lunes, 20 de junio de 2016

Una grieta en las paredes de la rutina

Decir que hoy es lunes parece una obviedad. Pero lo hago para señalar que, con el comienzo de la semana, volvemos a nuestra rutina, aunque en algunas partes del hemisferio norte este lunes coincide ya con el comienzo de las vacaciones estivales. En realidad, creo que el 90% de nuestra vida es pura rutina. Exagero: el 99%. Nos movemos siempre por parecidos escenarios. Frecuentamos las mismas personas. Repetimos patrones conductuales. Comemos las mismas cosas. Vemos (o no vemos) los mismos programas de televisión. Nos levantamos a una hora precisa, paseamos al perro cuando toca, usamos los mismos giros lingüísticos, etc. La liturgia de la Iglesia es también pura repetición. Se repiten las oraciones en la misa, los salmos en la Liturgia de las Horas, los cantos, las devociones… Uno tendería a pensar que en nuestra vida no hay espacio para la novedad, que todo es más de lo mismo, que un día se parece a otro como dos gotas de agua.

Hay personas que no soportan el dulce peso de la rutina y siempre están poniendo en marcha ocurrencias. A veces resultan patéticas porque toda ocurrencia que no sea fruto de la creatividad sino del deseo de llamar la atención acaba siendo algo pueril y ridícula, un síntoma claro de que uno no es capaz de convivir con la vida en su aburrida cotidianidad, de que huye de sí mismo y de que, al no tener raíces, se seca pronto. Esto pasa con ese permanente afán de novedades que los medios de comunicación han inoculado en nosotros. No resistimos que repitan las mismas noticias o programas. Se suele decir, con un poco de sorna, que "no hay nada más viejo que el periódico de ayer".

Yo me considero una persona tradicional y, al mismo tiempo, con deseos de cambio porque vivir es cambiar. Para mí la tradición es mi patria espiritual. Pero, ¡ojo! No entiendo tradicional como sinónimo de conservador sino como alguien que sabe de dónde viene y valora sus orígenes familiares, culturales, lingüísticos, religiosos… Solo con los pies bien asentados en la tradición se puede dar el salto hacia lo nuevo. Me dan miedo las personas que pretenden descubrir cada día el Mediterráneo en vez de preocuparse de estudiar el mapa y ahorrarse búsquedas inútiles. Han sucedido muchas cosas en ese Mare nostrum antes de que nosotros decidamos darnos un chapuzón en él.

El aprecio de la tradición comporta una serie de rutinas; es decir, de costumbres o hábitos adquiridos de hacer las cosas por mera práctica y demanera más o menos automática. Por ejemplo, cuando era más joven me resultaba muy monótono tener que rezar cada día la Liturgia de las Horas siguiendo un patrón común. Ahora disfruto con él porque me libera de ansiedades innecesarias y crea en mí un estado de vigilia para percibir que, cuando menos lo espere, en el muro compacto de la rutina se puede abrir una grieta de novedad. Creo que esto sucede con la fe. A veces tenemos la impresión de que no sucede nada. Pasan los años y todo es una permanente repetición: comienza el Adviento, llegan la Navidad, la Cuaresma y la Pascua, luego el largo Tiempo Ordinario… Siempre lo mismo. Uno podría tener la tentación de darse de baja, pero es precisamente en esa fidelidad cotidiana donde, cuando menos lo piensas, irrumpe un destello de luz que te hace sentir que sí, que Dios existe y me quiere. Está ahí, estoy siendo sostenido por él. Puedo seguir caminando. El hecho de hacer esta experiencia una sola vez en la vida da sentido a todas las horas muertas. La rutina es la actitud de quien se mantiene humildemente con la lámpara encendida para recibir al Novio cuando llegue de improviso. Cada día va rellenando la lámpara con la dosis de aceite necesaria para que siga alumbrando.

Lo mismo sucede en los matrimonios, en las familias, en las comunidades religiosas. A veces podemos tener la impresión de que no sucede nada nuevo, de que todo es pura repetición. Pero cuando uno pone amor en las cosas que repetimos a diario, en el momento menos pensado ocurren pequeños milagros que dan sentido a toda la trayectoria: una palabra iluminadora, un gesto de cariño, un encuentro íntimo, una sentida reconciliación… Estoy convencido de que el 99% de nuestra vida es pura rutina, pero esa rutina que parece inútil nos prepara para acoger el 1% de absoluta novedad que a veces se nos concede y que justifica con creces la espera.

1 comentario:

  1. Gracias por tu reflexión, me abre todo un campo.
    No me gusta la rutina, pero cuando permaneces en ella, si lo haces poniendo ilusión y amor, siempre se da algún pequeño cambio, como el que va alimentando la lámpara de aceite para que siga alumbrando. Sólo nos falta ir descubriendo las grietas.

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