martes, 14 de junio de 2016

Admirados y a veces olvidados

Dispongo de un tiempo libre mientras los ocho novicios realizan algunas tareas domésticas. Estoy en el noviciado Inmaculado Corazón de María que yo mismo inauguré hace seis años. Está situado en las colinas Ngong, a unos 20 kilómetros de Nairobi. Aquí el clima es fresco, y más en estos meses del año. Dentro de unas horas viajaré en avión a Mombasa, en la costa índica. El contraste será grande porque allí siempre hace mucho calor. Aprovecho la tranquilidad de este lugar para recordar a tantos hombres y mujeres misioneros que, a lo largo de los años, han entregado su vida en África. 

Novicios jugando al voleibol
Es verdad que de vez en cuando aparecen algunos reportajes, por lo general laudatorios, en la prensa o en la televisión. Es verdad que se habla de ellos con gratitud cuando brota una crisis en algún país africano (pienso en la del ébola en Sierra Leona el año pasado o en la crisis permanente en Sudán del Sur). Es verdad que, en general, los misioneros son admirados por su desprendimiento, alegría y entrega. Es verdad que reciben donaciones y algunos premios. Es verdad que la gente del lugar los aprecia y ayuda, aunque también los engaña y se aprovecha de ellos todo lo que puede. Es verdad que los nuevos medios de comunicación han acortado las distancias con sus familias, amigos y comunidades de origen. Es verdad que África ejerce sobre ellos una atracción especial (el llamado mal de África) que permite minimizar los riesgos y superar los obstáculos con entereza. Es verdad que, aunque haya otras motivaciones, los misioneros han venido aquí para servir a Dios en sus hijos e hijas más necesitados. Es verdad que esta es al mismo tiempo su motivación y su más profunda recompensa. No necesitan medallas, homenajes o películas.

Capilla del noviciado
Todo esto es verdad y, sin embargo, no puedo evitar un sentimiento de preocupación y tristeza cuando compruebo con qué facilidad nos olvidamos de ellos o prestamos atención solo a aspectos secundarios. Absorbidos por nuestras propias preocupaciones y problemas, nos limitamos a menudo a enviar recursos económicos para sostener sus misiones, financiar y controlar la correcta ejecución de sus proyectos de ayuda, organizar campañas de voluntariado, etc. Pero, ¿quién se detiene a escuchar a los misioneros? ¿Quién sabe de sus soledades en medio de la selva o de la sabana, de sus sentimientos de impotencia ante tantas necesidades no cubiertas, de sus tensiones afectivas, de sus crisis de fe? ¿Quién sabe de los momentos oscuros en los cuales tienen la impresión de haber enterrado su vida en un lugar remoto de este inmenso continente a cambio de nada? ¿A quién le importa que se les rompa un vehículo, reparado decenas de veces, en medio de un camino intransitable y tengan que pernoctar en un poblado? ¿Quién cuentas las veces que caen en cama derrotados por la malaria? ¿Cómo respondemos a sus necesidades personales de descanso, salud y formación? ¿Quién se deja enseñar por su sabiduría, hecha a base de oración, trato con la gente y servicio continuo? ¿Quién valora su experiencia reflexionada en vez de pensar solo en ponerlos al día con las últimas novedades teológicas u organizativas? ¿Quién acoge sus silencios y vacíos y perdona sus errores y pecados?

Creo que esta es la duodécima vez que viajo a África. Aunque vengo con objetivos muy concretos, me he propuesto escuchar más que nunca, ser una esponja que recoja las ansiedades, tristezas, preguntas, perplejidades y propuestas de mis hermanos. Es probable que sean ellos quienes, curados por mil batallas y adiestrados en el día a día de una vida dura, inyecten un poco de esperanza y buen humor en este viajero impenitente que a veces se cansa. Entonces el intercambio producirá el milagro del encuentro. Y ya se sabe que una vez que alguien entra en tu vida por la puerta de la intimidad no se olvida jamás. 

1 comentario:

  1. Tienes toda la razón con el título ADMIRADOS Y A VECES OLVIDADOS.
    El día a día del misionero no es noticia y además, para las personas en general, es un mundo desconocido y sólo se puede amar de verdad aquello que se conoce.
    Es una gran suerte tener experiencia misionera, ello hace que las noticias no sean frías, tienen nombres concretos.
    Africa, India, Brasil... se vive diferente cuando alguien te ha podido contar experiencias concretas, vividas in situ, cuando has podido compartir con los misioneros y su gente.

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