viernes, 7 de febrero de 2020

Carta a un joven que duda

Tengo varios amigos jóvenes. Están entre los 20 y los 40 años. La mayoría son hijos e hijas de mis amigos de siempre. Nos separan alrededor de dos o tres décadas, el tiempo suficiente como para pensar la vida de forma distinta. Todos han sido bautizados en la Iglesia católica. Alguno se ha bautizado superados ya los 20 años. En general, son personas de gran talla humana. En esto descubro la buena educación que han recibido por parte de sus padres; es decir, mis amigos de infancia y juventud. Casi todos han hecho carreras brillantes (ingenierías, derecho, medicina, informática, física, periodismo, ciencias políticas, pedagogía, arquitectura…) y están ya insertos en el mercado laboral. No todos están contentos con el trabajo que tienen, pero no se quejan demasiado porque conocen las precarias condiciones de muchos coetáneos. Después de todo, ellos son unos afortunados. Algunos se han orientado profesionalmente en otra dirección. Son ganaderos, carniceros, panaderos, empleados de la construcción, vigilantes de seguridad y otros oficios. Para mí no tiene ninguna importancia el estatus laboral. Aprecio a cada uno por lo que es, no por su currículum o su nivel económico. Con todos me encanta hablar porque son gente abierta. Algunos son grandes conversadores, más que sus padres. A veces, estamos horas tratando de “arreglar el mundo”. Creo que todos se consideran católicos, pero a menudo se les hace muy cuesta arriba vivir las consecuencias de su fe en un mundo tan complejo como el nuestro. No dejan de ser chicos y chicas de su tiempo; por tanto, hijos de una sociedad profundamente secularizada y desorientada. Pensando en ellos, en todos y en ninguno en particular, se me ha ocurrido escribir desde Madrid esta

Carta a un joven que duda
                
          
          Querido amigo:

      Me alegra comunicarme contigo a través de este blog. Sé que lo lees de vez en cuando. Es probable que no siempre lo encuentres en sintonía con tus preocupaciones y búsquedas. No es obligatorio estar de acuerdo con todo lo que lees. Pertenecemos a generaciones diferentes. Hemos vivido experiencias muy diversas. Por decirlo de una manera rápida, cuando tú naciste, ya existía Internet. Cuando yo nací, la televisión estaba dando los primeros pasos. Yo me crié en un contexto social “oficialmente” católico. Tú has vivido desde la infancia en un contexto pluralista. No solo eso. Es muy probable que, sobre todo a partir de la adolescencia, hayas respirado una atmósfera antieclesial (¿No te suena eso de “Jesús sí, Iglesia no”?) e incluso de indiferencia religiosa. Hay un sociólogo italiano que afirma que estamos ante la primera generación incrédula en la multisecular historia de Europa. Quizás tú perteneces a ella. Es verdad que nunca te he oído abiertamente críticas furibundas a la Iglesia o a la fe, pero estoy seguro de que dentro de ti albergas muchas dudas. Lo comprendo muy bien. Yo también las tengo. Además, los últimos años han abundado los motivos para ello: desde los abusos sexuales a menores perpetrados por algunos sacerdotes y religiosos, hasta problemas de fraudes económicos, clericalismo, etc.

Pero creo que tus posibles dudas no brotan solo de los escándalos de quienes se confiesan cristianos o de aquellos que como pastores tendrían que haber protegido a los más pequeños y vulnerables, sino también de la aparente inconsistencia de la fe. Permíteme que parta de un ejemplo que puede parecerte tópico. Después de haber estudiado que el origen del mundo se produjo hace unos 13.800 millones de años a partir del famoso “big bang” –aunque esta teoría está cada vez más cuestionada–, ¿cómo tomar en serio las narraciones del libro del Génesis que hablan de que Dios creó el mundo de la nada en seis días y de que al séptimo descansó? ¿No parece más un cuento para niños que un relato consistente para adultos bien formados? En realidad, no hay ninguna contradicción entre el discurso científico y el relato de la Escritura, pero creo que nunca has tenido la oportunidad de hacer un buen curso bíblico para comprender qué es un género literario y qué tipo de verdad nos quiere transmitir la Biblia, que no es, ciertamente, la verdad científica. Me temo que en este campo te has quedado con las explicaciones infantiles que te proporcionó tu catequista de la primera comunión. No te echo la culpa. No solo es responsabilidad tuya. Es una gran carencia pedagógica de la Iglesia. No hemos sabido acompañar tu itinerario académico o laboral con un itinerario de fe adecuado. El abismo entre ambos es evidente y las consecuencias saltan a la vista.

Este discurso respecto del origen del mundo se puede aplicar al resto de la dogmática cristiana. Educado en un ambiente que considera que lo que dice la ciencia es siempre la última palabra (o, por lo menos, la más exacta), no quiero ni pensar en las dudas que habrás sentido sobre la existencia de un Dios uno y trino, la presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía o sobre la vida eterna más allá de la muerte. Es probable que todo lo que confesamos cada domingo en el Credo te suene a lo que el cosmólogo Stephen Hawking llamaba con británica ironía “fairy tales” (cuentos de hadas). Muchos de los científicos más famosos se proclaman ateos o agnósticos. Han creado escuela. No importa que haya infinidad de científicos católicos o que también confiesen su fe otros personajes famosos como Roger Federer, Rafa Nadal, Kobe Bryant, Nicole Kidman, Bono (el de U2), Andrea Boccelli, Tolkien, Bradley Cooper, Lady Gaga, Al Pacino o Jim Caviezel.

