
Ayer se celebró la IX Jornada Mundial de los Pobres. Con ese motivo, el papa León XIV celebró la Eucaristía con miles de ellos en la basílica de san Pedro y luego compartió el almuerzo con unos 1.300 en el aula Pablo VI, convertida en improvisado comedor. Ese inmenso espacio sin columnas pasó de ser el aula del “sínodo” a ser el aula del “simposio”. He leído la homilía que el Papa pronunció en san Pedro. Me llamaron la atención las palabras que se refieren a una nueva/vieja pobreza transversal: “¡Cuántas pobrezas oprimen nuestro mundo! Ante todo, son pobrezas materiales, pero también existen muchas situaciones morales y espirituales, que a menudo afectan sobre todo a los más jóvenes. Y el drama que las atraviesa a todas de manera transversal, es la soledad”.
Hace solo diez días que dediqué una entrada a la “aventura de la soledad”. Vuelvo sobre este asunto porque el Papa la denomina “drama transversal” y porque considera que la soledad afecta, sobre todo, a los más jóvenes. Es duro no tener trabajo, no disponer de un techo o de alimento suficiente. Más duro es no disfrutar de salud. Pero quizá la dureza mayor es sentirse solo, saber que a nadie le importa nuestro drama y que, si morimos, nadie nos va a echar de menos. Esta soledad asesina, ligada a la falta de un propósito en la vida, es la pobreza más radical.

La compañía primigenia es la familia. En su seno experimentamos el amor incondicional y aprendemos a amar. Cuando esta célula nutricia se rompe o se daña de mil maneras, mendigamos otras compañías. No siempre las encontramos. Algunas no hacen sino reforzar la soledad porque nos dan la medida de nuestro vacío sin poder rellenarlo. Entonces -como nos recordaba hace décadas Erich Fromm- nos lanzamos en la búsqueda de soluciones, de “tiritas para este corazón partío”, en palabras de Alejandro Sanz. La primera es el placer en sus múltiples formas: consumo de sustancias, sexo, juegos, velocidad, etc. Tras un estallido efímero que exige repetición (y a la larga adicción), todas estas experiencias nos devuelven la soledad “corregida y aumentada”.
Lo mismo sucede con el conformismo (la actitud -a veces falsamente religiosa- de quien se refugia en la masa para abdicar de su responsabilidad), el trabajo evasivo y, en último extremo, la violencia en sus múltiples manifestaciones. Son caminos que nos seducen porque parecen atenuar los límites de nuestro vacío, a menudo producen un efecto euforizante y nos crean la falsa sensación de que el mundo está a nuestros pies. O, por lo menos, de que la soledad no es tan dañina como parece. La verdad es que, transitando por ellos, nos vamos encerrando en nuestra mazmorra. Los dispositivos electrónicos no hacen sino reforzar este encapsulamiento hasta convertirnos en usuarios adictos.

Es fácil decir que la única solución al “drama transversal” de la soledad es el amor, pero hace falta corroborar las palabras con experiencias. ¿Quién nos ama de verdad? ¿A quién amamos de verdad? Por si la respuesta a estas preguntas fuera difícil, podemos formularlas de una manera más descarnada: ¿Quién está dispuesto a dar la vida por nosotros? ¿Por quién daríamos la vida nosotros? Jesús lo dijo con palabras que todos recordamos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús ha dado la vida por nosotros porque “a vosotros [a nosotros] os llamo amigos” (Jn 13,15). Quien de verdad nos ama es Jesús. Él es el amor de Dios hecho carne.
Si nos abrimos a él, no hay situación humana que sea insuperable, no hay soledad que pueda matarnos. Nos sabremos siempre habitados por una presencia que nunca nos deja desamparados. Con san Pablo, podemos afirmar: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39). Por eso, lo mejor que podemos hacer por una persona sola no es solo brindarle compañía, sino acompañarla al encuentro con Cristo, invitarla a que “vaya y vea”. Lo más probable es que se quede con él. Su vida experimentará un vuelco. Creo que en esto consiste la evangelización.
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