viernes, 14 de noviembre de 2025

El chacachá del tren


Me gusta viajar en tren. Siempre me ha gustado. Aunque haya controles de seguridad antes de subir a los trenes de alta velocidad, no son comparables a los que se hacen para volar en cualquier aerolínea. Los primeros se pasan con agilidad y sin estrés; los segundos, dependiendo de los aeropuertos, pueden convertirse en una pequeña tortura. He hecho el viaje de Madrid a Granada y la vuelta a Madrid en tren, pasando por Córdoba y Antequera. La distancia se cubre en algo menos de cuatro horas. En el viaje de regreso me tocó un asiento junto a la amplia ventana, así que pude contemplar los olivares cordobeses, los paisajes escarpados de Sierra Morena y las llanuras inmensas de la Mancha. 

Mientras asistía a ese espectáculo de la naturaleza, más hermoso que cualquier vídeo de los que mis compañeros de vagón veían en las redes sociales, recordaba los muchos viajes en tren que he hecho a lo largo de mi vida por España y otros países europeos como Portugal, Francia, Italia, Suiza, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Polonia o Rusia. He usado también el tren en países de Asia como India, Corea del Sur, China (de Beijing a Shangai y vuelta) o Japón. En África he viajado toda una noche en tren de Libreville a Franceville, en Gabón. Y en América solo recuerdo algunos viajes de media distancia en los Estados Unidos.


El tren tiene algo que no tienen los autobuses ni los aviones. El hecho de que disponga de una vía solo para la máquina tractora y los vagones le da una prestancia y un aplomo que no tienen los otros medios. Quizás el barco podría aproximarse a este señorío viajero. Más de una vez he fantaseado con un viaje en el Transiberiano desde Moscú hasta Vladivostok. Recorrer los 9.288 que separan ambas ciudades rusas lleva alrededor de siete días. Leo que los billetes más baratos cuestan unos 300 dólares. Los de lujo, incluyendo paradas en algunos lugares turísticos, sobrepasan los 6.000. En el recorrido de un extremo a otro del país más extenso del mundo se atraviesan ocho husos horarios. 

Me imagino lo que puede suponer vivir una semana entera a bordo de un tren, disponer de tiempo para descansar, leer, conversar y, sobre todo, contemplar los variados paisajes del recorrido. Hay películas que están total o parcialmente ambientadas en este tren ruso, desde “El violinista en el tejado” (1971) y “Pánico en el Transiberiano” (1972) hasta otras más recientes como “Transsiberian” (2008) o “El almirante” (2008). Los guionistas y directores encuentran en el transiberiano un escenario único para sus tramas.


Más allá del hecho físico de moverse en este medio de transporte, que ahora está experimentando un nuevo impulso con las líneas de alta velocidad, el tren es una hermosa metáfora de la vida. Partimos de un lugar y llegamos a otro. Si el trayecto es muy largo, por el camino hacemos algunas paradas. A diferencia de lo que sucede en el automóvil, en el tren, como en la vida, nunca viajamos solos. Antes de que los modernos dispositivos electrónicos nos recluyesen en nuestra burbuja individual, el tren era un lugar hermoso de socialización. Se podía hablar con los otros pasajeros, compartir algún refrigerio en la cafetería y hasta hacer amistades. 

Ahora -esto también es una metáfora del tiempo presente- cada viajero es un mundo aparte. Aunque estemos físicamente casi pegados, cada uno va pendiente de su ordenador, tableta o teléfono móvil. Rellenamos el tiempo con películas, series o simplemente escuchando música, chateando con amigos y deslizándonos por la película infinita de las redes sociales. Algunos pasajeros (normalmente personas adultas) todavía saludan cuando se acomodan en su asiento. La mayoría se arrellana en su puesto sin decir nada. El mutismo se ha convertido en el nuevo lenguaje. La indiferencia ha ocupado el lugar de la preocupación o por lo menos de la cortesía. Al ritmo del desarrollo tecnológico, todos nos hemos maquinizado un poco, nos hemos vuelto menos humanos y más artificiales. Es obvio que el tren ya no es lo que era antes. ¡No es necesario remontarse a los tiempos de Paco Martínez Soria!


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