domingo, 19 de junio de 2016

Diccionario elemental para seguidores

De Jesús he escrito varias veces en este blog. Al menos dos entradas llevan su nombre: Jesús, ¿quién eres tú? y, de manera un poco más críptica, Yeshua, tu nombre me suena. El evangelio de este XII Domingo del Tiempo Ordinario vuelve a la carga, así que no tengo más remedio que hacerme eco. Me resulta extraño que Jesús pregunte por su identidad. Por lo general, él muestra siempre una conciencia clara de quién es. Pero Lucas quiere aclarárnosla a nosotros, los seguidores de todos los tiempos, no sea que cometamos errores imperdonables. Los contemporáneos de Jesús fácilmente podían ver en él al Mesías que llevaban tanto tiempo esperando. Al fin y al cabo, Israel –salvo breves períodos de su historia– siempre había sido un pueblo pequeño ocupado por potencias más poderosas. Un Mesías solo merecía tal nombre si iba a ser el libertador del pueblo. Los cristianos del tiempo de Lucas ya no piensan así, pero algunos anhelan a un Cristo semejante al emperador de Roma: poderoso, esplendente, conquistador. 

Nosotros, al cabo de dos mil años de historia, tenemos las claves secretas, pero siempre hay algo que nos impulsa a pensar que si creemos en un Resucitado, de algo tiene que servirnos. ¿Qué ganamos con creer en él? ¿Es que acaso quien cree en Jesús encuentra enseguida un puesto de trabajo, se enamora sin complicaciones, adelgaza los kilos que le sobran y consigue el premio gordo de la lotería?

Lucas dice que, antes del diálogo que Jesús va a tener con los suyos, se retira a orar. O sea, que se trata de algo muy importante. Tras la consabida ronda de consultas, les regala un pequeño diccionario que, en realidad, les va a servir de poco porque los discípulos no acaban de dominar la lengua del Maestro. En síntesis, les (nos) viene a decir lo siguiente: 
“Sí, yo soy el Mesías, no quiero engañaros, pero me temo que no a la manera como vosotros lo imagináis. Muchas personas os prometen la felicidad vendiéndoos métodos de autoayuda, prometiéndoos la independencia de vuestro país, el pleno empleo o la subida de las pensiones, asegurándoos que vuestro equipo de fútbol va a ganar, promocionando un remedio milagroso contra el cáncer, regalándoos un crecepelo o un método de adelgazamiento… No, yo os invito a abrazaros al peso (cruz) de cada día, a no huir de los problemas que tenéis, a no esconder la cabeza. La vida humana, a causa de ese virus mortal que la infecta, es una pura contradicción. Queréis el bien y hacéis el mal. Siempre hay algo que estropea vuestros sueños. No hay relación o proyecto que se cumpla al cien por cien. Yo asumo esta contradicción, la cargo sobre mis hombros, incluso me dejo aplastar por ella. A ninguno de vosotros os sale de dentro actuar de este modo. Todos huis de las dificultades como del demonio. Pero os quiero revelar un secreto: solo abrazándolas (tomando la cruz de cada día), podréis vencerlas porque yo las he vencido (“resucitaré al tercer día”).”
Se nos pasa la vida y no acabamos de entender el mensaje. A pesar de este pequeño y claro diccionario, preferimos seguir usando el vocabulario del triunfo, el reconocimiento, el aplauso… con lo cual no sabemos cómo encajar los problemas que cada día nos visitan como si fueran el verdadero pan nuestro. Jesús, a diferencia de tantos líderes de ayer y de hoy, no promete el cielo en la tierra. Nos emplaza a afrontar la crudeza de la vida con la certeza de que quien se entrega acaba venciendo la batalla. Cargar con la cruz de cada día significa que el mal que existe en el mundo solo se vence con la fuerza del bien. A mayor mal, más entrega silenciosa y desinteresada. No hay arma más poderosa que el amor.

A algunos os gusta seguir los vídeos de Fernando Armellini. Os dejo con el de este domingo.


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