sábado, 29 de febrero de 2020

En carne propia

Este 29 de febrero amanece frío y luminoso en Roma. Los años bisiestos nos crean la ilusión de que podemos vivir un poco más. Este suplemento de 24 horas es como una paga extra en el salario de la vida. Yo la valoro con enorme gratitud después de la experiencia vivida ayer. Cuando me dirigía a pie a la iglesia de santa Lucía del Gonfalone, en el centro de Roma, para participar en el funeral del P. Tullio Vinci (un claretiano italiano que falleció con 99 años), caí en la cuenta de que basta un segundo para que la vida dé un vuelco. Mientras cruzaba uno de los puentes sobre el Tíber por el paso de peatones, una moto me embistió, me tiró a tierra y me desplazó varios metros por la calzada. Gracias a Dios, en ese momento no pasaba ningún vehículo en esa dirección; si no, hoy no podría estar escribiendo esta entrada. Después de un reconocimiento médico en el hospital, acompañado por algunas radiografías, me diagnosticaron un esguince en el pie izquierdo con fuerte inflamación y algunas magulladuras en el lado izquierdo del cuerpo. Aquí estoy, con la pierna izquierda vendada, en reposo, y con unas muletas para desplazarme por mi cuarto. Ante lo que podía haber sido, no parece nada grave.

No sé si esta es la mejor forma de empezar la Cuaresma, pero puedo asegurar que me hace comprender mucho más a quienes se pasan la vida atados a una cama o a una silla de ruedas. Las operaciones más simples (lavarse, desnudarse o vestirse) se convierten en tareas complicadas. La solidaridad de los hermanos de mi numerosa comunidad es ejemplar. Todos están dispuestos a prestarme cualquier mínimo servicio.

Quizá no debería contar estas cosas en un blog como este. Si lo hago es por tres razones. La primera, por caer en la cuenta de la importancia de la salud. Como se suele decir, solo la valoramos cuando la perdemos. La segunda, por avivar la empatía con las personas sufrientes: enfermos, discapacitados, accidentados, abandonados, solitarios, etc. Y la tercera, por agradecer el amor recibido a través de múltiples signos de fraternidad: desde llevarme en coche al hospital, hasta comprar las medicinas en la farmacia, traerme la comida a mi habitación o ayudarme en todo lo que necesito. Cada una de estas razones supone un rasgo espiritual. 

Agradecer la salud significa saber que dependemos de Dios, que estamos en sus manos. Estar sanos es una forma de estar más disponibles para la entrega. Ayer, mientras me llevaban al hospital, pensaba que lo que no me ha pasado nunca en mis múltiples viajes por misiones difíciles, me ha pasado en una ciudad como Roma “con todas las normas a mi favor”, como decía crómicamente el personaje de un chiste narrando el atropello de que había sido objeto. Nunca sabemos lo que nos puede pasar. Incluso las situaciones aparentemente más seguras pueden tornarse peligrosas en un abrir y cerrar de ojos.

La solidaridad con los sufrientes es un rasgo muy humano y muy cristiano. Somos seguidores de un Cristo sufriente que ha probado en carne propia el dolor de los seres humanos. Solo desde abajo comprendemos el misterio de la humanidad. Cuando todo nos va bien, cuando desde que nos levantamos hasta que nos acostamos derrochamos energía y buen humor, podemos volvernos insensibles a las necesidades de quienes viven una vida disminuida o amenazada. Probar de vez en cuando en carne propia la fragilidad nos vuelve sensibles, empáticos y humildes. Estas excursiones por la otra cara de la vida son imprescindibles para ganar en humanidad. Cuatro horas en las urgencias de un hospital permiten acercarse un poco al catálogo inmenso de las dolencias humanas.

¿Qué decir de la cercanía de mi comunidad? ¡Que no me la merezco! Saber que puedo contar con hermanos para cualquier cosa y en cualquier momento es uno de esos dones extraordinarios que acompañan la vocación religiosa! A veces, necesitamos que alguien atraviese una prueba o una crisis para desplegar todo el amor y cariño que llevamos dentro. Sin la más mínima ironía, se podría decir entonces que “no hay mal que por bien no venga”. Gracias, cercanía y paciencia me parecen  las tres palabras que mejor resumen el tratamiento con el que afronto esta semana de obligado reposo.



3 comentarios:

  1. Pues si, Gonzalo, va bien que lo cuentes y más cuando, expresando lo que vives y como lo sientes nos ayudas a valorar muchos aspectos de la vida y a empatizar con los demás.
    Me gusta y me hacen bien, las tres palabras con que resumes "el tratamiento": Gracias, cercanía y paciencia...
    Gracias Gonzalo por tu testimomio... Cuidate mucho... Oro por ti.

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  2. ¡¡Vaya susto!! me he llevado al leer con 24 horas de retraso tu accidente. hay que dar gracias a Dios porque todo se quedara en lo que te ha pasado. Es mucho y, como bien dices, se nota mucho más de lo que creemos cuando estamos bien. Hubo muchos samaritanos que vieron, se acercaron y te cuidaron; son de valorar y mucho esas actitudes. Infórmanos de la evolución y de lo que te digan dentro de 7 días.
    Estamos cerca tuyo aunque no te podamos echar esas manos que estás sintiendo con tanta emoción.
    Un abrazo
    p/s ¿El motorista salió ileso? ¿te ayudó? ¿se explicó?

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  3. Querido Gonzalo. Agradecemos al Señor que no haya sido peor y sobre todo que te encuentres con animo de espiritu para afrontar esa "cuaresma" particular. Un abrazo. Animo.

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