Terminamos el mes
de mayo con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Al principio, fue una fiesta de la
familia franciscana introducida por San Buenaventura en el siglo XIII. Tres
siglos después, el papa Pio V la extendió a la Iglesia universal. A partir de la reforma litúrgica del Vaticano II, la fiesta se celebra el 31 de mayo.
No sé hasta
qué punto el mes de
mayo sigue siendo un mes mariano. En cualquier caso, me ha parecido
conveniente cerrar este mes fijando nuestros ojos en la madre de Jesús. Cada
uno de nosotros tenemos una imagen personal de María, fruto de las experiencias
vividas en relación con ella, de la meditación de la Palabra de Dios, de las
celebraciones litúrgicas y populares, de las lecturas y estudios, de las peregrinaciones
a ermitas y santuarios, etc. Muchos de nosotros hemos podido vivir a lo largo de nuestra vida un itinerario de progresivo descubrimiento,
semejante al que vivió la iglesia primitiva durante el siglo I.
En los
escritos más antiguos (las cartas auténticas de Pablo, fechadas en la década de
los años 50) no hay ninguna referencia a María. En la carta a los
Gálatas se habla de Jesús, “nacido de mujer” (4,4).
Sorprende este silencio mariano en los escritos de un apóstol tan influyente como Pablo.
En el evangelio de Marcos (escrito en torno al año 70) hay solo un par de referencias, a cual más enigmática: 3,31-35 (¿Quién es mi madre y mis hermanos?) y 6,1-3 (“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”). Se reconoce, en cualquier caso, que Jesús de Nazaret tiene una madre, llamada María.
Habrá que esperar a la década de los 80, en la que se componen los evangelios de Mateo y de Lucas, para encontrar más referencias a María a la hora de hablar de la infancia de Jesús. Muchas de nuestras tradiciones populares encuentran su fundamento bíblico en los textos marianos de estos dos evangelios. Su significado teológico desborda con mucho su esquematismo histórico.
La fiesta de hoy se fundamenta precisamente en un fragmento del Evangelio de Lucas (1,39-56) en el que se describe a María caminando de Nazaret a un pueblo de Judea (quizá Ain Karem) para visitar a su prima Isabel. En el diálogo con ella, Lucas pone en labios de María el bellísimo canto conocido como Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador porque ha mirado la humildad de su sierva...". Algún día tendremos que detenernos en él porque revela cómo es la imagen de Dios que María tiene y la alegría que le produce.
En la frontera entre los siglos I y II, el evangelio de Juan se refiere a la “madre de Jesús” (Juan evita llamarla María) solo en dos ocasiones, pero ambas son estratégicas en el plan del evangelista. La madre de Jesús aparece en la escena de Caná de Galilea (2,1-12) cuando Jesús realiza el primero de sus siete signos (“Haced lo que él os diga”) y en la escena de la cruz (19,25-27), cuando Jesús deja a su iglesia su testamento (“He aquí a tu madre”).
En el evangelio de Marcos (escrito en torno al año 70) hay solo un par de referencias, a cual más enigmática: 3,31-35 (¿Quién es mi madre y mis hermanos?) y 6,1-3 (“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”). Se reconoce, en cualquier caso, que Jesús de Nazaret tiene una madre, llamada María.
Habrá que esperar a la década de los 80, en la que se componen los evangelios de Mateo y de Lucas, para encontrar más referencias a María a la hora de hablar de la infancia de Jesús. Muchas de nuestras tradiciones populares encuentran su fundamento bíblico en los textos marianos de estos dos evangelios. Su significado teológico desborda con mucho su esquematismo histórico.
En la frontera entre los siglos I y II, el evangelio de Juan se refiere a la “madre de Jesús” (Juan evita llamarla María) solo en dos ocasiones, pero ambas son estratégicas en el plan del evangelista. La madre de Jesús aparece en la escena de Caná de Galilea (2,1-12) cuando Jesús realiza el primero de sus siete signos (“Haced lo que él os diga”) y en la escena de la cruz (19,25-27), cuando Jesús deja a su iglesia su testamento (“He aquí a tu madre”).
Entre el silencio paulino y la gran inclusión mariana
del Evangelio de Juan pasaron cerca de 50 años. La Iglesia necesitó tiempo para
comprender quién era la madre de Jesús y qué significaba para la comunidad de
los discípulos.
También nosotros necesitamos tiempo para saber qué lugar ocupa María en nuestra experiencia de fe. Recuerdo unas palabras del teólogo alemán Karl Rahner que siempre me han resultado iluminadoras. Las cito de memoria: “Quienes conciben el cristianismo como una mera ideología no aprecian a María, porque las ideologías no necesitan una madre. Pero quienes entienden el cristianismo como la adhesión a la persona de Jesús, enseguida comprenden la importancia de María, porque las personas sí necesitamos una madre”.
Os invito a que
hoy, último día de mayo, nuestro blog se convierta en un verdadero foro. Os animo a
compartir vuestras respuestas a estas preguntas. Será un placer leer vuestros testimonios.
¿Quién es la
Virgen María para ti?
¿Qué significa en tu vida?