domingo, 23 de febrero de 2020

Santos, templos, perfectos

Me parece que las tres palabras que figuran en el título de la entrada de hoy (santos, templos, perfectos) pueden resumir el mensaje que nos transmiten las lecturas de este VII Domingo del Tiempo Ordinario. Las tres son hermosas, pero las tres pueden ser malinterpretadas. El libro del Levítico (primera lectura) nos habla de ser santos: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Por si entendemos la santidad como una huida de nuestro compromiso con las personas que nos rodean, inmediatamente aclara: “No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La santidad de Dios es su amor. En el salmo responsorial de hoy (salmo 102) cantamos: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. Uno de los rasgos más hermosos de la santidad, que refleja cómo es Dios, es la capacidad de no guardar memoria del mal que nos han hecho. El perdón es el nombre cristiano de la santidad. Leo que el adolescente italiano Carlo Acutis será beatificado próximamente, una vez que el papa Francisco ha aprobado el milagro requerido. Me alegro muchísimo. Es un santo de nuestros días. Murió con 15 años en 2006. Puede ser un excelente modelo para muchos jóvenes que buscan una referencia. Él era apasionado de la informática, pero mucho más de la Eucaristía. Él sí entendió la santidad como un ejercicio de amor y de perdón.

En la primera carta de san Pablo a los Corintios (segunda lectura), el apóstol nos formula una pregunta que nos obliga a caer en la cuenta de nuestra dignidad: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros”. Ser templo de Dios significa que en la fragilidad de nuestra condición humana albergamos la huella de la presencia divina. Es bueno y necesario tener algunos espacios materiales en los que reunirnos como comunidad cristiana para orar, alabar a Dios y celebrar los sacramentos, pero el gran templo somos cada uno de nosotros. Ni el templo de Afrodita ni el de Poseidón, famosos en la variopinta Corinto del siglo I, se pueden comparar con el templo que es cada cristiano. Cuando caemos en la cuenta de que Dios puede manifestarse a otros a través de nuestro cuerpo mortal, de nuestra persona, nos estremecemos. Si Dios ha querido habitar en nosotros, la santidad se traduce en un enorme respeto al templo que somos cada uno y al templo que son los demás. Los seres humanos no somos objetos manipulables o vendibles, sino lugares del encuentro con Dios. Como decía el filósofo francés Lévinas: “La dimensión du divin s’ouvre à partir du visage humain” (La dimensión de lo divino se abre desde el rostro humano).

El evangelio de hoy es de los que nos dejan sin palabras. Yendo mucho más allá de lo que la ley o las tradiciones judías mandaban, Jesús nos regala algunas pautas de vida: “No hagáis frente al que os agravia… amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. Todo su mensaje se resume en la sentencia final: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Por si corremos el riesgo de entender la “perfección” como mero cumplimento escrupuloso de la ley, el texto paralelo de Lucas lo aclara así: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). La “perfección” a la que somos llamados consiste en poder vencer el mal a fuerza de bien; en derrotar el odio con el amor, la venganza con el perdón; la indiferencia con la oración por quienes nos afretan y persiguen. Gandhi pensaba que esta es la cumbre ética a la que puede aspirar un ser humano. Tanta “perfección” (es decir, tanto amor) solo es posible unidos a Dios. Santos, templos y perfectos son, en definitiva, tres modos de expresar nuestra vocación de signos del amor de Dios en nuestro mundo. Donde hay un cristiano, hay siempre un reflejo de la misericordia divina. ¿No es esta la más hermosa vocación que uno puede imaginar? Me parece que este domingo es un día especial para dar gracias a Dios porque “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4).



1 comentario:

  1. Gracias por destacar EL PERDON ES EL NOMBRE CRISTIANO DE LA SANTIDAD...
    y la SANTIDAD DE DIOS ES SU AMOR.

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