jueves, 27 de febrero de 2020

Salir a la calle

Leo que la omnipresente monja argentina Lucía Caram, ataviada con bufanda roja, ha visitado a los muchachos de la academia de Operación Triunfo. Enseguida se ha desatado un debate digital. Me parece que dominan los partidarios sobre los detractores. Más allá de la simpatía o antipatía que suscite esta monja atípica, admiro a las personas que aceptan el desafío de vivir su fe en la calle, en diálogo con personas que entienden la vida de maneras muy diversas. Admiro, sobre todo, a quienes se sientan a dialogar con las jóvenes generaciones. Escuchar sus preguntas y perplejidades nos ayuda a entender mejor en qué mundo vivimos. Leyendo algunos comentarios a la visita de la monja Caram a los “triunfitos”, me sorprende que varios digan que ha sido genial porque ha hablado de valores humanos como el esfuerzo, la preocupación por los últimos, la solidaridad… sin hablar de Dios. Lo que la hace atractiva para quienes se declaran ateos es que no ha necesitado hablar de Dios para mostrarse muy humana. Estas cosas solo suceden en Europa. Creo que en ninguna otra parte del mundo (salvo quizás en algunos lugares de América) se contrapone con tanta energía la fe en Dios y la preocupación por los seres humanos. Espero que, entre las muchas cosas que hemos exportado (buenas y malas), no exportemos también esta manera dualista y empobrecedora de entender la fe y la realidad.

Cuando salimos a la calle nos exponemos mucho. Hay personas a las que todo lo que suene a religión, Jesús, Evangelio o Iglesia les produce urticaria. Pueden tener razones personales para esta hostilidad. A menudo provienen de contextos familiares y educativos en los que la fe cristiana se ha vivido más como imposición que como opción liberadora. No faltan experiencias traumáticas en relación con algunos hombres o mujeres de Iglesia. En otros casos, la hostilidad puede provenir del pensamiento anticristiano que se ha instalado en algunos círculos intelectuales y artísticos y que se vende como la cumbre de la libertad de expresión. O simplemente de prejuicios nacidos de la ignorancia. Es normal que una sociedad pluralista existan corrientes de este tipo. Hay que aprender a convivir con ellas sin concederles una excesiva importancia. En ningún caso las posibles reacciones críticas deben impedirnos caer en la cuenta de que la gran mayoría de las personas tienen una actitud abierta al diálogo, respetan los diversos caminos que uno puede recorrer e incluso sienten una profunda simpatía por Jesús y su evangelio. Me he sorprendido muchas veces hablando con personas que, al enterarse de que era misionero, han compartido abiertamente sus búsquedas y sus problemas. ¿Por qué habríamos de esconder un tesoro que se nos ha concedido para compartirlo con los demás?

En esta línea, me produjo alegría que el reciente Congreso de Laicos de España llevara por título Pueblo de Dios en salida. No se trata de promover una campaña de proselitismo semejante a la que practican algunas sectas pentecostales o de querer regresar al modelo tradicional de cristiandad. Me parece que es algo más profundo, fresco y evangélico. Consiste en tomar en serio la invitación de Jesús de ir de dos en dos dando testimonio de la novedad del Reino a través de algunos signos que la expresan. Quizás el más sencillo y elocuente es la autenticidad de la propia vida, la alegría serena y contagiosa que brota de quien vive con sentido, de quien se sabe querido de manera incondicional por Dios. No es necesario imaginar una evangelización muy programada, a base de medios sofisticados. El Espíritu Santo llega al corazón de las personas en directo. A nosotros nos toca respetar, suscitar, acompañar y compartir. El Evangelio que se vive y se celebra en las casas y en los templos resuena con una frescura especial cuando sale a la calle. Es posible que los ruidos ambientales interfieran un poco, pero eso mismo se convierte en acicate para aguzar el oído. El siguiente vídeo puede ser una hermosa parábola musical de lo que sucede cuando abandonamos una impoluta sala de conciertos y llevamos el Bolero de Ravel a una plaza del pueblo. Algo parecido podría suceder con el Evangelio, la partitura que nunca pasa de moda y que cada vez menos conocen.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.