
Judas Iscariote debía de tener un máster en gestión empresarial. Cuando vio que María de Betania “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera” (Jn 12,5) saltó como un resorte: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?” (Jn 12,6). Por si acaso el lector no adivina las verdaderas intenciones de Judas, el evangelista, a toro pasado, aclara: “Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”.
El evangelio de este Lunes Santo pone precio a la amistad con Jesús. Judas la tasa por lo bajo. María peca de exagerada. Derramar un perfume que cuesta trescientos denarios equivale a gastar lo equivalente a un año de trabajo. Y aquí está el intríngulis. El amor o es exagerado o no es amor. En realidad, el gesto de María de Betania, aun siendo hermoso y espléndido (“la casa se llenó de la fragancia del perfume”), es solo un pálido reflejo de un amor más grande. En el siguiente capítulo, el evangelio de Juan presenta cómo es el amor de Jesús: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Amar “hasta el extremo” significa hasta dar la vida, hasta morir. Lo que hace María es una anticipación de lo que hará Jesús. Incluso el perfume derramado se conecta con la muerte de su Señor. María unge el cuerpo de Jesús. Así lo interpreta el mismo Jesús: “Lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. Hay una misteriosa relación entre amor y muerte.
Meditar este exceso de amor al comienzo mismo de la Semana Santa nos ayuda a caer en la cuenta de la tacañería y mezquindad con la que solemos responder al amor infinito de Dios. A Él todo le parece poco cuando piensa en nosotros. A nosotros todo nos parece demasiado cuando pensamos en Él. Cuanto más ricos somos (en formación, relaciones, bienes materiales, etc.), más calculadores nos volvemos. Solo los pobres saben ser generosos sin programaciones, como si no hubiera un mañana. A veces, hasta nos permitimos criticarlos por su falta de previsión.

Una de las razones por las que nuestra fe se debilita es el afán de ser demasiado razonables, de no pasarnos de la raya. Dios no es así. Todo lo que hace es excesivo. Dios siempre se pasa de la raya. La creación entera es excesiva. Infinidad de galaxias, derroche de energía. No sería necesario ese dispendio cósmico para vivir bien. Jesús también es excesivo. Podía habernos manifestado su amor de una manera menos exagerada, sin someterse a la muerte en cruz.
Los santos son siempre excesivos. Oran más de lo razonable. Se mortifican más de lo razonable. Sirven más de lo razonable. Aman más de lo razonable. Si los cristianos queremos parecernos a Jesús, tenemos que ser más excesivos. La generosidad no tiene que ser a cuentagotas, sino en cascada. Algo de esto nos enseña María de Betania derramando un perfume que cuesta un riñón. Nada menos que el salario anual de un obrero. ¿No podría haberse limitado a lavar los pies de Jesús con agua fresca? ¿A qué viene ese dispendio?
Gracias Gonzalo, por esta entrada que es una buena meditación para empezar la Semana Santa… me lleva a parar, contemplar mi vida y poder comparar en lo que recibimos y lo que estamos dispuestos a dar…
ResponderEliminarMuchísimas gracias… enciendes un “punto de luz”… Tu reflexión no deja indiferente.