lunes, 6 de marzo de 2017

Tan cerca y tan lejos

Hace mucho tiempo que no trabajo directamente con jóvenes, aunque tengo contacto con algunos de los llamados millennials; es decir, los que nacieron entre 1982 y 2004, a caballo entre dos milenios. En España son más de ocho millones. Algunos de sus rasgos me resultan bastante lejanos, pero procuro sintonizar con su manera de ver la vida. Sé que muchos adultos los etiquetan de perezosos (porque se quedan en casa de los padres hasta pasados los 30 años), narcisistas (porque se gustan a sí mismos y lo demuestran en las redes sociales) y consentidos (porque nacieron con todo a su favor y creen que les es debido). Lo cual no obsta para que los jóvenes españoles entre 18 y 34 años sean también críticos, exigentes, reformistas, poco materialistas, comprometidos, digitales y participativos. Dicen que son la generación más preparada y con menos posibilidades de sacar partido a su preparación. No sé si es verdad. El concepto de preparación suele referirse a conocimientos y destrezas, pero la preparación para la vida comporta muchas más cosas que una licenciatura, un par de masters y dos lenguas extranjeras. Exige algunas convicciones y actitudes sin las cuales, por excelente que sea la cualificación académica, uno no se abre camino o se viene abajo a las primeras de cambio. Es verdad que las posibilidades laborales han disminuido (basta ver la alta tasa de paro juvenil), pero también lo es que caminamos hacia una nueva concepción y organización del trabajo y que conviene prepararse para ella.

Como misionero, me preocupa, sobre todo, la actitud de los jóvenes hacia la fe y la justicia. Solo el 36% dan su aprobación a las instituciones religiosas. Sin embargo, la aprobación de los movimientos sociales y de las ONGs sube hasta más del 80%. Para ellos, un “buen ciudadano” es, por este orden, quien trata de entender a la gente con opiniones distintas (tolerancia), ayuda a las personas con menos posibilidades (solidaridad) y no evade impuestos (sentido cívico). La familia, los amigos, el trabajo, los estudios, el sexo, ganar dinero y la política son –también por ese orden– sus prioridades. Suelo ser bastante escéptico con respecto a las encuestas, pero ofrecen un primer acercamiento. De ellas se deriva que la preocupación religiosa no aparece como algo destacado en el horizonte de los millennials; por lo menos, de manera explícita. Son muy sensibles –eso sí– a las relaciones cercanas (familia y amigos) y, en general, se muestran tolerantes (han vivido desde niños en sociedades abiertas) y solidarios (sintonizan con las corrientes en boga). La imagen que yo tengo de aquellos con quienes me relaciono encaja bastante bien en estos parámetros. Sin querer sacar conclusiones apresuradas, esto significa que si perciben la religión como algo frío, intolerante e insolidario, no van a sentirse atraídos por ella. Y, por desgracia, esa es la imagen con la que a menudo suele presentarse en los medios de comunicación social porque siempre hay hechos deplorables que la sustentan.

Estamos comenzando la Cuaresma. ¿Habría alguna manera de compartir con esta joven generación la experiencia de que Jesús es lo más cálido que le puede suceder a un ser humano? ¿Es tan difícil mostrar que el encuentro con él no nos convierte en talibanes de la fe sino que dilata hasta el infinito la capacidad de comprensión y acogida, que un seguidor auténtico de Jesús es siempre una persona abierta y tolerante porque él mismo es un buscador? ¿Hace falta subrayar que no hay fe verdadera sin solidaridad con los más necesitados, que Cristo se hace el encontradizo en los más vulnerables e indefensos? Cuando veo a grupos de jóvenes sumergidos en el botellón del fin de semana o seducidos por propuestas totalitarias que les dan seguridad –estoy pensando en la película La ola, que vi el sábado– siento ganas de decirles que hay Alguien que los está esperando, que los acepta como son, que tiene para ellos una propuesta de vida inimaginable. Naturalmente, detesto hacerlo al estilo de muchos predicadores pentecostales que venden el Evangelio como si fuera un producto de limpieza, pero confieso que no sé cuál es la manera mejor. Tan cerca de ellos con el corazón y, a veces, tan lejos en las palabras y actitudes. Alguien tiene que ayudarnos a rellenar esta brecha. No podemos privarles del mejor tesoro de nuestras vidas. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.