           Lo que se respira en el ambiente (basta asomarse a la mayoría de películas, series de televisión, canciones, novelas, etc.) es que solo las personas mediocres y atrasadas siguen creyendo hoy en Dios. Lo que se lleva en la actualidad es una gran indiferencia y, en el mejor de los casos, un suave escepticismo. ¿Cómo no vas a sentirte afectado por esto? Además, es muy probable que la mayoría de tus compañeros de universidad y de trabajo, tus amigos con los que sales a tomar algo el fin de semana o a jugar un partido, se muestren también indiferentes en materia religiosa o engrosen ese variopinto y extenso grupo de los llamados “católicos no practicantes”, que –si te soy sincero– nunca he entendido bien qué significa. Es como si alguien que se está metiendo entre pecho y espalda un buen filete de ternera se declarase “vegetariano no practicante”.

Quizá uno de los terrenos que más problemas te causa es el de la sexualidad. Te parece que hay un abismo entre lo que hoy casi todo el mundo considera normal (la masturbación, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la convivencia sin casarse, el control artificial de los nacimientos, la homosexualidad, etc.) y lo que tú crees que defiende la Iglesia. Es más, quizás es esta la principal razón por la que te has ido descolgando de la fe o, por lo menos, de la pertenencia a la Iglesia. Te parece absurdo que la Iglesia vaya contra algo tan humano y hermoso como es la sexualidad. No estás seguro de que sea así al cien por cien, pero así se suele presentar en muchos medios de comunicación, hasta el punto de que tú has interiorizado este mensaje: Iglesia igual a enemiga de la sexualidad. Está claro que por aquí no quieres pasar porque sientes que no debes hacerlo. Practicar el sexo sin más límites que el respeto a la otra persona es uno de esos dogmas culturales que se nos ha impuesto hace 50 años y que muy pocas personas se atreven a criticar. 

          ¿Y qué decir de la Iglesia y el mundo de los pobres? Muchas veces has sentido que, aunque es verdad que hay muchos cristianos empeñados en las luchas sociales y en la práctica de la solidaridad, la Iglesia en su conjunto no está viviendo las consecuencias que se derivan del Evangelio. Muchas personas la siguen percibiendo como aliada de los ricos y defensora de sus privilegios. 
O como una institución que saca partido de la fe en provecho propio. La voz profética del papa Francisco y sus continuos gestos en defensa de los excluidos, los inmigrantes, los refugiados, etc. no son suficientes para acallar una crítica de siglos y modificar una visión muy consolidada en el imaginario social, sobre todo en los países donde la Iglesia ha tenido un fuerte peso histórico, como es el caso de España o de Italia. Por otra parte, aunque tú eres muy sensible a las desigualdades sociales y a la lucha contra la pobreza y el cambio climático, en el fondo aspiras a hacerte rico y a vivir lo mejor posible. No sabes bien cómo compaginar este deseo con tu preocupación social. Criticas el consumismo actual, pero te gusta disponer de dinero en el bolsillo para comprarte lo que te apetece. No haces asco a los artículos de marca y, si se tercia, a las vacaciones fuera de España aprovechando las gangas de Ryanair.

Habría otras muchas cuestiones que me gustaría comentar aquí. Algunas las he abordado en otras entradas de este blog a lo largo de los cuatro últimos años. Se encuentran en los archivos. Por ahora es suficiente. Creo que ya me estoy alargando demasiado. Además, en tiempos de videoclips de un minuto, de breves mensajes de WhatsApp y de tuits de 140 caracteres, el género epistolar ha caído en desuso. Apenas escribimos o recibimos cartas. Estoy seguro de que tanto tú como yo hace mucho tiempo que no escribimos una carta como Dios manda.

        Comprenderás que no puedo, en el corto espacio de una carta, responder a todas tus dudas. En realidad, no he respondido a ninguna, ni tampoco lo pretendo. Estoy convencido de que no es cuestión de multiplicar las respuestas que vengan de fuera, sino de suscitar experiencias que broten de dentro. La fe en Jesús es mucho más que un conjunto de doctrinas verdaderas. Pero no solo eso. Considero que siempre es saludable convivir con algunas dudas porque nos empujan a ser críticos, a no contentarnos con respuestas superficiales y a seguir buscando. No concibo una vida de fe sin dudas o, por lo menos, sin preguntas. Jesús y su madre María fueron personas que se hicieron las preguntas más radicales antes de entregarse por completo a la voluntad de Dios. Lo único que te pido es que seas honrado contigo mismo y que procures no engañarte. No te dejes manipular ni por unos ni por otros. Sigue lo que el corazón te diga. No sucumbas a la banalidad imperante. No tengas miedo de ir contracorriente si es eso lo que ves con claridad.

          Yo creo que en un corazón limpio habita Dios. Jesús lo dijo abiertamente: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). A lo largo de nuestras conversaciones, he visto en ti mucha limpieza y muy buenos deseos, incluso una gran lucidez. No soy nadie para juzgar tus comportamientos que –si te soy sincero– a veces me desconciertan un poco, como creo que desconciertan también a tus padres. Yo creo –siguiendo también las palabras de Jesús– que quien pide, recibe; quien busca, halla; y a quien llama, se le abre (cf. Lc 11,10). 

              Me gustaría que tuviéramos la oportunidad de hablar sin tapujos sobre esta carta. Tú te has podido hacer una cierta idea de lo que yo pienso. Pero ahora soy yo el que necesito escuchar con atención lo que piensas y sientes tú. Juntos podemos explorar nuevos caminos de ser cristianos. Confío en que esta oportunidad se dé algún día. No tengo ningún inconveniente en pagar el café, la cerveza o lo que sea necesario.

Un abrazo de tu amigo,

Gundisalvus

1 comentario:

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