martes, 11 de febrero de 2020

Y la nave va

Hace siete años Benedicto XVI anunció su renuncia al ejercicio del ministerio petrino; o sea, que nos dijo en latín que pensaba dejar el papado, cosa que hizo formalmente el último día del mes de febrero de 2013. Yo lo había visto muy de cerca nueve días antes de ese misterioso mensaje en latín. Tuve la impresión de que estaba agotado y de que pronto podría morir. Quizás acerté en lo primero, pero me equivoqué de plano en lo segundo. Es verdad que se va apagando poco a poco, pero siete años es mucho tiempo para un hombre anciano. En realidad, no estaba tan mal como parecía. Prometió que se retiraría al silencio y la oración. Ha cumplido su palabra, aunque no han faltado de vez en cuando algunas críticas respecto a sus “intromisiones” en el papado de Francisco. Es posible que algunas personas piensen que tenemos “dos papas”. La falta de experiencia y de legislación al respecto ha podido generar en algún momento un poco de confusión. Esta inexistente bicefalia ha dado pie, sin embargo, a que algunos grupos consideren a Benedicto XVI el abanderado de la oposición a Francisco. Estas cosas son humanamente inevitables. Es mejor que salgan a la luz. Esto nos permite hacer un discernimiento más sereno.

Me sorprende que personas que no están muy metidas en la vida de la Iglesia me pregunten por estos asuntos. Deben de suponer que el hecho de vivir en Roma me proporciona una información de primera mano, lo que no es cierto. Para bien o para mal, yo me muevo muy lejos del mundo vaticano. Esto me permite ver las cosas con una sana distancia. Y lo que percibo es que, en medio de las normales tensiones humanas, salpicadas por el titubeante carácter eclesiástico, la nave de Pedro surca con decisión las aguas de la historia. Cada poco tiempo hay personas de dentro y de fuera que anuncian un naufragio inminente, como si la estabilidad de la barca dependiera solo de la idoneidad de la tripulación. La Iglesia lleva “desapareciendo” alrededor de dos mil años, desde el mismo momento de su nacimiento, cuando las autoridades judías pensaron que la secta de los galileos se disolvería como tantos otros movimientos. Juicios parecidos hicieron las autoridades romanas y luego una serie de agoreros: filósofos, sociólogos, científicos, periodistas… Como suele decirse en la jerga española: “A la Iglesia le quedan tres telediarios (o dos)”. Es verdad que, con las estadísticas en la mano, podría pensarse eso de algunos países europeos y americanos, pero la visión es demasiado coyuntural y superficial. La vitalidad de la Iglesia no depende de sus números y ni siquiera de su fidelidad, sino de su condición de “sal de la tierra” y “luz del mundo”. Esta le viene asegurada no por la cantidad y fidelidad de sus miembros, sino por la promesa de su Señor. Este discurso es absurdo a los ojos del mundo; por eso, descoloca tanto.

No sé si algún día el papa Francisco va a renunciar como lo hizo el papa Benedicto XVI hace siete años. No me extrañaría nada. El papado no imprime carácter como la ordenación sacerdotal. Parece lógico que, tras un ponderado discernimiento, un papa pueda presentar su renuncia cuando considera que no posee ya las condiciones necesarias para el ejercicio de su ministerio. Este es un aspecto menor. Lo más decisivo es ir caminando hacia un tipo de ministerio que se desprenda de los rasgos de las monarquías absolutistas para que exprese mejor el servicio a la comunión eclesial y facilite la unidad de todas las iglesias. Es verdad que el papa Francisco ha dado algunos pasos, pero se trata de una evolución sinodal, de un camino que la Iglesia en su conjunto debe hacer, no de algunas decisiones “proféticas” tomadas por la cabeza aislada del cuerpo. Cada vez somos más sensibles a una Iglesia que camina junta, que toma en serio las opiniones de todos, que multiplica los órganos de participación y discernimiento. Desconfiamos mucho de las decisiones en solitario por más que a veces supongan un fuerte empujón en la línea de una renovación evangélica. Si en algo nos distinguimos los creyentes de quienes no creen es en reconocer la presencia del Espíritu de Dios en nuestros procesos de búsqueda de la verdad. Animados por esta fe, afrontamos siempre el futuro con mucha confianza, por más que a veces la barca de la Iglesia parezca zozobrar.

1 comentario:

  1. A parte que está haciendo más ateos que católicos, si y con esa idea aquí en Japón parecen una góndola, para ir al cielo o infierno, esta es la idea: si tengo plata y regalo plata soy rico, pero en verdad son pobres en espíritu.
    " A evangelizar ".
    Con amor.

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