martes, 25 de noviembre de 2025

Flores en el páramo


Encontrar a una persona serena y feliz se ha vuelto casi una empresa imposible. La mayoría vamos por la vida con una pesada mochila a las espaldas. Dentro se agazapan problemas de autoestima, conflictos familiares o comunitarios, presiones académicas y laborales, madejas afectivas, ansiedad a ratos y una gran incertidumbre con respecto al futuro. Muchas conversaciones discurren por cauces de preocupación y pesimismo. El ambiente social no ayuda a serenar los ánimos. Las noticias negativas se solapan y hacen todavía más pesada la carga.

Pareciera que no hay razones suficientes para sostener la esperanza. Los jóvenes se refugian en las redes sociales y los mayores se inventan otras formas de anestesia cuando los achaques y las pérdidas comienzan a ser el pan nuestro de cada día. ¿Hacia dónde dirigir nuestros pasos? Me cuentan historias de gente “sensata” que se ha dejado atrapar por los Testigos de Jehová. Conozco otras personas de cultura católica seducidas por el budismo. Es como si muchos se subieran desesperadamente al primer tren que pasa prometiéndoles un viaje a la patria de la felicidad. Da igual que sea una secta, un grupo de autoayuda o una agencia de viajes.


¿Qué demonios nos está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? No hay dos itinerarios iguales, pero creo que todos estamos pagando las consecuencias mentales y afectivas de una cultura que lleva décadas cercenando nuestras raíces, dejándonos solos en una tierra de nadie en la que solo crecen los cactus del nihilismo y el escepticismo. ¿Dónde quedaron la racionalidad griega, la legalidad romana o la espiritualidad cristiana? Es como si hubiéramos barrido de un plumazo una herencia de siglos creyendo que solo nosotros sabemos pensar, querer y actuar con racionalidad y libertad. 

Este orgullo insensato nos impide nutrirnos de la savia vital que nos mantiene vivos. Pertenecemos a una época única en la historia de la humanidad. Nunca los seres humanos habían vivido desconectados del Misterio que sostiene la existencia, si bien lo habían interpretado de formas muy diversas. ¿Por qué nosotros, occidentales liberados, hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hemos ganado y qué hemos perdido en este itinerario de emancipación? Si cortamos las raíces y sembramos de sal el terreno, ¿por qué nos extrañamos de no saber quiénes somos y adónde vamos?


La alegría serena de quien encuentra sentido a las pequeñas acciones de cada día (despertarse, levantarse, trabajar, relacionarse con las personas, pasear, orar, disfrutar de una comida o una conversación, hacer un favor, contemplar una obra de arte, ver una película, escuchar música, etc.) es la cara visible de una vida con raíces. No necesitamos comprar “experiencias” para vivir con sentido. Lo que necesitamos es vivir con raíces que nos proporcionen la savia necesaria para mantener lozana nuestra vida. 

¿Se inserta en esta búsqueda de raíces el llamado “giro católico” del que tanto se está hablando en las últimas semanas? ¿Es el despertar religioso de la generación Z una especie de venganza cultural por la represión o la indiferencia impuestas por las generaciones precedentes? No es fácil hacer un diagnóstico preciso. Es claro que el mercado está sacando partido de esta moda. El tiempo dirá si es un fenómeno efímero (“No hay nada más amenazado de obsolescencia que la moda”) o el comienzo de un nuevo ciclo histórico en este Occidente secularizado. En cualquier caso, me parece un fenómeno minoritario, restringido solo a unos cuantos jóvenes despiertos. La mayoría sigue vagando por el páramo de la confusión y la indiferencia. Hay que seguir explorando y acompañando.

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