1. Estoy seguro de que Obama puede inspirar también tu gran vocación por la política sin necesidad de repetir su itinerario (y mucho menos su errores).

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