miércoles, 11 de noviembre de 2020

La media capa

Conozco la historia de san Martín de Tours desde que era niño. Me corrijo. Lo que supe de niño no fue que Martín nació en Sabaria (una población de Panonia, la actual Hungría), vivió en Italia, sirvió en el ejército romano, se bautizó de adulto en el 334, se hizo discípulo de san Hilario de Poitiers, fundó el primer monasterio francés y en el 371 fue elegido obispo de Tours por aclamación popular. En realidad, lo único que sabía es que montaba a caballo y que un día de invierno partió su capa de soldado con la espada para darle la mitad a un pobre que tiritaba de frío. Con eso tuve suficiente durante varios años. Antes de que conociera con cierto detalle su apasionante vida, Martín me resultó simpático por un gesto que ni siquiera sé si es histórico o legendario. ¿Cómo es posible que un hombre muerto en el año 397, hace dieciséis siglos, siga siendo tan popular y querido? La explicación hay que encontrarla en esa bendita capa. Nadie se suele enamorar de un monje que vive aislado en su monasterio o de un obispo que recorre su diócesis, pero pocos se sustraen a la fascinación de un oficial del ejército romano que, a lomos de un magnífico caballo, desenvaina su espada, da un tajo a su capa roja (o verde, según la interpretación de El Greco) y entrega la mitad a un miserable aterido de frío. La fascinación cinematográfica se hace espiritual cuando uno se entera de que esa misma noche el soldado Martín vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido solo con el medio manto que él había regalado al pobre y le decía: “Martín, hoy me cubriste con tu manto”.

Un gesto como ese ha atravesado los siglos. No hay persona, simple o erudita, que no comprenda su significado. ¿Quién recuerda las homilías de Martín? ¿Cuántos han oído hablar de las palabras que pronunció en el lecho de muerte: “Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehúso ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar”? Millones de personas, sin embargo, han contemplado alguno de los infinitos cuadros o de las muchas estatuas que reproducen al joven Martín compartiendo la mitad de su capa. Yo recuerdo la que hay en la iglesia de mi pueblo. No hay mejor exégesis de Mt 25,31-46, un texto al que me he referido en varias ocasiones en los últimos días. Una de las acusaciones que algunos lanzan contra el papa Francisco es que es un Papa de “gestos” (lavar los pies a los reclusos de una cárcel romana, viajar en un auto sencillo, sentarse a comer con los empleados del Vaticano, etc.), como si los “gestos” fueran solo actuaciones de cara a la galería para ganarse el aplauso del público y no expresiones profundas y duraderas de los valores del Evangelio. Quienes quieren cambiar el mundo a base de ideologías compactas, estrategias globales y planes sistemáticos suelen ridiculizar los “gestos” como si fueran puro maquillaje superficial. Por el contrario, quienes viven el estilo de vida de Jesús saben que un “gesto” un solo “gesto” si está transido de autenticidad y amor puede transformar el corazón de una persona. La vida de Jesús está llena de este tipo de “gestos” (podemos usar sin remilgos las palabras “milagro” o “signo”) que cambiaron la vida de muchas personas. Un “gesto” fue autoinvitarse a comer en casa de Zaqueo, dejarse acariciar por la mujer pecadora o lavar los pies de sus discípulos en la cena de despedida. De esos “gestos” vivimos. Sin ellos no sabríamos bien en qué consiste el amor de Dios y cómo se puede amar al prójimo. Nos perderíamos en la letra pequeña.

San Martín de Tours es un santo popular porque en un momento dado supo partir y compartir su capa. Su vida fue mucho más que eso, pero la mayoría no lo sabe. Ha pasado a la historia como el soldado de “la media capa”. Cuando, llegado el 11 de noviembre, recordamos cada año su figura, sabemos que también nosotros podemos tener “gestos” semejantes al suyo. No se nos piden milagros. Solo compartir algo de lo que tenemos (no solo de lo que nos sobra) para que quienes no tienen puedan vivir mejor. Conozco algunas personas que tienen este don. Saben compartir sin que su mano izquierda sepa lo que hace la derecha; es decir, sin publicidad (en tiempos en los que casi todo se publicita) y sin pedir nada a cambio (en tiempos en los que pasamos factura con IVA por casi todo lo que hacemos). No estaría de más que en un día como hoy, con “veranillo” incluido (tampoco este año ha fallado san Martín), nos preguntáramos qué podemos compartir: un poco de tiempo, un rato de escucha, una visita, una ayuda económica, una invitación a comer, una oración… Jesús sabe multiplicar la eficacia de los cinco panes y dos peces que nosotros ponemos en común. O de la capa partida por la mitad. Donde hay voluntad de dar y de darnos, se produce siempre un milagro de vida.



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