jueves, 9 de enero de 2020

Diez minutos de belleza incandescente

Cuenta la leyenda –más que la historia– que allá por 1401, cuando se decidió construir la nueva catedral de Sevilla, los canónigos dijeron: “Hagamos una iglesia tan grande que los que la vieren labrada nos tomen por locos”. A fe que lo lograron con la construcción de la imponente Magna Hispalensis. Viene esta anécdota a cuento porque ayer por la tarde tuve la suerte de asistir a la presentación de un cortometraje sobre otro templo imponente (la Sagrada Familia de Barcelona) en la Filmoteca Vaticana.  Un poco antes de las cuatro de la tarde me acerqué a la entrada del Santo Oficio, uno de los accesos a la Ciudad del Vaticano. El oficial de la Guardia Suiza me preguntó mi nombre para ver si estaba en la lista de invitados. Efectivamente estaba, pero había olvidado en casa mi carné de identidad, así que tuve que convencerlo de que yo era la persona que figuraba en la lista, a pesar de no exhibir ninguna prueba documental. 

Atravesé dos arcos, pasé por delante de la Casa Santa Marta (la residencia del Papa) y me dirigí al edifico donde está el pequeño salón de actos de la Filmoteca Vaticana, fundada por san Juan XXIII hace más de 60 años. Allí se presentaba el cortometraje de mi amigo Jordi Roigé, director de Animaset, sobre “La Sagrada Familia. La Biblia en Pedra”, una producción de poco más de diez minutos, pero de una belleza cautivadora. Además de la directora de la Filmoteca Vaticana (la Dra. Claudia di Giovanni), intervino el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona. Fibnalmente, hubo una interesante conversación entre Josep M. Turull, rector de la basílica de la Sagrada Familia, y Miriam Díaz, vicepresidente de la Fundación Catalunya Religiò. Ambos se expresaron en un italiano más que correcto.

Todos coincidieron en alabar el genio de Antoni Gaudí, un arquitecto innovador que llevó el gótico a un grado extraordinario de originalidad. Tanto Sistach como Turull insistieron mucho en que la grandeza de Gaudí no reside solo en su atrevimiento arquitectónico y en su estética rompedora sino, sobre todo, en su profunda vida de fe. Murió atropellado por un tranvía cuando se dirigía a orar a la iglesia de san Felipe Neri. Quienes lo socorrieron no sabían quién era. Por su pobre indumentaria, más parecía un indigente que el arquitecto más famoso de la época. La Sagrada Familia –como reza el título del cortometraje– es una Biblia en piedra, una catequesis visual que saca los retablos (del nacimiento, la pasión y la gloria) a la calle y mete dentro de las naves la naturaleza a base de columnas que más parecen árboles vivos que estructuras de piedra. 

Gaudí supo descifrar los signos de Dios en tres grandes libros que nos hablan de Él: la naturaleza, la Biblia y la liturgia. La combinación de los tres produce un sorprendente efecto de claridad realzado por los juegos de luces que van coloreando todo el monumento con matices diversos según las horas del día. Se habló de historias de conversiones (comenzando por la del escultor japonés Etsuro Sotoo), de que la basílica es con mucho el monumento más visitado de Cataluña y de España (más de cuatro millones de personas cada año), del 2026 como posible fecha para finalizar los trabajos, del proceso de beatificación de Gaudí (pendiente de un milagro), del patronazgo de san José, de los problemas para construir la plaza delante de la fachada de la Gloria, de los defensores y opositores del proyecto, de las misas internacionales que se celebran cada domingo, de las celebraciones extraordinarias (como la beatificación de 109 mártires claretianos en octubre de 2017)…

Lo que más me atrajo fue, sin duda, el hecho de presentar la basílica de la Sagrada Familia como un lugar en el que la belleza se convierte en pregunta por Dios o en confesión y alabanza de su gloria. Es, por una parte, un fascinante “atrio de los gentiles” en el que turistas y visitantes se sienten como empujados a ir más allá de sí mismos, a entrar en una dimensión que no es perceptible en la vida cotidiana. La luz polícroma de la basílica es una invitación a formularse una pregunta: “¿Dónde vives?”. En el silencio de las encrespadas naves, se intuye una respuesta: “Venid y veréis”. No hay evangelización más profunda y transformadora que aquella que nos ayuda a hacernos preguntas y nos coloca ante las posibles respuestas. 

En la Sagrada Familia hay lugar para todos: para el escéptico y para el creyente, para quien busca y para quien cree tener ya una respuesta, para el católico y el perteneciente a otra religión, para el científico y para el artista, para los ancianos y para los jóvenes y niños… La belleza –como el amor– es un lenguaje universal que traspasa credos, etnias, edades y culturas. Desde 1882 hasta 2026 habrán pasado 144 años, pero –como decía el mismo Gaudí respondiendo a quienes le preguntaban cuándo se terminaría su obra– “mi cliente (o mi amo) no tiene prisa”. Cuando salí de la Filmoteca Vaticana era ya de noche. Atravesé deprisa la plaza de San Pedro, eché un vistazo fugaz al árbol de Navidad y al belén junto al obelisco y salí corriendo para no perder el autobús 982. Mereció la pena el viaje para diez minutos de excelsa belleza. ¡Moltes graciès, Jordi!

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