viernes, 24 de marzo de 2017

Viacrucis con María

El Viacrucis es una devoción típica de este tiempo litúrgico. En mi comunidad lo practicamos todos los viernes de Cuaresma. Hace algunos años me parecía un ejercicio pasado de moda en el que la historia se mezclaba de manera antojadiza con las leyendas piadosas. Hoy lo valoro como un camino en solidaridad con todos los cristos que cargan pesadas cruces en su vida cotidiana. Yendo de estación en estación, repitiendo catorce veces el estribillo Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste el mundo, pienso en Jesús –¡faltaría más!–, pero pienso, sobre todo, en los muchos inocentes masacrados que hoy completan en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo (cf. Col 1,24). Es un itinerario en el que me sobran las palabras. No me gustan las meditaciones largas. Prefiero la lectura escueta del texto bíblico, un tiempo de silencio contemplativo y, de vez en cuando, una plegaria breve. Cuando el misterio se sobrecarga de explicaciones deja de hablarnos. Se convierte en una mera excusa para hacer una exhortación moral de las nuestras. No, no es eso. El Viacrucis es, ante todo, un ejercicio de ósmosis contemplativa. Mirándolo a Él, caminando con Él, acabamos pareciéndonos a Él. Se produce un misterioso trasvase de sentimientos, una progresiva configuración. 

En este proceso no estamos solos: nos acompaña María, la Madre dolorosa, la que no se retiró del pie de la cruz: Stabat mater iuxta crucem. Un antiguo libro titulado Dormición de la Virgen presenta a María recorriendo los lugares por los que anduvo Jesús camino del Calvario. Parece ser que ésta era también –como atestigua la monja española Egeria en el siglo IV– una tradición de los cristianos que vivían en Jerusalén. Todos querían recorrer la senda que el Maestro había recorrido con la cruz a cuestas. Cuando el peregrino actual quiere hacer lo mismo –tuve la oportunidad de hacerlo el pasado mes de noviembre con un grupo de claretianos de varios países del mundo experimenta, de entrada, una enorme frustración, más acentuada, si cabe, que la que siente en otros lugares de Tierra Santa. Hoy no sabemos con exactitud cuál fue el verdadero camino seguido por el Nazareno porque tampoco conocemos el lugar del que Jesús salió con la cruz. La actual Vía Dolorosa discurre por un laberinto de calles cuyo trazado es muy posterior. Pero para el peregrino este hecho carece de importancia. Lo que importa es recordar lo que Jesús padeció en la Jerusalén del primer tercio del siglo I. 

¿Qué sentiría hoy María viendo la Vía Dolorosa convertida en la calle más comercial de la Jerusalén intramuros? Los antiguos grupos de mujeres plañideras han sido sustituidos por vendedores que ofrecen especias, ropas y toda clase de artesanía y de recuerdos. Los peregrinos se convierten con frecuencia en meros turistas. Nada es como aquel viernes del año 30. O quizá sí. Hoy como entonces seguimos ignorando al Cristo que pasa, aunque, también hoy como entonces, sigue habiendo pequeños cireneos. La mirada de María no es de condena. Los mismos ojos compasivos que contemplaron entonces al Hijo sufriente contemplan hoy a los hijos sufrientes que se esconden tras los escaparates de un comercio o bajo la gorra de un turista. La presencia de María sigue viva en esa calle que parte de la torre Antonia (hoy convertida en escuela musulmana) y muere en la basílica del Santo Sepulcro, que serpea por entre bazares y puestos de policía, que ensambla las voces de los comerciantes, las plegarias de las mezquitas y las campanas de las iglesias, que mezcla las monedas y el incienso. Aparece de manera expresa en el pequeño bajorrelieve que conmemora la cuarta estación en una capilla regida por los armenios católicos. Pero sigue viva, por encima de todo, consolando a los muchos cristos rotos que deambulan por las vías dolorosas de este mundo nuestro, de la que ésta de Jerusalén es todo un símbolo.

En este viernes de Cuaresma, os invito a hacer un Viacrucis visual de la mano de un joven artista italiano, Roberto Ferri, nacido en Taranto en 1978. Su arte se inspira en los grandes maestros del Barroco italiano; sobre todo, en Caravaggio. Las telas de Roberto Ferri se encuentran en la catedral siciliana de Noto. Como hablan por sí solas, huelga todo comentario. 

Primera Estación: 
Jesús es condenado a muerte


Segunda Estación: 
Jesús carga la cruz


Tercera Estación: 
Jesús cae por primera vez


Cuarta Estación: 
Jesús encuentra a su madre María


Quinta Estación: 
Simón el Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz


Sexta Estación: 
Verónica limpia el rostro de Jesús


Séptima Estación: 
Jesús cae por segunda vez


Octava Estación: 
Jesús consuela a las mujeres que lloran por él


Novena Estación: 
Jesús cae por tercera vez


Décima Estación: 
Jesús es despojado de sus vestiduras


Undécima Estación: 
Jesús es clavado en la cruz


Duodécima Estación: 
Jesús muere en la cruz


Decimotercera Estación: 
Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de María, su madre


Decimocuarta Estación: 
Jesús es sepultado


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