martes, 14 de enero de 2020

La vida sin Internet

A la entrada de la casa de retiros de Talagante (Chile), junto a la cabina de recepción, hay un cartel que indica con claridad el nombre de la red WiFi de la casa junto con la contraseña que hay que marcar para acceder a ella. De esta forma, los usuarios de la casa pueden ahorrarse las típicas preguntas iniciales. Ya se sabe que hoy “extra Internet nulla salus” (fuera de Internet no hay salvación). Es el nuevo axioma soteriológico, mucho más universal y exigente que el viejo “extra ecclesia nulla salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación). Dependemos de Internet para casi todo. Es curiosa la estampa de casi 40 misioneros de todas las regiones del mundo buscando los rincones de la casa donde la señal es un poco más fuerte. Unos están con sus ordenadores portátiles; otros con sus tabletas o teléfonos móviles. Cualquier esfuerzo es aceptable con tal de conseguir conectarse durante unos minutos a la telaraña mundial. En medio de un recinto hermoso, con jardines amplios y llenos de diversas especies botánicas, enseguida llegó la primera y más terrible frustración: ¡Internet funciona mal o no funciona! No hay peor noticia para personas que dependen (dependemos) de esta conexión mágica. Acostumbrados a disponer de fibra óptica y de una velocidad de Fórmula 1, hemos regresado al tiempo de las carretas. La señal va y viene. Cuando llega, se tarda una eternidad en descargar un archivo o enviar un mensaje. La paciencia se pone a prueba. ¡Bienvenidos al pasado!

Sometidos a esta forzada dieta digital, enseguida aparecen los primeros síntomas del síndrome de abstinencia. Caemos en la cuenta de nuestra dependencia de Internet. Estamos enganchados a la red como los toxicómanos a la cocaína y otras sustancias. ¿Qué hago yo ahora para conectarme a Skype y hablar con mi madre para decirle que he llegado bien y que Chile no es un campo de batalla? Una vez que hemos decidido hacer un encuentro paper-free (sin papeles) o eco-friendly (por emplear una palabra al uso), ¿cómo podemos enviar los documentos de trabajo a través de WhatsApp si la línea se viene abajo cada dos por tres? ¿Qué les voy a decir a las personas que siguen enviándome correos electrónicos o mensajes a través de Facebook cuando se den cuenta de que ya no puedo responderles a los pocos segundos o minutos, sino que, con un poco de suerte, tal vez pueda hacerlo dentro de 24 horas? ¿Cómo voy a leer los periódicos digitales de España e Italia para saber si Pedro Sánchez se ha inventado un ministerio más o Salvini ha dicho una nueva barbaridad para que se hable de ella en el Telegiornale? ¿Qué puedo hacer para saber la temperatura que hace en Vinuesa o en Roma y compararla con los 30 grados de Talagante? ¿Cómo conseguiré hacer mi facturación on line antes de regresar a Roma el próximo día 26? Y –lo que es más importante para los lectores de este benemérito Rincón–, ¿cómo me las voy a ingeniar para subir a la red la entrada diaria?  Estoy que no aguanto una pregunta más.

Me permito ironizar con esta situación sobrevenida para poner de relieve hasta qué punto nuestra vida moderna –al menos la de quienes nos movemos en ciertos ambientes– depende tanto de Internet. ¡Y eso que no he hablado de movimientos bancarios u otras acciones que realizamos a menudo! Y, sin embargo, los que no somos nativos digitales, hemos vivido muchos años sin Internet y la vida seguía su curso sin especiales aspavientos. Incluso hoy en nuestros países informatizados, hay gente que vive con serenidad sin acceder nunca a Internet. Se pierden muchas oportunidades, pero tal vez disfrutan de un sosiego que quienes navegamos desde hace años en la red hemos perdido, al menos en parte. Nos hemos creado tantas necesidades (casi siempre con causa justificada), que nos resulta difícil vivir desconectados, olvidarnos de los que están lejos para concentrarnos en quienes tenemos cerca, visitar menos páginas digitales y disfrutar más con el paisaje que nos rodea, emplear menos tiempo en navegar y más en conversar, demorar el tratamiento de algunos asuntos para que, en la medida de lo posible, se resuelvan con el paso del tiempo, sin la angustia de quien quiere todo al instante. La vida sin Internet era algo más trabajosa, pero tenía un encanto que ha desaparecido para siempre. Por cierto, ¿cuándo demonios va venir el técnico para poner en orden esta maldita red? ¿Es que no sabe que aquí hay un gobierno general y 30 provinciales de todo el mundo que necesitan estar conectados las 24 horas del día y de la noche para que todo discurra comme il faut? Seriedad, señores, estamos en el siglo XXI.

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